Agradecimientos
L ibros como este están hechos de otros libros, por tanto, el primer agradecimiento es para los autores de todos esos libros, incluso (o especialmente) para aquellos con los que discrepo a lo largo de estas páginas. Las respuestas sugeridas por cada uno pueden diferir, pero compartimos una pasión por las cuestiones más profundas acerca del pasado distante y el futuro inmediato de nuestra especie.
Es muy extraño que en la cubierta de la mayoría de los libros solamente aparezcan uno o dos nombres, porque son el resultado del trabajo y de la atención de muchísimas personas. Las imperfecciones y los errores son fáciles de lograr por uno mismo, pero todo lo que vale la pena en este libro se lo debo a mis amigos, incluido mi editor en Avid Reader Press, Ben Loehnen, cuya inmensa paciencia he exprimido hasta el límite, y mi agente, Andrew Stuart. Muchos de mis amigos y familiares han leído generosamente (y a menudo releído) distintos borradores del texto. En particular me gustaría dar las gracias a Cacilda Jethá, a Frank y Julie Ryan, a Beth Ryan, a Miguel Romero, a Kyle Thiermann, a John Stevens, a Chris Bodenner, a Anya Kaats, a Erin Ginder-Shaw, a Hunter Maats, a Steve Herman, a Celeste Phillips, a Rick Moon, a Steve Hellinger, a Elena Arengo, a Mary Smith, a Simon Rex, a Yeshe Perl, a Don Mirra, a Oliver Thorpe y a Cheryl Hanna por toda la atención prestada y por sus comentarios incisivos pero delicados. En un momento dado del proyecto, me quedé sin energía y Naomi Norwood vino a mi rescate. Pasamos muchas mañanas realizando cambios, reestructurando y afinando. Sin su intelecto de rayo láser y su infinita generosidad, dudo que lo hubiera terminado.
Conclusión
Una utopía necesaria
El mundo es ahora demasiado peligroso para todo lo que no sea utopía.
R. BUCKMINSTER FULLER
C uando el periodista Bill Moyers preguntó a Isaac Asimov por la relación entre el ritmo de crecimiento de la población y «la dignidad de la especie humana», la respuesta de Asimov fue tajante: «Quedará completamente destruida —afirmó—. La dignidad va a desaparecer totalmente en un mundo superpoblado. La conveniencia y la decencia no pueden sobrevivir a esto. Al arrojar más gente al mundo, en síntesis, el valor de cada vida humana no solo declina, sino que termina por desaparecer». A veces parece como si en el mundo hubiera una cantidad limitada de calidad de vida y, a medida que la población global crece, hay menos para todos. Con cien millones de personas en el planeta habría abundante agua fresca, peces, espacio y energía para todos. Sin embargo, las economías en las que actualmente estamos atrapados prosperan con el crecimiento, incluso a costa del bienestar humano. El crecimiento ilimitado es la ideología de las economías convencionales y de la célula cancerígena.
Aun así, a pesar de todas las parrafadas malhumoradas que habéis leído hasta aquí, no me falta esperanza para nuestra especie (esto no es equivalente a decir que soy optimista). La esperanza abraza lo desconocido y lo que no puede llegar a conocerse, mientras que el optimismo es creer que todo estaba, está o estará bien. Estoy convencido de que no todo estaba, ni está ni estará bien, pero me gusta pensar que puedo estar equivocado. Cuando tengo una mañana muy buena pienso que puede que estemos avanzando hacia alguna especie de época utópica; cosas más raras se han visto. Por supuesto, si examinamos la historia con una mirada crítica vemos que las cosas se van a poner mucho peor antes de que mejoren. Parece que caminamos por el filo de una navaja: a un lado tenemos el colapso económico o ecológico total, con todas las florituras apocalípticas habituales; al otro, la constante fusión de la tecnología y la biología humana, hasta que terminemos siendo esclavizados o absorbidos por nuestra creación. Sin embargo, creo que sigue habiendo un camino que nos conduce a casa. El futuro que imagino (cuando tengo un buen día) se parece mucho al mundo que habitaban nuestros antepasados, lo que de alguna manera tiene sentido, puesto que muchos viajes terminan volviendo al lugar donde comenzaron.
La tesis de este libro es que las formas de progreso más duraderas y verdaderas a menudo son las que se construyen sobre la base de una comprensión del pasado. «Mejoras progresivas —escribía Jung en Recuerdos, sueños, pensamientos—, es decir, mediante nuevos métodos o gadgets, resultan a primera vista verdaderamente convincentes, pero dudosas en cuanto a su duración, y en todo caso se pagan muy caras. En ningún caso incrementan el bienestar, la satisfacción o la felicidad […]. Las mejoras que se basan en el pasado son generalmente menos costosas y más duraderas, pues se remiten a los caminos más sencillos y seguros del pasado».
No es de extrañar que acudamos a nuestro pasado en busca de orientación futura. La forma en que nuestra especie vivía en estado salvaje nos indica la mejor manera de diseñar nuestro zoológico moderno. Puede que nos encontremos en la cúspide de un futuro que hace tan solo unas décadas era inimaginable, un futuro en el que nuestra especie sortea muchas de las limitaciones que han dado forma a la historia de la humanidad desde que Göbekli Tepe quedara sepultado bajo la basura.
El aspecto positivo del Armagedón
El hombre es en el fondo un animal terrible y cruel. Lo conocemos como ha sido domesticado y educado por lo que hoy conocemos como civilización. De ahí que nos alarmemos cuando alguna vez sale a la luz su verdadera naturaleza. Pero siempre que desaparecen los frenos y las cadenas de la ley del orden dando paso a la anarquía, se presenta como realmente es.
ARTHUR SCHOPENHAUER
Cuando desaparece la civilización, vislumbramos la naturaleza humana en estado puro. Cuando las estructuras autoritarias que supuestamente nos protegen de nuestra tenebrosa naturaleza hobbesiana se derrumban en una nube de polvo y caos, generalmente el cielo se desata. En A Paradise Built in Hell: The Extraordinary Communities that Arise in Disaster (Un paraíso construido en el infierno. Las extraordinarias comunidades que surgen en el desastre), Rebecca Solnit documenta las respuestas frente a la calamidad de seres humanos de diversas culturas: no son respuestas de saqueo, sino de echar una mano. Después de examinar la literatura sociológica y cientos de relatos personales de supervivientes de catástrofes, llegó a la conclusión de que «la imagen del ser humano egoísta, presa del pánico o negativamente salvaje en tiempos de catástrofes tiene poco de verdad». Las investigaciones acumuladas durante décadas sobre cómo se comporta la gente en situaciones de terremotos, inundaciones y bombardeos muestran que nuestro comportamiento es el opuesto a lo que indica la NPP. «Algunas veces los desastres son una puerta trasera al paraíso —dice Solnit—, al menos el paraíso en el que somos quienes esperamos ser, en el que hacemos el trabajo que deseamos y donde cada uno es el guardián de sus hermanos y hermanas». Aunque esto pueda sonar a tarjeta de felicitación, las conclusiones de Solnit son peligrosamente subversivas. Invierten la corriente dominante neohobbesiana acerca de la naturaleza humana y las instituciones paternalistas que nos venden para protegernos unos de otros y de nuestros propios impulsos incivilizados. La NPP lleva miles de años insistiendo en lo mismo: «Recordad que homō hominī lupus est: el hombre es un lobo para el hombre». Pero esto es doblemente erróneo. Los cánidos son unos de los animales más cooperativos y sofisticados socialmente, y la historia del comportamiento humano en situaciones de catástrofe muestra que estamos lejos de ser unas criaturas ferozmente egoístas que nos volvemos unos contra otros en cuanto pensamos que nos podemos salir con la nuestra.
Dando un giro de ciento ochenta grados a la narrativa del desastre, Solnit halló que «en casi todas partes la vida cotidiana es un desastre que las calamidades a veces ofrecen la oportunidad de cambiar». ¿Os dais cuenta? Arriba es abajo, negro es blanco, y los terremotos, los tsunamis y los deslizamientos de tierra no son los auténticos desastres, sino alteraciones en el desastre mundano y actual que la mayoría de nosotros llamamos «vida normal».