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Laurent Tirard - Lecciones de cine

Aquí puedes leer online Laurent Tirard - Lecciones de cine texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2003, Editor: ePubLibre, Género: Ordenador. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Laurent Tirard Lecciones de cine
  • Libro:
    Lecciones de cine
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2003
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Lecciones de cine: resumen, descripción y anotación

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Todos los grandes cineastas poseen un método secreto para realizar sus películas, pero esos enfoques son muy distintos. A Martin Scorsese le gusta preparar las tomas de manera muy precisa, con bastante antelación, para tener la oportunidad de cambiarlo todo si lo considera necesario. En cambio, Lars von Trier se niega a reflexionar sobre un plano hasta que ya lo está rodando. Bernardo Bertolucci intenta soñar con las tomas la noche antes, por lo que, si eso no funciona, deambula por el plató con un visor imaginándose las escenas antes de que se unan a él los actores y el equipo. Y Pedro Almodóvar afirma que los cineastas deben abandonar la ilusión de creer que van a poder controlar la totalidad del proceso creativo de su película. En este libro, Laurent Tirard conversa con veintiuno de los directores más importantes del momento y permite también que escuchemos su propia voz para acceder así a la esencia de su oficio. Se trata de entrevistas, publicadas originalmente en la revista francesa Studio, en las que los directores exploran tanto su visión del cine como sus técnicas y arrojan luz sobre el proceso y sobre la persona, al tiempo que nos ayudan a entender lo que hace único a cada cineasta.

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Jean-Luc Godard

1930, Paris (Francia)

Cuando era adolescente, pensaba que Jean-Luc Godard encarnaba todo lo que me parecía mal del cine francés. Me encantaban las películas de Hollywood, porque tenían planos bonitos, estrellas atractivas y tramas entretenidas. Y ahí estaba Godard haciendo películas a su manera, que era exactamente lo contrario. Me llevó algún tiempo entender por qué tanta gente hablaba de él con temor reverencial.

De forma irónica, fue durante mi época de estudiante en la Universidad de Nueva York cuando, finalmente, empecé a entender cómo Godard y otros directores de la Nouvelle Vague habían revolucionado el cine, abriendo las puertas a un planteamiento totalmente nuevo de hacer películas. Aunque es cierto que los directores franceses contemporáneos llevan luchando desde entonces para encontrar una forma de salir de la Nouvelle Vague, el impacto que ha tenido en el cine resulta inconmensurable. Al final de la escapada, Pierrot el loco y El desprecio, de Godard, constituyen lecciones en sí mismas para cualquier aspirante a cineasta.

Pero eso fue hace cuarenta años. Hoy, Jean-Luc Godard hace películas que muy pocos espectadores van a ver. Y si van, casi nunca las entienden. Sin embargo, rara vez he conocido a alguien que se ajuste tanto al perfil de lo que me imaginaba que sería un verdadero genio. Estaba previsto que la entrevista (que llevé a cabo junto con el editor de Studio, Christophe D’Yvoire) durara una hora, pero acabó prolongándose hasta tres horas, porque Godard tenía mucho que decir. Sin embargo, debo confesar que hubo varios momentos de nuestra conversación en los que pensé para mis adentros: «Caramba, suena fascinante, pero ¿de qué demonios está hablando?».

Clase magistral con Jean-Luc Godard

Muchas veces me han pedido que enseñe cine y, por lo general, siempre he declinado la oferta, porque la idea de enseñar como se acostumbra a hacer —es decir, proyectando una película y analizándola después con la clase— es desagradable, incluso escandalosa por lo que a mí respecta. El cine tiene que analizarse mientras lo estás viendo. Tienes que hablar de algo concreto, sobre una imagen real que tienes delante. Creo que, en la mayoría de clases de cine a las que he asistido, los estudiantes no ven nada: ven lo que les dicen que acaban de ver hace un momento.

Sin embargo, en 1990, sí que firmé un contrato con la FEMIS [la escuela nacional de cine francesa) para montar mi propia oficina de producción dentro de la escuela. Tenía la idea de crear algo que ya existe, por ejemplo, en los departamentos de biología: una especie de laboratorio «en vivo», un lugar donde los estudiantes pudieran observar cómo se hacen las cosas en la realidad. Les habría mostrado todos los pasos, desde escribir guiones hasta tratar con productores, la preparación, el montaje, todo.

Hubiera sido una forma de aprendizaje totalmente práctica. Si tomamos la medicina, por ejemplo, no enseñas a los estudiantes de medicina un tipo con una infección de oído, envías a casa al tipo y les dices: «Acabáis de ver a alguien con una infección de oído; ahora os diré cómo se cura». Sería ridículo. Tienes que hacer al paciente todo lo necesario, delante de los estudiantes; de lo contrario, no sirve para nada. Bueno, creo que pasa lo mismo con el cine, y eso es lo que yo quise hacer. Parecía una manera de aprender menos teórica —y que provoca menos terror— de lo habitual. Pero lo cierto del asunto es que, en realidad, nadie me necesitaba, ni siquiera los estudiantes. Todo el proyecto se fue diluyendo poco a poco y la escuela ni siquiera me devolvía las llamadas. Me sentí como el director André De Toth cuando trabajó contratado por la Warner Bros; explicó que cuando te echan, nadie te lo dice en ningún momento. Simplemente, apareces por el estudio una mañana y han cambiado la cerradura de la puerta de tu oficina.

AMAR EL CINE YA ES APRENDER A HACER PELÍCULAS

La Nouvelle Vague. Los pintores y los músicos siempre han aprendido su oficio en academias, donde el sistema de enseñanza es sumamente preciso, con unas técnicas meticulosamente definidas. Sin embargo, en el cine nunca ha habido unas escuelas o métodos obvios de esas características. Así que cuando descubrimos la Cinémathèque, que era fundamentalmente un museo del cine, pensamos: «¡Hey, hay algo nuevo, algo que nadie nos ha dicho!». Quiero decir que mi madre me hablaba de Picasso, Beethoven y Dostoyevski, pero nunca me dijo nada de Eisenstein o de Griffith. Imagínate que nunca hayas oído una palabra sobre Homero o Platón y entres en una biblioteca y te tropieces con todos sus libros…; pensarías: «¿Por qué demonios no me ha dicho nadie que existían estas obras?». Bueno, pues así nos sentimos y creo que el asombro fue nuestra principal motivación, porque habíamos descubierto, de repente, todo un mundo nuevo. Por lo menos, eso pensábamos: realmente, ahora creo que, de hecho, el cine era sólo algo efímero y que estaba empezando a desaparecer.

Ir a la Cinémathèque ya era una parte de aprender a hacer películas, porque nos encantaba todo —dos escenas buenas en una película ya nos bastaba para considerarla brillante— y porque nos metimos de lleno en el cine. Raymond Chandler solía decir: «Cuando escribes una novela, la estás escribiendo durante todo el día, no sólo cuando te sientas detrás de la máquina de escribir. La escribes mientras te fumas un cigarrillo, mientras comes, mientras haces una llamada telefónica». Pasa lo mismo con el cine. Sentía que estaba haciendo películas incluso antes de ponerme a hacerlas de verdad. Y, posiblemente, aprendí más viendo películas que haciéndolas.

Pero, una vez más, ¿qué significa «aprender»? El artista Eugéne Delacroix solía explicar que, a veces, empezaba con ganas de pintar una flor y, de repente, se ponía a pintar leones, jinetes y mujeres violadas. No sabía ni cómo ni por qué. Y, entonces, cuando finalmente miraba todo lo que había hecho, se daba cuenta de que había pintado una flor. Creo que así es como se aprende. Veo muchas películas donde, cuando llegas al final, ves que el principio ya no forma parte del filme, se ha olvidado, lo han apartado como si ya no valiera nada. ¿Cómo puede un director aprender algo de esa manera? Yo me lo pregunto.

¿QUIERES HACER UNA PELÍCULA? COGE UNA CÁMARA

El consejo que daría hoy a cualquiera que desee ser director es bastante sencillo: haz una película. En los sesenta, no era tan fácil, porque ni siquiera existía el Super 8. Si querías rodar algo tenías que alquilar una cámara de 16mm y muchas veces lo hacías mudo. Sin embargo, en la actualidad, no hay nada más fácil que comprar o alquilar una pequeña cámara de vídeo. Tienes imagen, tienes sonido y puedes proyectar la película en cualquier televisor. De modo que, cuando un aspirante a director viene a pedirme consejo, la respuesta que doy siempre es la misma: «Coge una cámara, filma algo y enséñaselo a alguien, a cualquiera; puede ser un amigo, el vecino de al lado o el tendero de la esquina, no importa. Enseña a tu público lo que has filmado y observa su reacción. Si parece que les interesa, filma algo más. Por ejemplo, haz una película sobre un día típico en tu vida. Pero encuentra una manera interesante de contarlo. Si la descripción del día es: “Me levanté, me afeite, me tomé un café, y llamé por teléfono…” y en pantalla vemos cómo te levantas, te afeitas, te tomas un café y llamas por teléfono, enseguida te darás cuenta de que no suscita ningún interés. Entonces, debes reflexionar y descubrir qué más hay en tu día, de qué manera puedes mostrarlo para que parezca más interesante. Y, luego, hay que probarlo; quizás no funcione y tengas que pensar en otra manera de hacerlo. Y puede que, a la larga, te des cuenta de que no te interesa hacer una película sobre un día típico en tu vida. Pues haz una película sobre otra cosa. Pero pregúntate por qué, pregúntate siempre por qué. Si quieres hacer una película sobre tu novia, haz una película sobre tu novia, pero hazlo del todo: ve a museos y observa cómo pintaron los grandes maestros a las mujeres que amaban; lee libros y observa cómo hablan los autores sobre las mujeres que aman. Entonces, haz una película sobre tu novia. Puedes hacerlo todo en vídeo. ¿Cámaras panavisión, focos y

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