Prólogo
Ya era hora de que alguien se ocupara de abordar este complejo problema que representan la obesidad y los trastornos del comportamiento alimentario, no desde la perspectiva de los alimentos que debemos o no debemos comer, sino desde las emociones que imbrican y sustentan nuestra conducta alimentaria. Y esto sólo podían llevarlo a cabo dos autores de la calidad profesional y humana de Alejandro Lorente y Reina García-Closas. Conocí a la Dra. Reina García-Closas en 1990, cuando se integró en mi grupo de investigación, por aquel entonces en la Facultad de Medicina del Hospital Clínic de la Universidad de Barcelona, donde yo era Profesor Titular. Ella hizo el máster de Nutrición en Barcelona, posteriormente un máster en Epidemiología en la Universidad de Harvard, en Boston, y finalmente su doctorado por la Universidad de Barcelona, el cual yo dirigí. Participó activamente en numerosos proyectos conmigo, de los que destacaría la Encuesta Nutricional de Cataluña 1992-1993 (responsabilizándose de la evaluación bioquímica del estado nutricional) y el Estudio Enkid sobre Hábitos Alimentarios y Estado Nutricional en la población infantil y juvenil española 1998-2000 (en ella recayó buena parte del diseño y planificación). Es una de las personas con mayor solidez metodológica en el campo de la investigación nutricional que conozco, y además tiene una extensa experiencia de más de veinte años en el trato con los pacientes como médica nutricionista, hecho que hace que su perfil curricular y vital sea realmente excepcional. Considero muy acertado que haya coincidido en esta aventura con el conocido especialista en medicina natural Alejandro Lorente, verdadero experto en salud emocional y en diversas terapias complementarias basadas en las milenarias ciencias orientales y, a su vez, un excelente comunicador. Ambos tienen experiencia sobrada en la redacción de libros divulgativos: de la Dra. García-Closas destacaría su libro La dieta Smart, compendio de evidencia científica al servicio de la obesidad y ejemplo de dieta de adelgazamiento eficaz y sostenible. De Alejandro Llorente destacaría Los tres pilares de la salud, por la innovación, convicción y proximidad de sus mensajes. Por ello, ambos autores hacen una combinación perfecta para hablarnos de Dieta y de Emoción, en mayúsculas.
Los alimentos no aportan sólo nutrientes y sustancias bioactivas y contaminantes, sino que, además, nos convocan, nos reúnen y expresan nuestras emociones más íntimas. Y nos dan placer y satisfacción, formando parte de nuestra cultura. Comer es uno de los placeres de esta vida, y en la medida de lo posible consumimos los alimentos que preferimos y evitamos los que nos disgustan. Entonces, de nuevo ¿la respuesta está en los genes? Como los mismos autores indican en estas páginas de EmoDieta, es poco probable que los genes nos expliquen emociones que se crean y modulan en el núcleo familiar más íntimo, en nuestra primera alimentación infantil, o incluso en el interior del útero materno durante la gestación, que nos deja un legado no genético de vivencias y de recuerdos, a menudo imperceptibles.
En las últimas décadas se han ido acumulando evidencias, fruto de estudios experimentales y epidemiológicos, de los beneficios de la dieta mediterránea y algunos de sus componentes sobre el estado de salud. Incluso en la esfera de la salud psíquica, los alimentos tienen un papel trascendental. Según el estudio PREDIMED —el mayor ensayo clínico jamás realizado con dieta mediterránea—, en 7.447 pacientes de alto riesgo cardiovascular, la dieta mediterránea suplementada con una dosis diaria de frutos secos demostró una reducción del 40 % en el riesgo de depresión en los pacientes con diabetes. Esta parte del estudio PREDIMED publicada por nuestro grupo de investigación (BMC Medicine, 2013, Sept. 20;11:208), venía a corroborar los hallazgos del Estudio SUN que el grupo de la Universidad de Navarra, conjuntamente con el nuestro, publicaba unos años antes en la revista de psiquiatría de mayor impacto a nivel internacional por la Dra. Sánchez-Villegas (Archives General Psychiatry, 2009, Oct.; 66:1090-8). En este trabajo se describía por vez primera el efecto protector de la mayor adherencia a un patrón de dieta mediterránea sobre la incidencia de nuevos casos de depresión, con un claro efecto dosis respuesta, es decir, a mayor adherencia a la dieta mediterránea, menor incidencia de enfermedad mental. Concomitantemente, otros trabajos apuntaban a un efecto depresivo de la dieta Fast-Food, también conocida como dieta occidental, que puede considerarse el polo opuesto de la dieta mediterránea, y, sin embargo, alguna multinacional del sector pretende vender a nuestros niños su menú infantil como happy meal (comida feliz o menú de la felicidad), cuando en realidad deberíamos hablar de lo contrario. Lorente y García-Closas explican en estas páginas la diferencia entre la sensación inmediata tras consumir un alimento y su efecto a más largo plazo: lo que en un principio nos produce placer o satisfacción, puede convertirse a través de un complejo sistema de neurotransmisores cerebrales y mecanismos de inflamación, en tristeza y hasta depresión; es decir, volverse en nuestra contra. Los alimentos que se apuntan como beneficiosos en relación con la incidencia de trastornos depresivos serían las legumbres, las frutas y las hortalizas, el aceite de oliva virgen, el pescado y los frutos secos. Por el contrario, las grasas trans, presentes en múltiples alimentos procesados, suponen un factor de riesgo junto a la carne roja, los embutidos y los lácteos enteros.
Los hábitos alimentarios y las tradiciones gastronómicas esconden un verdadero, amplio e incomparable acerbo cultural que afecta a la agricultura, la pesca, las tradiciones y a un sinfín de ámbitos del entorno humano en esta parte del mundo que es el Mediterráneo. A lo largo de milenios los pueblos mediterráneos han sedimentado hábitos propios y reconocibles que trasladan a la mesa culturas y paisajes diferenciados y singulares. El Mediterráneo relaciona a la perfección, paisaje, agricultura y cultura. La plasticidad entre el hombre y el ambiente ha sido extraordinaria. Los alimentos, en el Mediterráneo, no son meramente nutrientes: nos convocan. Si bien cumplen una función nutritiva, satisfacen, en buena medida, placeres. Y expresan. Como en ningún otro lugar, cualquier mediterráneo puede asociar un día significativo de su vida a una comida compartida. «No nos sentamos a la mesa para comer, sino para comer juntos», decía Plutarco. La dieta, gesto esencial, es un elemento diferenciador de las comunidades y también el testimonio de una cierta manera de ser, de un cierto estilo de vida. Paisajes, cultivos, mercados, elaboraciones, sabores, perfumes, colores, fiestas, celebraciones... todo ello y más, declinado en la cocina, en el plato y sobre todo alrededor de una mesa. A la trilogía «trigo, vid y olivo», a las legumbres, a las verduras, a las frutas, al pescado, a los quesos o el yogur, a los frutos secos, hay que añadir un condimento esencial, quizás un ingrediente básico: la sociabilidad.