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© 2017, Pilar Sordo
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Diagramación y corrección de estilo: Antonio Leiva
Diseño de portada: Departamento de Arte de Editorial Planeta
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© 2017, Editorial Planeta Chilena S.A.
Avda. Andrés Bello 2115, 8º piso, Providencia, Santiago de Chile
Inscripción Nº 283.006
1ª edición: octubre de 2017
ISBN Edición Impresa: 978-956-360-389-7
ISBN Edición Digital: 978-956-360-402-3
Diagramación digital: ebooks Patagonia
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A los niños y jóvenes de América Latina, por nuestra dificultad para entender la educación como un derecho que los debe preparar no solo como buenos técnicos o buenos profesionales, sino transformar en buenas personas que trabajen por conseguir sus sueños y ayudar a crecer a sus países
INTRODUCCIÓN
Qué emoción estar de nuevo aquí, compartiendo otra de mis caminatas por América Latina, esta vez intentando resolver una contradicción que me preocupa mucho. Desde que comencé este camino –con Viva la diferencia en el año 2005– he transitado escuchando a miles de personas y cada vez parece quedar más claro que la humanidad cambia todos los días en todas las dimensiones. Ha cambiado la concepción de la pareja, de la familia y de los roles. Hemos aprendido que sexo y género no son lo mismo, lo que se ha incorporado con naturalidad en la educación de nuestros hijos.
Asimismo, la educación también ha cambiado. La tecnología, por ejemplo, modificó, entre otras cosas, las formas de comunicación y de educación. Si bien hoy somos más cercanos y expresivos con nuestros hijos, tenemos serios problemas a la hora de poner límites y en la capacidad de entender que antes de ser sus amigos, somos formadores. La autoridad debe ser una expresión del amor que le tenemos a nuestros hijos que les ayude a configurar su propia libertad.
La educación pública y privada también cambiaron y están requiriendo cambios profundos de acuerdo a los tiempos, pues lo que hoy sucede es que se estudian contenidos del siglo XX para niños del siglo XXI.
Cambiaron también los paradigmas que rigen lo que entendemos por salud y los avances médicos nos han regalado treinta años más de vida, regalo que recibimos sin estar preparados para él y con el que no sabemos qué hacer. Por otro lado, la salud hoy la entendemos como algo integrado; al parecer, en algunos sectores se despertó la conciencia de que somos una unidad entre cuerpo, alma, mente y emoción, y es desde ahí que nos debemos conectar con los demás.
La conciencia de vivir en un planeta dañado nos ha hecho estar un poco más alertas a la hora de cuidarlo y estar pendientes de los cambios climáticos y de lo que debemos hacer para no contaminar y cuidar los recursos naturales que se han ido acabando por la ambición del ser humano de tener más y vivir lo más cómodo posible sin querer pagar ningún costo por ello.
Aumentó la conciencia de los derechos que tienen nuestros pueblos y, aunque todavía estamos en deuda con los deberes, la conciencia social nos ha hecho seres más pensantes y, en algún punto, más libres.
El mundo laboral también se modificó: ya es cada vez más importante que los empresarios entiendan que sus organizaciones son las personas. Si se tiene real preocupación por ellas y no se les ve solo como un medio para aumentar la productividad, todo funciona mejor. Se ha despertado un genuino interés por el otro, lo que se empieza a imponer por sobre el estricto rendimiento productivo económico.
La desigualdad importa tanto hoy como la pobreza y existen fuerzas que ya prueban que el crecimiento económico, por sí solo, no garantiza el desarrollo de una nación.
Todos estos cambios han generado una necesidad cada vez mayor de desarrollar en las personas habilidades que pasen por el mundo emocional más que por el racional, habilidades que todos debiéramos hacer florecer en el marco de la educación formal.
Existe un cierto consenso en que la humanidad transita hacia validar la existencia de seres humanos sensibles, sin prejuicios, solidarios, que busquen la equidad de muchos y no el bienestar de unos pocos, y donde las habilidades para expresar lo que se siente, solucionar conflictos, disfrutar de lo simple y desarrollar la bondad por sobre otros valores –como la astucia, por ejemplo–, entran a ser importantes no solo en la familia, sino también en las escuelas, universidades, institutos y cursos de posgrado.
La contradicción que he ido encontrando en mis caminatas es que si bien se necesita este tipo de ser humano noble, sensible y solidario, con muchas de las mal llamadas «habilidades blandas», estas no se educan en ninguna parte y las instancias donde se revisan son, la gran mayoría de las veces, desde el punto de vista cognitivo y no desde lo experiencial o emotivo, que es la única forma de que los cambios sean permanentes en el tiempo.
En este libro quiero, por primera vez, trazar una línea desde la familia hasta el mundo laboral, donde los invito a revisar por qué se produce esta contradicción y cómo se la podría solucionar desde las bases de la sociedad.
Quiero erradicar el concepto «habilidades blandas» y cambiarlo por otro que reconozca el valor que realmente tienen. No puede ser que a uno en la vida lo contraten por sus habilidades técnicas y cognitivas primordialmente y que luego lo despidan por no contar con aquellas «blandas» que nadie le ha enseñado. En los procesos de selección se revisan los currículums vitae solo analizando los aspectos del ser humano que fueron adquiridos en la educación formal dentro de los establecimientos educacionales y no precisamente en la vida, que es donde se aprende lo más importante. Como estas habilidades aprendidas en la vida no se han trabajado, en el ejercicio del trabajo se empiezan a notar los déficit en la dificultad para formar equipos, para empatizar con otros, para expresar emociones y para solucionar conflictos de manera conjunta.
En todos los países de América Latina se están revisando las pautas educativas y están en curso reformas que de alguna manera intentan ir de acuerdo a los tiempos y las necesidades. Igual parece haber «manos oscuras» a las que no les interesa que surja demasiada gente pensante y conectada con las emociones. Esto hay que desenredarlo para poder formar seres humanos conscientes de sí mismos, del otro y del medio en el que viven.
Por estos vamos a intentar ver qué pasa con las emociones en nuestros países, de qué forma estas se bloquean desde que somos pequeños, impidiéndonos sentir plenamente. Revisaremos también qué pasa con la educación formal que no parece incluir las emociones en las distintas etapas de formación; de qué manera, por ejemplo, los padres se «acomodaron» a las exigencias de los colegios y se ven en una tremenda dificultad para trabajar en equipo con las escuelas.
Seguimos sin devolverle la autoridad a los maestros que nosotros mismos les quitamos colocándonos en trincheras donde familia y escuela parecen enemigos y donde los únicos que se dañan son nuestros propios niños.
Contradicciones como las que hay entre el consumo –fuente de toda felicidad para muchos– y el hecho de necesitar cada vez menos son algunas de las que también intentaremos resolver, seguramente con más preguntas que respuestas.