Estaba ahí desde la creación del mundo, pero nunca se había explicado de un modo que permitiera comprender su belleza interior.
T HOMAS T RAHERNE (Teólogo y poeta metafísico inglés conocido por la espiritualidad de sus poemas y su admiración por la naturaleza, c. 1636-1674)
Prefacio
Desde mi ventana veo volar un grajo. Parece decidido, entregado a una misión que solo él conoce. También veo un abejorro que realiza sus metódicas visitas a las flores del jardín. Una mariposa bate deprisa sus alas por la pared, se desplaza con presteza, se para un instante y luego sigue volando. Un gato camina por el sendero y se desliza bajo los arbustos. Por encima de todos ellos, un avión a reacción lleno de gente inicia su descenso hacia Heathrow.
Basta con mirar a nuestro alrededor para ver animales, grandes y pequeños, humanos y no humanos, en marcha hacia algún lugar. Quizá estén buscando comida o pareja, tal vez migrando para huir del frío del invierno o del calor del verano, o simplemente volviendo a su casa. Algunos realizan viajes que dan la vuelta al mundo, otros apenas se entretienen por el vecindario. Pero tanto si se trata de un charrán ártico que vuela de un extremo a otro de la Tierra, como de una hormiga del desierto que corre de vuelta a su hormiguero con una mosca muerta entre las mandíbulas, tiene que saber orientarse y encontrar su camino. Es, simple y llanamente, cuestión de vida o muerte.
Cuando una avispa sale volando en expedición de caza, ¿cómo encuentra de nuevo su nido? ¿Cómo se las arregla un escarabajo pelotero para hacer rodar su bola de excremento en línea recta? Tras dar la vuelta a todo un océano, ¿qué extraño sentido guía a una tortuga marina de vuelta a la misma playa donde nació para poner sus huevos? Cuando se suelta una paloma a cientos de kilómetros de su palomar, en un lugar al que nunca se ha acercado, ¿cómo consigue encontrar el camino de vuelta a casa? ¿Y cómo navegan los pueblos indígenas que todavía, en algunas partes del mundo, realizan largos y difíciles viajes por mar o por tierra sin la ayuda de mapas ni brújulas, y mucho menos de un GPS?
La primera pregunta que deseo abordar en este libro es simple: ¿cómo se orientan y navegan los animales, incluidos los humanos? Como se verá, las respuestas son fascinantes por sí mismas, pero además suscitan nuevas preguntas relacionadas con nuestra cambiante relación con el mundo que nos rodea. Los humanos estamos renunciando a habilidades básicas de orientación que hemos necesitado durante mucho tiempo. Ahora podemos fijar nuestra posición sin esfuerzo y con gran precisión en cualquier lugar de la superficie del planeta, y para hacerlo no tenemos que pensar siquiera, nos basta con apretar un botón. ¿Importa eso? Todavía no lo sabemos con certeza, pero en los últimos capítulos indagaré sobre qué está en juego. Y es importante.
Antes de comenzar, unas pocas palabras sobre los retos de orientación a los que nos enfrentamos cada día pueden ayudar a preparar el camino. Pensemos por un momento en cómo nos las arreglamos cuando llegamos a un ciudad que no conocemos.
Nuestra primera tarea de orientación consiste en encontrar el camino desde el avión hasta la sala de recogida de equipajes pasando por el control de pasaportes. Incluso este tipo de navegación en el interior de un edificio plantea dificultades, sobre todo si se tiene problemas en la vista, pero solemos superarlos siguiendo indicadores y letreros. Una vez sentados en el taxi o el autobús, podemos relajarnos y dejar que el conductor tome las decisiones.
Al llegar al hotel, tenemos que encontrar el mostrador de recepción, y luego la habitación; una vez más, los indicadores son de gran ayuda. Por la mañana quizá queramos dar un paseo por los alrededores. La seductora voz del teléfono móvil dotado de GPS nos puede dar indicaciones precisas, pero eso no es una auténtica navegación, puesto que nos dice lo que tenemos que hacer.
Si uno es de carácter independiente y prefiere encontrar el camino por sí mismo, lo más probable es que se agencie un plano de papel. El primer reto práctico consiste en localizar el hotel en el plano; en otras palabras, determinar la posición. A continuación hay que encontrar los lugares que se desea visitar y averiguar cómo llegar a ellos y cuánto tiempo nos llevará hacerlo. Esto implica medir distancias y estimar la velocidad, lo que plantea la cuestión de medir el tiempo. Aunque de entrada no parezca evidente, la navegación tiene tanto que ver con el tiempo como con el espacio.
Hasta ahí la planificación del viaje. Ahora nos enfrentamos a otro problema: al salir del hotel, ¿hay que ir a la izquierda o a la derecha? Necesitamos saber en qué dirección miramos antes de empezar a caminar. Hay varias maneras de resolver este problema. Podríamos recurrir a la brújula del móvil, pero también nos podríamos orientar fijándonos en el nombre de la calle. También ayuda fijarse en las sombras para saber dónde está el sol. Una vez en marcha, tendremos que ir comprobando la ruta cotejando los nombres de las calles y los puntos de referencia del viaje con los que aparecen en el plano.
A medida que paseamos por la ciudad, comenzamos a hacernos una buena idea de cómo está organizada, de cómo se conecta cada parte con las zonas aledañas. Es cuestión de recordar los puntos de referencia y establecer relaciones geométricas entre ellos. Como todos sabemos, algunas personas se orientan mejor que otras, y si a uno se le da bien, irá ganando confianza para hacer excursiones cada vez más largas y complicadas sin necesidad de mirar el mapa, y en lugar de limitarse a ir del hotel a un lugar, o de un lugar al hotel, comenzará a seguir rutas que conectan zonas distintas de la ciudad. Para entonces, se habrá hecho un