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Paul - Laurent Assoun - El freudismo

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Paul - Laurent Assoun El freudismo

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Esta investigación parte de una confirmación el freudismo es lo que impide - photo 1

Esta investigación parte de una confirmación: el «freudismo» es lo que impide que el «psicoanálisis» se reduzca a sí mismo, a su propia objetividad. Construir una etiqueta doctrinal añadiendo el sufijo ismo a un nombre propio no es algo raro. Lo que sí es singular es haber hecho coexistiresa «doctrina» extrapolada de un nombre propio el de Freud con la «disciplina» cuyo inventor fue el propio Freud, es decir, el psicoanálisis. Es un hecho histórico que el término «freudismo» «duplicó» muy pronto al término «psicoanálisis» y que ha tenido una vida singularmente dura.

Paul - Laurent Assoun El freudismo ePub r10 mandius 181116 Paul - Laurent - photo 2

Paul - Laurent Assoun

El freudismo

ePub r1.0

mandius 18.11.16

Paul - Laurent Assoun, 2001

Traducción: Tatiana Sule Fernández

Editor digital: mandius

ePub base r1.2

PREFACIO A un célebre escritor francés le causaba tristeza el hecho de que la - photo 3

PREFACIO

A un célebre escritor francés le causaba tristeza el hecho de que la palabra “freudismo” viniera de “Freud” y no de “Freude”, ¡esa palabra alemana que significa alegría! Es probable que para él el nombre propio del fundador del psicoanálisis se asociara de manera espontánea con alguna tristeza, como si algo de la alegría de vivir —así sólo fuera la suya— se perturbara por aquello que, en el patronímico Freud, se relaciona con cierta mala noticia, con alguna oscura depresión. Al menos era la intuición de que Freud, nombre de persona, ya se había convertido en un significante dotado de fuerza propia, coctel extraño de atracción repulsiva por la cosa ligada a su nombre. En efecto, tal vez aparece una sombra sobre el “hecho humano”, desde que se le introduce cierta “cosa”, vinculada con el nombre de Freud.

Para entonces, el término “freudismo” ya se había aclimatado en Francia desde hacía unos veinte años. Con toda precisión, se puede fechar —en el año 1922— la aparición de este término en francés, adoptado de manera bastante espontánea, con una gula que ya denotaba su ambigüedad. Ese año aparece la edición francesa de los Vorlesungen zur Einführung der Psychoanalyse con el título Introducción al psicoanálisis. cuyos frutos recogemos.

Por cierto, no es el único caso en el que un nombre propio se encuentra sometido así a una promoción significante, con todos los efectos contrastados que ello conlleva —de “personalización” de una “causa” y de subjetivación de un saber, de reconocimiento y de negación. Pero, en el caso del “freudismo”, el proceso es particularmente activo, incluso obstinado: el nombre propio se desencadena en el objeto —y Lacan no hizo sino tomar nota de ello forjando la noción de “cosa freudiana”, a reserva de que así se oponga a la carga imaginaria. Por ello, debido a que se vuelve a publicar el texto original de la presente indagación, nos parece necesario volver a esa triple pregunta: ¿qué es “el freudismo” —ese objeto intermediario entre un nombre propio y una disciplina, un intervalo entre “FREUD” y “el psicoanálisis”? ¿Qué es, correlativamente, el “ser-freudiano”? ¿Qué programa de investigación, en ese encuentro inaugural vinculado con el nombre de Freud, se entabla bajo esta sigla y esta pertenencia?

I

Si el diccionario nos dice sobriamente que el freudismo designa la “teoría del funcionamiento psíquico, normal y patológico, desarrollada por S. Freud”, subestima de facto que más allá de su denotación, el término tiene la amplitud de una antonomasia —ese conocido procedimiento de los tratados de retórica para designar la figura que realiza la sustitución de un nombre propio por un nombre común… o recíprocamente. Ese procedimiento frecuente —que el usuario de la lengua practica sin conocer siempre la figura retórica— constituye, hay que tomarlo muy en cuenta, una audacia bastante apabullante de la lengua que, contra la segregación gramatical que delimita de manera categórica al nombre llamado “común”, como el que califica a un representante de una especie y al “nombre propio”, como el que designa a un individuo en particular, los identifica formal e incluso brutalmente. Esto equivale a cosificar un nombre propio y (o) a individualizar a una cosa, en una condensación explosiva —donde el nombre se expone a la reificación, pero donde la cosa adquiere una encarnación figural.

Tal es en efecto ese objeto discursivo bautizado como “freudismo”, que introduce un objeto universal —“el inconsciente”— teñido con el nombre propio de su “descubridor”. Si tomamos al pie de la letra la idea expresada por Freud, en el umbral del siglo pasado, de que no es ni pensador, ni investigador, ni siquiera científico, sino ante todo conquistador, tendría más o menos tan poco sentido duplicar el continente inconsciente del término “freudismo” como referir al “colonismo” la creencia en la existencia de América, con el pretexto de que un tal Colón lo descubrió primero —por lo demás, se conoce la ambigüedad del acontecimiento de descubrimiento, en estos casos decisivos, que conlleva algo fructíferamente poco afortunado, lo que abre toda la cuestión de la carga imaginaria del “freudismo” en su relación con la realidad de la cosa inconsciente.

Como lo estableció la “lógica de los nombres propios”, lo que se denomina “nombre propio” es un “designador rígido”. Por medio del mismo movimiento, la referencia salvaje a Freud generó adjetivos, que sirven de designadores…, en efecto, más bien rígidos. Así, decir que nuestro interlocutor acaba de cometer un “lapsus freudiano”, ¿no es, habiéndolo reconocido, desprenderse de él? ¿Qué ganancia, inconfesable en su género, representa exclamar que “es freudiano”. y hasta “muy” freudiano, descubrir una significación sexual intempestiva?

En todo eso hay una excelente intuición y una formidable negación. La negación es que todo eso —el Edipo, el acto fallido, lo sexual— estaría acreditado por la “idea” del denominado Freud y que, al tomar nota de ello, yo lo remita a su autor (“él es el que lo dijo”), como “devolución al remitente”. La intuición es que, de alguna manera, el inconsciente es freudiano —y por algo Lacan, que rompe con el uso ideológico de la noción de freudismo del “discurso común”, introduce la categoría de “cosa freudiana”. En efecto, él, el denominado Freud lo “dijo” primero. Falta dibujar los contornos de la cosa configurada así.

Pero, lo que estaba allí, ya se había dicho —como lo manifestó Charcot: “Es la cosa, siempre.”—, pero apenas proferido, se volatilizó. Freud, por su parte, lo enuncia. Y cuando encontramos el efecto del inconsciente, en la realidad —como lapsus, sueño o síntoma, como significación sexual—, ello hace pensar en aquel que, habiéndolo descubierto una vez más, fue el primero en decirlo.

Lo notable es que, en lo sucesivo, cuando el inconsciente se presenta y yo lo reconozco, me hace pensar en Freud.

Esa entrada del nombre de Freud en la lengua y la cultura introduce efectos contrastados de verdad y de negación ya percibidos.

Pues Freud siempre subrayó sin coquetería la ausencia de “originalidad” de las afirmaciones del psicoanálisis, localizando su aporte —en este sentido insustituible— en cierta valentía de decir, con todo lo que implica de enfrentamiento de la cosa que “es algo obvio”.

Por lo tanto, se observará la gran ambigüedad de ese adjetivo erigido en etiqueta.

En esto hay una verificación histórica que se puede considerar como “objetiva”. Dentro de semejante perspectiva histórica, Ellenger, investigador atento, define el freudismo “como corriente de la psiquiatría llamada dinámica”. es el que hay que pensar como una deflagración cuyas ondas de choque no dejan de propagarse, aun cuando nos ocupemos de filtrarlo por medio de diversas “visiones del mundo”. La única manera de no colocar a Freud en esa posición, glorificada y denegada a la vez, de origen imaginario, es comprender lo que, con su

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