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Todos somos cochinos. Más vale aceptarlo y conocer nuestras cochinadas. Convencidos de esto, Juan Tonda y Julieta Fierro, reconocidos científicos profundamente comprometidos con la divulgación de la ciencia, escribieron El libro de las cochinadas, en donde nos presentan a grandes salvadores de los seres humanos: los mocos, la caca, los escupitajos, el sudor, la orina, los pedos, los granos, el vómito y los eructos. Parte fundamental de la obra son las divertidísimas e ingeniosas ilustraciones de José Luis Perujo, Premio Nacional de Caricatura en México. Pero los autores no sólo presentan a estos imprescindibles personajes, sino que celebran su existencia: No hay placer más grande que tirarse un pedo. Fierro —directora general de Divulgación de la Ciencia de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)— y Juan Tonda —físico y subdirector de medios escritos de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM— están convencidos de que el rigor académico no tiene por qué ir acompañado de una cara seria y solemne. Pero así es la condición humana (llena de caca y pedos). Pero El libro de las cochinadas no sólo contiene datos, también trae ejemplos para poner en práctica, datos de la combustibilidad del excremento, la capacidad adhesiva de los mocos, los orígenes del WC, el origen de las espinillas, la cera de los oídos, las pelotillas de los dedos de los pies, o las listas de alimentos que contribuyen a ahuyentar al prójimo. Incluye, además, una sección de frases y glosario terminológico de palabras tabú relacionadas con la escatología o ciencia de la caca, como dicen los autores. La obra está dirigida a personas de todas las edades. Quizá tras leer el libro, usted ya no se avergonzará de ese pedo que todos oyeron, y puede ser que hasta lo celebre.
Juan Tonda & Julieta Fierro
El libro de las cochinadas
Título original: El libro de las cochinadas
Juan Tonda & Julieta Fierro, 2005
Ilustraciones: José Luis Perujo
A todos los que hacen cochinadas,
entre otros, todos los seres humanos.
RECOMENDACIÓN
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Te recomendamos leer este libro mientras haces tus cochinadas en el excusado, uno de los mejores lugares para la lectura.
Si tardas mucho no importa,
porque así podrás leer más.
Leer y hacer cochinadas
es el placer de los dioses.
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INTRODUCCIÓN
E l libro de las cochinadas es tal vez un libro «prohibido» que a algunos adultos les dará vergüenza comprar, mas no leer; esperamos que se armen de valor y lo disfruten. Sin embargo, los niños y jóvenes no dudarán en disfrutar de todas las cochinadas descritas en este libro, por la simple y sencilla razón de que saben que todos somos cochinos, aunque algunos no lo acepten. Todos hacemos cochinadas y éstas forman parte de nosotros.
Dejar de hacer cochinadas resulta imposible —a menos que alguien quiera demostrar lo contrario—, así que ya es hora de aceptarlas y conocerlas. La cultura cochina también forma parte de nuestra vida cotidiana y la ciencia de las cochinadas nos permitirá ser muy cochinos pero a la vez muy saludables, ¡ése es el reto!
Nadie deja de hacer cochinadas aunque no sea cochino. El chiste de hacer cochinadas es evitar las enfermedades que producen. Después de muchos años de trabajar en la divulgación de la ciencia, creímos oportuno hablar de un tema con el cual, a lo largo de nuestras vidas, nos hemos identificado, reído y divertido. Al hacerlas o referirnos a ellas a algunos les da vergüenza y se sonrojan, otros se ríen y hay quienes fingen demencia, pero no dejan de hacer sus cochinadas porque es una función esencial de nuestro organismo. ¿Quién dijo que no había que hablar de las cochinadas?
¿POR QUÉ HACEMOS CACA?
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E n primer lugar, porque es un placer. Todo organismo necesita energía para llevar a cabo sus actividades y un subproducto de ellas es precisamente la caca. La energía que el cuerpo requiere se obtiene de la energía química que proporcionan los alimentos y el aire que respiramos.
Lo ideal sería que aprovecháramos todo lo que comemos, con lo que seríamos una «máquina» perfecta, pero no ocurre así.
La digestión empieza en la boca, cuando masticamos los alimentos y se mezclan con la saliva, para producir el bolo alimenticio. Cuando tragamos, el bolo empieza a caer al estómago por el esófago. En el estómago hay un líquido que deshace todo (bueno, casi todo): el ácido clorhídrico, además de enzimas que desbaratan los alimentos. Ahí la comida se queda durante 4 o 5 horas y entonces se convierte en un caldo más o menos espeso. De ahí se abre una válvula y el caldo pasa al intestino delgado, que es una especie de manguera de alrededor de 6 m de largo.
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En el intestino delgado el caldo de comida ácida se mezcla con los líquidos biliares del hígado y se convierte en proteínas, carbohidratos, grasas y vitaminas; todo esto es absorbido por la sangre que circula por todo el cuerpo y lo alimenta. El intestino produce movimientos peristálticos que hacen avanzar el bolo transformado; cuando tenemos diarrea, estos movimientos son muy rápidos. El intestino delgado se transforma en grueso; el agua y lo que no se puede digerir, como son las fibras, pasan al intestino grueso o colon (el cual es tres veces más grueso que el delgado y mide alrededor de 1.5 m de largo). Ahí, en la primera parte, se absorbe el agua que queda y, al final, lo que no se puede aprovechar se va al recto, un tubo de 40 cm de largo que desemboca en el ano. Lo que no se puede digerir, se va acumulando, como si llenáramos un tubo de pasta de dientes, hasta que ya no nos cabe. Entonces recibimos una señal en nuestro cerebro que nos dice «tengo ganas de ir al baño»; dos músculos muy fuertes del ano (esfínteres) impiden la salida cuando se contraen y nos dicen: «espérate tantito porque no hay baño». Pero cuando al fin llegamos al baño, los esfínteres se relajan y ¡oh descanso!, ¡placer de los dioses!: hacemos caca. Aunque la digestión no termina en ese momento, sino cuando los nutrientes pasan de la sangre a las células, que son las que requieren la energía para funcionar.
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NO SÓLO NOSOTROS NOS BENEFICIAMOS
No sólo nosotros nos beneficiamos de lo que transita en nuestros intestinos, sino los innumerables parásitos que habitan ahí. Algunos de los más notables son las lombrices y las taenias (se pronuncia tenias).
Algunas de las lombrices intestinales miden más de 15 cm de largo y 1 cm de ancho; en ocasiones emergen por el ano sin decir «agua va» y nos sorprenden cuando sentimos que algo pegajoso se mueve entre nuestras piernas.
La taenias viven de una en una en el intestino delgado y miden varios metros de longitud. Aunque están agarradas con ganchos y ventosas no las sentimos. Lo que sí nos afecta son sus larvas que pueden alojarse en nuestro cerebro, ojos, hígado y músculos; si las larvas están a flor de piel se pueden tocar como una bolita de un centímetro debajo de nuestra piel.