Agradecimientos
Junto con mi esposa,
damos las gracias a nuestros seis hijos,
de los cuales cinco los vimos nacer,
y cuatro de ellos aún nos siguen ayudando a conocernos,
enseñándonos muchas cosas sobre la vida, las relaciones y el amor.
Índice
Prólogo
H ace diez años salió a la luz la primera edición de Educar sin maltratar , un trabajo dedicado a ayudar a aquellos padres interesados en educar a sus hijos desde una perspectiva que omitía la violencia física y psicológica. Tres años más tarde complementaba aquel título con un nuevo texto: Este adolescente necesita otros padres. En este caso, intentaba contribuir a la demanda de muchos padres que debían lidiar con hijos adolescentes y necesitaban más recursos para esta etapa específica.
Por los testimonios que he recibido, estos dos libros han podido asistir en más o menos medida a muchas familias, orientando y dando pautas a los padres y madres para ayudar a sus hijos en su desarrollo personal. Pero en estos últimos años he podido observar, en mi labor de terapeuta familiar, nuevos aspectos de gran trascendencia no tratados en los anteriores volúmenes y que inciden de forma determinante en la armonía de las relaciones, en el éxito de los procesos educativos y en la resolución de los conflictos familiares. Por esta razón, Nuestros hijos, nuestros maestros toma algunos conceptos de los anteriores tratados actualizándolos e hilándolos con los nuevos conocimientos y experiencias vividas en mi práctica profesional.
Para dar una idea de estos aspectos a los que estoy haciendo referencia, citaré tres de ellos que a lo largo del libro serán tratados ampliamente e ilustrados con ejemplos para que el lector pueda valorarlos y asimilarlos fácilmente.
Los hijos como reflejo de los padres . De todos es sabido que nuestros hijos reciben nuestra herencia genética, pero también reciben una herencia anímica que podremos observar en su carácter y repertorio de conductas. Esto significa que muchas de ellas reflejarán nuestros comportamientos. Este factor, que puede parecer obvio, no suele valorarse con la importancia que tiene, mucho más cuando una determinada conducta de los hijos es rechazada por nosotros. Entonces, hay que salvar dos dificultades: la primera es reconocer la conducta rechazada como perteneciente a nuestro propio repertorio de conductas; la segunda dificultad consiste en entender que al cambiar nuestro comportamiento disfuncional también cambiará el del hijo.
Los hijos como consecuencia de los padres . Nuestros hijos nos mostrarán cuán eficientes somos en su educación conforme vayan creciendo. Cada vez que tengan que enfrentar una situación que demande de ellos la competencia de determinados valores, mostrarán en qué medida han sido asimilados. Comprobaremos cuán buenos somos como padres y educadores, qué cantidad de aspectos propios y de nuestra familia de origen les estamos transmitiendo y cuántos de ellos les ayudan en su desarrollo o les limitan para formarse como personas cabales.
Los hijos como proyección de los padres . Aunque nuestros hijos son seres únicos siempre llevarán nuestra huella consigo, no importa lo que estudien ni la profesión que elijan. Pero el que posean una parte nuestra y sean representantes del sistema familiar allí donde vayan, no implica que nosotros como padres hemos de condicionar su particular idiosincrasia, sus proyectos y su destino. Es la Vida la que nos los ha confiado para ayudarlos a crecer y a capacitarlos para que puedan realizar su aportación personal a la sociedad y a la generación a la que pertenecen.
Hay otra parte importante en el desarrollo de los hijos que no se encuentra bajo el control de los padres. Existen, sin duda, otros factores, tanto sistémicos (pertenecientes a otras generaciones familiares) como ambientales, que los padres pueden observar y tratar de resolver o paliar de forma indirecta, sin incidir sobre el hijo para no reforzar más el problema. Tomar conciencia de esta área de influencia en el proceso evolutivo de los hijos puede marcar una diferencia determinante en el tipo de vida que más tarde vivirán.
Haremos un recorrido a lo largo de nueve capítulos por una serie de aspectos fundamentales para realizar con eficiencia este oficio de padres.
En el primer capítulo reflexionaremos sobre algo tan esencial como es el amor a los hijos, el cual no solamente es un sentimiento que puede depender de las circunstancias y transformarse en otro sentimiento opuesto en un momento dado, sino también el compromiso de la entrega, fruto de un amor comprometido con la tarea de la educación.
Seguidamente, en el segundo capítulo reflexionaremos sobre las necesidades anímicas fundamentales que tienen los hijos y, por extensión, los padres como seres humanos. Podremos comprender por qué los hijos tienen malos comportamientos, los cuales se relacionan directamente con alguna de estas necesidades insatisfechas, aspecto imprescindible para ayudarlos auténticamente.
En el tercer capítulo descubriremos por qué en muchas ocasiones no nos comportamos adecuadamente con nuestros hijos; reflexionaremos sobre las múltiples proyecciones inconscientes que hacemos sobre ellos, las cuales generan la mayoría de comportamientos reactivos y les cargan frenando o perturbando su desarrollo natural.
Luego, en el cuarto capítulo, buscaremos la forma de liberar a nuestros hijos de las cargas que ponemos inconscientemente sobre ellos y, a su vez, una fórmula práctica para seguir creciendo interiormente como personas y como padres, asegurando así el no dejar de ser los referentes que nuestros hijos necesitan.
El tema de los valores como guías del proceso educativo lo trataremos en el quinto capítulo: los valores personales, los que corresponden a los padres como educadores, los que se relacionan con la comunicación y aquellos que se relacionan con el área más espiritual del ser humano, instrumento esencial para la labor educativa y el mutuo progreso.
Necesariamente, en el sexto capítulo abordaremos la etapa de la adolescencia, puesto que es la que suele dar más quebraderos de cabeza a los padres y en la que también afloran aquellos aspectos que se han mantenido ocultos pero latentes durante los primeros años.
Ya en el séptimo capítulo se presentan una serie de recursos para sacar lo mejor de nuestros hijos, trabajando de forma indirecta a través de nuestras capacidades anímicas, que muchos padres desconocen.
En el octavo capítulo compartiremos algunos apuntes prácticos sobre una cuestión actual referente a los distintos tipos de familia y cómo manejar de la mejor manera la situación de divorcio con los hijos.
Finalmente nos prepararemos para permitirles vivir su propia vida sin interferir en ella ni condicionarla, sintiendo que como padres hemos intentado hacer las cosas de la mejor manera que nos ha sido posible. Y, aunque seguramente hemos cometido errores y los seguiremos cometiendo, en nuestra voluntad está el hacer las cosas cada día mejor.
Introducción
Antes de casarme tenía seis teorías sobre cómo educar a los hijos. Ahora tengo seis hijos y ninguna teoría. John Wilmot |
E l oficio de padres y madres solo podemos aprenderlo cuando tenemos hijos: estos son los que sacarán a la luz lo mejor y lo peor de nosotros. Nunca podremos llegar a conocernos realmente hasta que eduquemos, cuidemos y disfrutemos de nuestros hijos. Ellos van a reflejar en su forma de ser y de comportarse atributos que hemos heredado de nuestros padres, sentimientos e impulsos que hemos reprimido a lo largo de nuestra vida, carencias y frustraciones, así como aquellos méritos y logros que hemos alcanzado por nosotros mismos.