ÍNDICE
A todos mis roomies (empleados de Room Mate Hotels), por compartir este sueño tan bonito que es Room Mate.
A Gorka por ser un gran amigo y compañero de viaje.
A mi padre por ser una persona justa, buena y por todo el amor incondicional que me dio.
Y, por último, a las dos personas de mi vida: Carlos y mi hija Aitana. Sin vosotros no sería nadie.
¡ATRÉVETE!
Cuando era niño me encantaba jugar al Monopoly. La mayoría de mis amigos lo consideraban un tostón, pero a mí me fascinaba. Me pasaba horas comprando, vendiendo, edificando… Lo que más me gustaba era ver el tablero sembrado de esas casitas rojas que se suponían hoteles. Al comentarlo hace poco alguien me hizo ver lo premonitorio de mi primera afición. Para mí era un recuerdo entrañable, pero nunca lo había asociado. Ahora lo veo claro. Idolatraba a mi padre y cuando me preguntaban qué quería ser de mayor, decía —los adultos que me escuchaban no daban crédito— «hombre de negocios».
Por eso para mí este libro es mi nueva empresa, soy incapaz de encararlo de otro modo. Esta es mi manera de mirar el mundo, los retos han sido siempre mi alimento, hiciera lo que hiciera. Si consigo encontrar las palabras para contagiar mi entusiasmo al emprendedor que abra este libro, habré logrado parte de mi objetivo. Si además mis consejos ayudan a poner en marcha unos cuantos sueños en este momento en el que el túnel parece interminable, el negocio habrá sido redondo.
El proyecto me motivó desde el inicio, y lo primero que hice fue estrenar cuaderno. Soy adicto a los listados, disfruto elaborándolos y disfruto más todavía tachando (porque tachar en mi cuaderno equivale a misión cumplida o, al menos, a misión delegada). Así que me senté ante mi flamante bloc y empecé a elaborar algo parecido a un decálogo, algo con vocación de manual de instrucciones. Cuando llevaba un par de cuartillas las releí y no podía creerlo… Me había puesto tan didáctico, tan tópico que me costaba reconocerme. Así que las arranqué —como en aquella escena que me encanta de El club de los poetas muertos en la que Robin Williams invita a sus alumnos a cargarse las páginas de un ladrillo infumable— y me dije: «Kike, si sigues por ahí vas a escribir el libro de otro».
No puedo hablar de técnicas porque en mi caso se trata más bien de una filosofía, de una forma de mirar. Lo más valioso que puedo compartir es mi visión, la actitud que me ha llevado donde estoy, y puedo hacerlo únicamente si no me encorseto. Porque desde aquellos días en los que con la tripa pegada a la alfombra jugaba sobre un tablero lleno de calles y casitas de plástico hasta el día en que mi padre, después de haber sido muy escéptico, me dijo absolutamente convencido: «Kike, tú dedícate a hoteles», hubo —y sigue habiendo— disciplina, trabajo duro, miedo (mucho miedo a veces), pero sobre todo, toneladas de pasión. Y solo a partir de la pasión podemos elaborar una estrategia… Esta es mi experiencia y aquí os la brindo.
1. ¿PUEDE SER EMPRESARIO CUALQUIERA?
Cuando se piensa en el concepto empresario , lo que viene a la mayoría de las mentes no suele ser un perfil, con sus cualidades bien definidas, sino más bien un cliché, una etiqueta, un estereotipo. Un gran porcentaje de gente hablaría de una persona ambiciosa, terrenal, emprendedora, práctica… Algunos, incluso, tirando de prejuicios bastante generalizados, mencionarían otros calificativos nada amables. Lo que es seguro es que pocos asociarían el término empresario a la inspiración o a la creatividad, al menos no de forma automática.
Yo tengo muy claro que ser empresario es una actitud, un carácter. Ni siquiera es imprescindible tener un negocio; hay brillantes «empresarios» trabajando por cuenta ajena, emprendedores intuitivos cuya empresa son ellos mismos, que afrontan su carreras, sus vocaciones, de manera imaginativa, que disfrutan de tomar la iniciativa, de asumir riesgos, de enfrentar retos. Hay mucha gente así en mi equipo y no solo en puestos directivos. Yo los considero empresarios, porque son los más valiosos, los que tienen ideas y las persiguen, los que buscan la excelencia en su ámbito de acción. Tengo la inmensa suerte de contar con empresarios en todos los niveles del organigrama; tanto en puestos ejecutivos como en puestos operativos. Profesionales con empuje, con imaginación, que han convertido la marca en su propio reto personal y profesional porque esa es su naturaleza, porque eso hace que sus trabajos sean gratificantes y no alienantes. De hecho, y sé que va a sonar muy raro, tal y como yo lo veo, en esta calidad de energía hay mucho de energía artística: creatividad, paciencia, búsqueda de la excelencia, persistencia. El mundo de la empresa, como el del arte, está lleno de genios que fracasan y tipos menos dotados que por perseverancia y esfuerzo llegan muy lejos.
Es evidente la profunda transformación que, debido sobre todo a los progresos de la tecnología, han experimentado la sociedad en general y el trabajo en particular. Hasta hace no tanto la mayoría desempeñaba la misma labor durante toda su vida, y la seguridad era la máxima aspiración. Pero los nuevos paradigmas y la inestable coyuntura global están generando un mercado laboral vertiginoso en el que la seguridad es casi impensable como objetivo y en el que no hay más remedio que pasar por un gran número de empleos para ir sobreviviendo profesionalmente. Se ha pasado de un relativo «orden» a un «caos», y en ese caos es el espíritu innovador y arriesgado el que sobrevive y el que impulsa hacia la recuperación general.
Este es el único planteamiento que permite ver el vaso medio lleno. La incertidumbre abona el terreno para los dinámicos, para los que tienen iniciativa y rehúyen observar la situación desde una perspectiva de «mirada corta».
Dicho todo esto, si he de elegir una condición sine qua non para ser emprendedor, diría sin género de dudas, aunque sorprenda, que es la capacidad que tiene el ser humano de levantarse después de fracasar. Porque no hay, no puede haber, un solo empresario que no haya fracasado alguna vez. Y créeme, es mejor hacerlo al principio. Conozco demasiados emprendedores que han muerto de éxito a la larga, cuando su primer proyecto resultó meteóricamente exitoso. Y si del primer fracaso no te repones, si el primer intento fallido te quita las ganas, entonces es que no eres empresario; eres alguien que probó suerte en los negocios.
En su libro Win —título contundente (ganar, triunfar)— el doctor Frank Luntz, consultor especialista en estrategias de comunicación que colabora con publicaciones tan prestigiosas como The New York Times , The Washington Post , Los Angeles Times …, compara el perfil de empresario con el perfil de deportista de élite —me pareció un planteamiento interesante y acorde con mi manera no-académica de entender el mundo de los negocios—. Casi al principio del texto, sin darle muchas vueltas, marca las quince características de un empresario triunfador:
La capacidad:
- de captar la dimensión humana de cada situación;
- de saber qué preguntas hacer y cuándo hacerlas;
- de ver lo que todavía no existe y hacerlo realidad;
- de observar el reto y la solución desde todos los ángulos;
- de distinguir lo esencial de lo importante;
- y el deseo de hacer más y hacerlo mejor;
- de comunicar su visión de forma apasionada y persuasiva;
- para avanzar cuando todo el mundo a su alrededor se detiene o retrocede;
- de conectar con otros espontáneamente.
Además de:
- una curiosidad sobre lo desconocido;
- una pasión por las aventuras de la vida;
- una sintonía con las personas con las que trabajan y con aquellas sobre las que quieren influir;
- la disposición a fallar y la fortaleza para levantarse e intentarlo de nuevo;
- una creencia en la suerte y la fortuna;
- un gran amor por la vida misma.
Para arrancar pregúntate si tienes estas seis últimas porque las otras las irá fortaleciendo la experiencia. Y matizaría lo de creer en la suerte y la fortuna; yo más bien diría creer en el poder del pensamiento positivo, entendido este como un enfoque apasionado que nos impulsa y neutraliza el miedo. La suerte entendida como puro azar déjala para el casino. La fortuna no te servirá de nada si no partes de una idea clara y si no hay trabajo duro. Sobre este tema, os recomiendo encarecidamente un libro que me enganchó desde el primer momento y que me ha servido de inspiración: La buena suerte, de Álex Rovira y Fernando Trías de Bes. Subrayé un montón de párrafos y quiero compartir con vosotros una frase que resume el mensaje esencial del libro: «Cuando hayas creado todas las circunstancias, ten paciencia, no abandones. Para que la buena suerte llegue, confía». Y así es, así lo creo; para que llegue la providencia hay que prepararle el camino.
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