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Sinopsis
Líos amorosos, heridos de bala, apuñalados, perturbados agresivos, alguna que otra sobredosis, accidentes de tráfico… ¿Por qué alguien en su sano juicio hipotecaría sus fines de semana para quedarse a trabajar en una Unidad de Cuidados Intensivos y por un sueldo mísero? Alguien a quien se le ha ido un poco la olla, ¿no? ¿O más bien alguien que ha encontrado su vocación salvando vidas?
Como Charlie, un enfermero recién licenciado cuya única manera de gestionar el estrés y la depresión laboral es haciendo memes; o Meri, su alocada mejor amiga, alma gemela y compañera de trabajo.
Ellos son los protagonistas principales de Trincheras en la UCI , y a través de ellos conoceremos una serie de historias divertidas y disparatadas, otras tiernas, algunas tristes. Todas ellas conmovedoras, porque están llenitas de ese humor negro, plagado de enredos, entresijos, mamoneos y salseos, sin el que difícilmente se sobrevive al trabajo en los hospitales.
TRINCHERAS EN LA UCI
Terapia intensiva de humor para alargarte la vida
Carlos Blasco
@memesuci
Para mi madre, por plantar en mí la semilla del amor a la enfermería, educarme en el esfuerzo y darme el garbo andaluz que lleva en las venas. Para mi padre, por apoyarme siempre, enseñarme a amar la música, por no dudar de mí y por inculcar su cabezonería maña en mi interior: has conseguido que no deje nunca de perseguir todo aquello en lo que creo. Y, ¡qué coño!, también para todos aquellos pacientes que me han hecho vivir las situaciones más surrealistas de mi vida y han hecho posible que escribir este libro fuera como una quedada con amigas para recordar todas las hazañas que hemos vivido hasta ahora.
Prólogo
Os preguntaréis por qué alguien en su sano juicio celebraría hipotecar los fines de semana a cambio de pasar tiempo con gente enferma que ni siquiera conoce y un sueldo de mierda. Además, el Día de la Constitución, el Día del Trabajo, Nochebuena, Nochevieja, la noche de Reyes… Absolutamente todas y cada una de las fechas importantes del año. Podría deciros que es por vocación, por ayudar a los demás y por la satisfacción de… bla, bla, bla; pero tampoco os quiero engañar. Aunque quizá un poco sí sea por eso, no me juzguéis tan pronto, pero la razón principal es… el salseo.
Como bien me enseñaron mis padres, trabajar en un hospital es la manera más fácil que tiene una persona normal y corriente de convertirse en protagonista de una telenovela venezolana repleta de todo tipo de anécdotas: líos amorosos, heridos de bala, apuñalados, perturbados agresivos, sobredosis, accidentes de tráfico y demás. ¿Suena suculento o no suena suculento? A primera vista, quizá no mucho dicho así, pero el estado adrenérgico que nos produce a quienes nos gusta el paciente crítico es similar a cualquier drogadicción que podáis haber estudiado en la Facultad.
Toda mi familia es del ámbito sanitario, así que las fiestas en las que podemos reunirnos acababan siendo un simposio de anécdotas que alternan entre lo grotesco y lo divertidísimo. Ya podéis imaginar a mi yo de pequeño, en miniatura, apoyado en la mesa del salón con los ojos como platos escuchando sus historias como quien va al cine por primera vez. Mi madre es enfermera y mi padre trabajaba en las ambulancias; de ese remix, he salido yo. ¿Qué podía salir mal? A todo esto, imaginaos a mi hermana, no sanitaria, escuchando con cara de repugnancia las muy escatológicas anécdotas de mis padres como el típico amigo que tenemos todos que no trabaja en el sector y te pide por favor: «¡no habléis de caca, que estamos comiendo!». Si estás leyendo esto y no eres del gremio, avisada quedas. En fin, que me voy por las ramas.
Cuando decidí que quería trabajar en un hospital, todo sonaba tremendamente emocionante. Hasta mi primer día.
Sudoración fría, nerviosismo, taquicardia, náuseas… Podrían ser perfectamente los síntomas del síndrome de abstinencia pero, desgraciadamente, solo me estoy describiendo a mí mismo en mi llegada al hospital después de graduarme. Por el aspecto que tenía mi cara, mis compañeros no sabían si ponerle la vía al paciente o ponerme una a mí. No le hubiera dicho que no a un suero glucosado. Era un cuadro, vamos, como todos cuando empezamos. Ya han pasado tres años y me sigo sintiendo el mismo novato, aunque ahora hable a los hemofiltros, le grite a las bombas y oiga alarmas en mi casa cuando todo está en silencio; vamos, que la quetiapina, antipsicótico que se da para la bipolaridad, me caía seguro. A alguna gente la mandan a terapia, a otra le pautan ansiolíticos, otros hacen deporte. Mi manera de gestionar el estrés es haciendo memes, como algunas ya sabréis. ¿Por qué hacer de mi vida un drama si puede ser una tragicomedia de Sálvame Deluxe con la mejor colaboradora de la prensa rosa —que es mi vida—, Meri? Ya la conoceréis, no voy a haceros spoiler todavía, pero creo que la vais a amar o la vais a odiar. Sin medias tintas. En esta historia, Meri es la persona con la que he vivido todas las situaciones que aparecen en los memes.
Risas, llantos, desesperación y frustración tan solo son unos cuantos ejemplos que se me ocurren ahora de emociones compartidas. En el hospital vivimos muchas situaciones en las que la carga emocional es altísima y eso, muchas veces, nos puede pasar factura. La muerte de un paciente joven, ver empeorar a otro con el que llevas días tratando y al que ya has cogido cariño, dar de alta a alguien por quien te has dejado la piel, el ingreso de uno de tus compañeros de trabajo… Todas estas situaciones vienen de la mano de emociones fuertes, emociones que necesitamos compartir con alguien, porque si nos las quedamos para nosotros, explotaríamos. Y ahí están, nuestras compañeras. A nuestro lado para compartirlas con nosotras y decirnos que es normal llorar, que es normal reír y que no se puede estar al máximo siempre, por más que la dirección del hospital espere eso de ti. También creo que por esa misma razón establecemos vínculos tan fuertes con nuestros compañeros, que se convierten en cuestión de poco tiempo, además de colegas de trabajo, en nuestros compañeros de vida. En nuestra familia. En fin, que me he vuelto a ir por las ramas.
Perdón, todavía no me he presentado. Aquí en la UCI me llaman Charlie, a partir de ahora vuestro enfermero hasta que acabe mi turno. Vengo a contaros por qué meterme en enfermería fue la peor y sobre todo LA MEJOR decisión que he tomado nunca, y cómo pasé de no saber ni cargar una medicación a empezar a dominar las mil y una máquinas que existen en la UCI.
Capítulo 1
Estreno en «Hospital Central»:
el primer día
Empezar a trabajar por primera vez en un hospital es algo similar a ir a la guerra, que te den un subfusil y te metan en medio del conflicto en, por ejemplo, Afganistán, sin que nadie te haya enseñado si quiera cómo usarlo. Bueno… o como si te mandan a la misma guerra pero sin arma. O directamente sin ropa. Las pasas putas, hablando claro. ¡Que no cunda el pánico! Después de pedir opinión a medio país, puedo decir que me he preparado bien para mi primer día o eso creo.
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