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Pierre Dukan - No consigo adelgazar

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    No consigo adelgazar
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    2010
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No consigo adelgazar: resumen, descripción y anotación

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¿Ha intentado muchas veces perder peso sin lograrlo? Con este régimen usted lo logrará de forma eficaz, sin pasar hambre y con unos resultados sorprendentes. Más de 1 millón de lectores en Francia ya han adelgazado siguiendo los cuatro pasos de esta dieta, basada en el consumo de proteínas naturales y su combinación con el resto de los alimentos. Gracias a los consejos del doctor Dukan ya puede adelgazar sin pasar hambre, sin restringir las cantidades y sin necesidad de modificar sus hábitos. Este libro contiene las claves para lograrlo, así como recetas y menús donde no se deja de lado el placer de comer. Con el Método Dukan usted logrará adelgazar de forma inmediata y mantener su peso estable durante el resto de su vida

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No consigo adelgazar — leer online gratis el libro completo

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PREFACIO PARA LOS PROFESIONALES DE SANIDAD

Según la última Encuesta Nacional de Salud de 2006, más del 52 % de los españoles adultos padece sobrepeso (un 15 % de los adultos es obeso, y un 37%, padece de sobrepeso). La obesidad es causa de numerosas complicaciones cardiovasculares, e interfiere con otras patologías también muy frecuentes, como la diabetes e, incluso, el cáncer, y es causa de más de 30.000 muertes al año.

¿Quién se preocupa?

¡USTED! Pero no sabe qué hacer…

Le propongo mi método

No porque sea mío, sino porque al cabo de una vida, de 35 años de experiencia diaria, he terminado por convencerme de que es el mejor de los que conozco.

¿Pruebas?

Lo han probado más de tres millones de franceses, y a los diez años de su aparición el libro está en lo alto de todas las listas de ventas, por detrás de Harry Potter.

100 alimentos

Entre los más nobles y densos y que más llenan en el patrimonio alimenticio humano, unidos con la fórmula mágica: A VOLUNTAD.

4 fases

De la más rigurosa a la más flexible:

1.El ataque, corto y fulgurante.

2.El crucero, enconado hasta el Peso Justo.

3.La consolidación: 10 días por kilo perdido.

4.La estabilización definitiva: jueves de proteínas + renuncia a los ascensores + 3 cucharadas de salvado de avena de por vida.

174 médicos me han pedido permiso para ponerlo en práctica, fotocopiando las páginas de síntesis. ¡He respondido SÍ, y a usted también! Lo esencial es lograr el éxito. ¡Intentémoslo al menos!

DR. PIERRE DUKAN

Pte. Association RIPOSTE Monde

(Réaction Internationale Prévention Obésité Surpoids Toute Expertise)

PRÓLOGO. UN ENCUENTRO DECISIVO O EL HOMBRE QUE SÓLO DISFRUTABA CON LA CARNE

Mi primer contacto con la obesidad se remonta a la época en que, siendo un médico muy joven, practicaba la medicina general en un barrio de Montparnasse, mientras me especializaba en Garches en un servicio de neurología repleto de niños parapléjicos. En esa época tenía entre mis pacientes a un editor obeso, jovial, prodigiosamente culto, aquejado de un asma agotadora que yo le había aliviado a menudo. Un día vino a verme y, después de acomodarse en una butaca que gimió bajo su peso, me dijo:

—Doctor, siempre he quedado satisfecho de sus cuidados, me fío de usted, y hoy vengo a verle para que me haga adelgazar.

En aquel entonces yo sólo sabía de la nutrición y la obesidad lo que habían tenido a bien enseñarme en la facultad, que se resumía en proponer regímenes hipocalóricos, variantes de comidas en miniatura idénticas en todo a las normales pero con cantidades liliputienses que hacían sonreír y huir a los obesos, grandes vividores acostumbrados a vivir la vida a fondo y horrorizados ante la idea de tener que restringir lo que les hace felices.

Yo rehusé, farfullando, argumentando, con toda la razón, que no dominaba las sutilezas de esa ciencia.

—¿De qué ciencia habla? He visto a todos los especialistas de París, a todos los adelgazadores del lugar. He perdido por mi cuenta más de trescientos kilos desde la adolescencia, y los he recuperado todos. Tengo que reconocer que nunca he sentido una motivación profunda, y mi mujer me ha perjudicado involuntariamente porque me ha seguido amando a pesar de los kilos. Pero ahora me quedo sin aliento sólo con girar los ojos, no encuentro ropa que me vaya bien y, para decírselo todo, empiezo a tener miedo de dejar la piel. —Para terminar, añadió esta última frase que, por sí misma, desvió bruscamente el curso dé mi vida profesional— Póngame al régimen que quiera, prohíbame todos los alimentos que quiera, todo, menos la carne, la carne me gusta demasiado.

Y por un acto reflejo, en respuesta a su petición, recuerdo que le contesté sin tapujos:

—¡De acuerdo! Ya que le gusta tanto la carne, pase mañana por la mañana en ayunas para pesarse en mi báscula, y durante cinco días coma sólo carne. Pero evite las carnes grasas, el cerdo, el cordero y los trozos más grasos como el lomo o la chuleta de buey. Áselo todo, beba tanto como pueda y vuelva dentro de cinco días en ayunas para pesarse de nuevo en mi consulta.

—Muy bien, así lo haremos.

A los cinco días volvió. Había perdido cerca de cinco kilos. Yo no daba crédito a mis ojos, y él tampoco. Me sentía algo inquieto, pero él estaba exultante, más jovial que de costumbre, hablaba del bienestar recuperado, decía que ya no roncaba y rechazaba mis dudas:

—Voy a seguir, no me podría sentir mejor, la cosa marcha y disfruto.

Y se fue a entregarse a una segunda ronda de cinco días de carne, al tiempo que se comprometía a hacerse análisis de sangre y de orina.

Cuando regresó había perdido dos kilos más y, alborozado, me mostró los resultados del análisis de sangre, que registraba dosis perfectamente normales, sin azúcar, colesterol ni ácido úrico.

Entretanto, yo había pasado por la biblioteca de la Fa cultad de Medicina, donde me había dedicado a profundizar en las características nutritivas de las carnes y había ampliado mi interés por la gran familia de las proteínas, de las que son el más prestigioso adorno.

En cuanto volvió al cabo de cinco días, siempre en una forma espléndida y habiendo soltado otro kilo y medio, le indiqué que incorporara el pescado y el marisco, lo cual aceptó de muy buena gana, porque ya casi había probado todas las variedades de carne.

Cuando, al cumplirse los veinte primeros días, la báscula indicó que se habían perdido los primeros diez kilos, se analizó por segunda vez la sangre, y quedamos tan tranquilos como la primera vez. Me jugué el todo por el todo: añadí las últimas categorías de proteínas que me quedaban, e introduje sin ningún orden los lácteos, las aves de corral, los huevos y, para quedarme tranquilo, le pedí que bebiera más, hasta tres litros de agua al día.

De todos modos acabó por cansarse y aceptó incorporar verduras, cuya ausencia prolongada empezaba a preocuparme. Volvió cinco días más tarde sin haber perdido ni un gramo. Lo convirtió en argumento para reclamar que le devolviera a su régimen favorito y a todas las categorías de proteínas a las que se había aficionado y cuya total falta de limitación apreciaba más que nada. Se lo concedí a condición de que alternara este régimen con los rellanos de cinco días de combinación con verduras, citando un riesgo de carencia de vitaminas que él no creyó en absoluto, pero que aceptó debido a la disminución de su tránsito intestinal por insuficiencia de fibras.

Y así nació mi régimen de proteínas alternadas, y el interés por la obesidad y todas las modalidades de sobrepeso que se convirtieron en el eje de mis estudios y de mi vida profesional.

Una vez consolidado, he utilizado pacientemente este régimen, lo he mejorado y modelado a mano a fin de convertirlo en el régimen que hoy me parece el más adaptado a la psicología sumamente peculiar del gordo, y el más eficaz entre los que están compuestos de alimentos.

Sin embargo, con el paso de los días, descubrí con pesar que los regímenes de adelgazamiento, incluso los eficaces y bien aplicados, no resistían el paso del tiempo y, que por falta de una verdadera estabilización se perdían los resultados, en el mejor de los casos en una deriva sorda y lenta, en el peor en una recuperación masiva habitualmente causada por un problema afectivo, el estrés, desengaños y otros disgustos.

Para hacer frente a esta guerra de la que salían derrotadas la gran mayoría de las personas que adelgazaban, terminé por construir un régimen de consolidación del peso perdido, muralla defensiva contra las recuperaciones tempranas, las parciales que precipitaban al desánimo y después a estados de disgusto con uno mismo, de abandono total y de recuperación extrema. Había concebido este rellano de protección, encargado de reintroducir por fases sucesivas los alimentos básicos de una alimentación aceptable, para contener la violencia reactiva de un organismo desvalijado de sus reservas. Y para ocupar el tiempo de esta revuelta y hacer aceptable la transición, había adjudicado a este régimen una duración precisa, proporcionada a la pérdida de peso y fácil de calcular: diez días por kilo perdido.

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