Si esto fuera Finlandia, este libro no existiría. Porque allí los alumnos son perfectos, los profesores son perfectos, las familias son perfectas y los institutos, por supuesto, son perfectos.
Aquí, como de finlandeses tenemos poco, más que perfectos somos humanos, por eso en nuestras aulas hay alumnos distópicos, que hacen un examen de 10 en un universo paralelo y sacan un 2 en el universo real; profesores multitarea, que tan pronto ejercen de animadores socioculturales como de psicólogos, enfermeros, seguratas o traductores simultáneos; y padres que hacen compulsivamente la ESO y se preguntan cómo suspenden sus hijos tras haberse estudiado con ellos hasta la última conquista de los Catholic Kings (en bilingual, claro).
Si eres alumno y odias al tipejo del «justifica tu respuesta», o si eres profesor y no recuerdas cuándo fue la última tarde que no estuviste pegado a un rotulador rojo, o si eres padre y empiezas a dudar de que la adolescencia se termine, este es tu libro. Y si aún crees, como el autor de estas páginas, que las tizas pueden cambiar el mundo, también lo es.
Fernando J. López.
Dilo en voz alta y nos reímos todos
Manual (gamberro) de supervivencia en secundaria.
A mis alumnos y compañeros, de quienes tanto he aprendido —y con quienes tanto me he reído— en estos años.
Y a todos los que seguimos creyendo que las tizas pueden cambiar el mundo.
ADVERTENCIA INICIAL
Esta NO es una obra de ficción.
Los acontecimientos, personajes, situaciones sonrojantes y hasta exámenes que aparecen en ella no son producto de la calenturienta imaginación del autor (y ya nos gustaría, ya).
Así pues, debido al alto grado de realismo hormonal, claustral y adolescente de estas páginas, nos vemos obligados a advertirles de que su contenido puede llegar a herir la sensibilidad del lector (si es que al lector le queda alguna todavía).
Por supuesto, cualquier parecido con personal docente, aulas de la ESO, pasillos de institutos, estudiantes, salas de profesores o padres de alumnos no es pura coincidencia.
FERNANDO J. LÓPEZ (1977) es novelista, dramaturgo, doctor cum laude en Filología Hispánica y profesor. Entre sus novelas destacan La edad de la ira (finalista del Premio Nadal), Las vidas que inventamos, La inmortalidad del cangrejo o El sonido de los cuerpos. También ha participado en antologías de relatos (Lo que no se dice, El cielo en movimiento) y es un reconocido autor de títulos destinados al público juvenil, como la novela transmedia Los nombres del fuego o El reino de las Tres Lunas.
Como dramaturgo, ha publicado y estrenado sus textos dentro y fuera de nuestras fronteras. Entre sus obras, representadas en Venezuela, Panamá o Estados Unidos, figuran Los amores diversos, Cuando fuimos dos, Tour de force, De mutuo desacuerdo o Las harpías en Madrid, esta última estrenada en el XXXIX Festival Internacional de Teatro de Almagro.
Actualmente compagina la creación literaria con la educación. De ambas facetas da cuenta esta obra en la que ofrece una visión crítica e irónica de su gran pasión: la docencia.
PARTE I
ANTES DE QUE SUENE EL TIMBRE
1. SI ESTO FUERA UNA PELÍCULA DE INSTITUTO…
Si esto fuera una película de instituto, la primera escena nos situaría en un lugar feo, deprimente e inhóspito donde se oirían disparos, sirenas, más disparos y más sirenas. Después de mostrarnos semejante horror, un antro con agujeros de bala donde no querríamos pasar ni cinco minutos, atravesaríamos la puerta de entrada y nos encontraríamos con que, por lo que allí se cuenta, soto existe una sola clase. Todo el instituto estaría resumido en veinte o treinta chavales de otras veinte o treinta nacionalidades que, por la cantidad de cosas y tragedias que les suceden, parece —eso sí— que fueran doscientos.
Si esto fuera una película de instituto, ese centro estaría compuesto por muchos pasillos, un gimnasio, una cafetería y un aula. El pasillo sería ese lugar donde los adolescentes se magrean, beben, cierran su taquilla de una patada o de un puñetazo (este plano les encanta) y, si el director se pone en plan social, unos cuantos estudiantes macarras linchan a algún alumno para denunciar muy sutilmente cuestiones como el bullying. En el gimnasio, claro, habría una enorme cancha de baloncesto llena de animadoras con pompones practicando coreografías imposibles y unos cuantos atletas entrenando (sí, porque la igualdad se ve que aún no ha llegado al cine de instituto) y en la cafetería, para no perder el toque sexista, ellas se sentarían en corro ejerciendo de chicas malas y criticando al resto mientras ellos hablan de ellas o, sencillamente, no hablan y se limitan a mirarlas.
Si esto fuera una película de instituto, el grupo de alumnos protagonistas sería muy conflictivo y, a ser posible, estaría bien cargadito de tragedias familiares de dimensiones shakespearianas que darían lugar a otras tantas situaciones de violencia extrema donde nadie, salvo el educador perfecto, podría intervenir. Y. claro, ese educador perfecto… ¡existiría! El docente ideal llegaría derrotado de una vida anterior (cualquier drama nos sirve para el prólogo: puede estar hundido y acomplejado porque le dejó su pareja, porque se suicidó su mejor amigo, porque se le fugó el perro o porque tiene una oreja más grande que otra), pero al fin encontraría en el aula su verdadera vocación (palabra de la que habrá que hablar más adelante) y destinaría su vida a salvar, en un solo curso, a todos esos chavales que pasarían de odiarlo a adorarlo en nueve meses donde a todos les cambiaría la vida Aplausos, ovaciones, flores, agradecimientos cargados de lágrimas o hasta un ejército de adolescentes subidos a una mesa como en El club de los poetas muertos, todo es posible como desenlace catártico tras semejante prodigio educativo.
Si esto fuese una película de instituto, la vida sería terrible durante ochenta minutos y perfecta durante los quince o veinte minutos finales. Habría mucho sexo en los baños del centro, tanto en los servicios de los alumnos como en los de profesores, y la biografía erótica de unos y otros daría para una serie tan inverosímil como Física o Química. Cada clase tendría un atleta vigoréxico, un friky informático, un gay gracioso, una intelectual incomprendida, una romántica tímida, una líder en potencia, un macarra con buen corazón, un macarra a secas (que si no hay malo en condiciones, el rollo shakespeariano no funciona) y una animadora cruel que acabaría encontrando la bondad en su fashionista corazón. Ninguno de ellos tendría otra faceta en su vida aparte de la descrita, de manera que no serían personas, sino etiquetas, hasta que el profesor perfecto viese en ellos su talento oculto y los convirtiera a todos en genios de futuros rutilantes y esperanzadores… Por supuesto, acabarían siendo grandes amigos entre si más allá de sus diferencias y en la escena final lo celebrarían cantando a diestro y siniestro en plan