Introducción
Sometimiento, ejercicio o rechazo de la violencia
Vivimos en un mundo violento. Aceptar este orden de cosas es aceptar la violencia. Si uno cree que no tiene otra opción que la violencia, no importa lo que haga, no podrá cambiar la dirección de los acontecimientos sociales, de su medio inmediato ni la dirección de su propia vida, aun cuando lo declame.
Aceptar la violencia no es solo ejercerla activamente, también es someterse a ella. Hay quienes la ejercen y quienes se someten a ella, pero hay quienes se rebelan contra la violencia. Aceptar (como víctima o victimario) o rechazar (para superar) la violencia son los dos posibles emplazamientos mentales desde los cuales estructuramos el mundo y actuamos en él.
Veamos un ejemplo simple: me toca hacer una larga cola en una oficina pública. Mientras espero, pienso en la mala atención. Yo tengo otras cosas que hacer y allí veo detrás del mostrador que algunos toman café y charlan. Finalmente cuando viene un empleado a atenderme tengo un fuerte registro interno de ira hacia él.
En esta situación se pueden dar respuestas diferentes:
Ejercer la violencia sobre el empleado: puedo gritar, insultar, expresar todo mi enojo y justificarlo porque «tengo toda la razón».
Someterme a la violencia y dejar que la ejerza sobre mí: me guardo el enojo, veo la situación como «normal», creo que no gano nada con expresar lo que me pasa, me siento sobrepasado.
Rechazar la violencia: dando al empleado el trato que me gustaría recibir si estuviera en su lugar, convirtiendo esa situación conflictiva en un desafío, una situación a transformar, que me deje a mí (y tal vez al empleado) con la sensación de haber aprendido algo, con la sensación de que yo no me violenté ni violenté.
Está claro que para nadie es fácil dar respuestas no violentas.
Hemos escrito este libro, para ofrecer una herramienta que ayuda a encontrar una respuesta no violenta en todo tipo de situaciones, cuando parece que no queda más alternativa que maltratar o ser maltratado.
La Regla de Oro, el Principio de Solidaridad, como cambio de emplazamiento mental
Decimos que aceptar o rechazar la violencia son dos posibles emplazamientos mentales desde los cuales estructuramos el mundo y actuamos en él. El emplazamiento mental es el conjunto de creencias que están a la base de nuestro comportamiento, y se manifiesta, entre otros aspectos, por la manera en que nos relacionamos con nuestros semejantes.
Nuestras actitudes también revelan cuál es nuestro emplazamiento mental. La actitud pragmática en la acción, cuando queremos resultados sin importar los procedimientos, es una actitud violenta. Por el contrario, cuando nos importan los procedimientos, independientemente de la efectividad de los resultados, estamos asumiendo una actitud ética. El actuar de modo no violento requiere esta actitud ética.
El emplazamiento mental de rechazo a la violencia se expresa en el principio: «Cuando tratas a los demás como quieres que te traten, te liberas». A este principio lo conocemos como la Regla de Oro o también como Principio de Solidaridad.
La Regla de Oro es un principio moral presente en diversos pueblos. En diferentes filosofías o religiones la encontramos formulada de distintas maneras. Platón dijo: «Que me sea dado hacer a los otros lo que yo quisiera que me hicieran a mí»; Confucio lo expresó así: «No hagas a otro lo que no te gustaría que te hicieran»; en el cristianismo encontramos: «Lo que quisieras que los hombres hagan contigo, hazlo tú con ellos».
Aunque este principio tiene raíces muy profundas en nuestra civilización, puede ser entendido de diferentes formas. Para algunos «trata a los demás como quieres que te traten» puede significar aceptar con resignación una situación de opresión o de humillación. Desde nuestro punto de vista, ni la resignación ni la cobardía tienen que ver con este principio.
Por otro lado, puede pasar que encontremos en este principio una herramienta útil para evaluar o dirigir el comportamiento de los demás. Eso no es aplicar la Regla de Oro. Es lo opuesto al espíritu de este principio pensar en utilizarlo para controlar o manipular a otros. Si uno quiere practicar este principio debe entender que utilizarlo nos posibilita ir construyendo nuestra vida personal como un camino coherente. Debemos estar dispuestos a aplicarlo en forma unilateral ya que, tal como enuncia el principio literalmente, es una referencia para la acción personal, nada dice acerca de la acción de nuestros semejantes.
La Regla de Oro como guía de conducta
Podemos pensar, ingenuamente, que una vez que hemos aceptado la propuesta del Principio de Solidaridad como una guía para nuestra conducta, y como una manera de dejar de reproducir la violencia, estaremos en condiciones de practicarlo. Intentar vivir de acuerdo con este principio no es siempre simple.
Una vez que nos tomamos en serio este Principio nos encontramos con un camino lleno de dificultades insospechadas, y es posible que empecemos a relativizarlo, a reformularlo a nuestra medida, según nuestros intereses.
Aunque es posible que estemos dispuestos a practicarlo con nuestros seres queridos, también con ellos encontramos dificultades que parecen insalvables. ¿Cómo dar a nuestros hijos un trato amable cuando estamos alterados, preocupados, presionados, etc.?
Si es difícil practicarlo con nuestros seres queridos, condicionados como estamos en nuestras compulsiones, ¿qué posibilidades tenemos de practicar este principio con aquellos otros por quienes sentimos indiferencia o rechazo por diferentes razones?
El Ejercicio de los personajes
Denominamos así a un procedimiento que da una pista para mejorar la conducta, una vez que uno ha tomado el Principio de Solidaridad como una guía y cuando uno está dispuesto a intentar su práctica en forma unilateral, sin expectativas. Habilita la acción concreta de dar a los otros el trato que queremos recibir, al tiempo que aprendemos a «develarnos a nosotros mismos en los demás», y a encontrar en el Principio de Solidaridad una manera «de avanzar en el conocimiento de nuestra propia vida».
La Regla de Oro propone: «Trata a los demás como quieres que te traten». Necesitamos entonces saber cómo queremos que nos traten, cosa que no siempre tenemos clara. El Ejercicio busca una señal de qué trato es el que queremos recibir por medio de la expresión de nuestras «quejas». Cuando me quejo, estoy diciendo que quiero que el otro haga algo distinto de lo que hace, que me dé un trato distinto del que creo que me da. Si me quejo de que alguien «no me escucha», está claro que el trato que quiero recibir es: «ser escuchado». Por eso, el Ejercicio propone «dar lo que pido». Cuando estoy tenso o climático, (ver clima*) «hago lo que pido». Además el Ejercicio tiene otra arista: permite integrar como «propia» la mirada de los otros. Esto se consigue revisando cuáles son las quejas que «creo» que los otros tienen de mí. Por eso, en realidad, la formulación completa que el Ejercicio de los Personajes propone es: «Hago lo que pido, como creo que me lo piden».
Al presentar el Ejercicio como una serie de preguntas y respuestas tal vez se pueda pensar que el Ejercicio puede reducirse a un cuestionario acabado. Pero no es así. No es un camino sencillo. Practicar el Ejercicio nos permite reconocer situaciones desintegradas, lo que nos pone en contacto con fuertes tensiones internas. Nos hace vivenciar una verdadera lucha entre personajes internos de la que no estamos seguros de antemano que saldremos bien parados.
Una vez aprendido, el Ejercicio puede ser aplicado en la vida cotidiana. Al comienzo puede ser útil contar con alguien con quien comentar y cotejar las respuestas que vamos dando. Ya sea que se trabaje solo o acompañado, será conveniente buscar precisión en las emociones, los personajes, las imágenes y las virtudes que el Ejercicio va planteando. Cuando se tiene más práctica, cada uno puede utilizarlo en toda situación cotidiana ante la que experimenta tensión* o violencia*.