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«Desayuna como un rey, almuerza como un príncipe y cena como un mendigo».
E stoy segura de que has escuchado este dicho popular muchas veces. Por medio de él nos han inculcado durante años que es vital desayunar, y hacerlo en grande como si fuésemos de la realeza, con un gran derroche de abundancia: huevos fritos, tocinetas, cereales, panes, mantequilla, leche, ¡y pare usted de contar!
Al parecer yo no pertenecía a esta clase de personas porque no me gustaba comer por las mañanas; muy rara vez he amanecido con hambre y el hecho de tener que preparar un desayuno siempre era una complicación de tiempo, además representaba algo más que hacer antes de salir de mi casa por las mañanas. Claro que cuando vivía con mis padres desayunaba, aunque sin hambre; sin embargo, con el tiempo fui dejando de desayunar y era muy feliz bebiendo solamente un par de tazas de café en su lugar y comiendo a partir de la hora del almuerzo.
Aunque no extrañaba el desayuno, el no comerlo me hacía sentir culpable y con esa sensación de que estaba haciendo algo malo. Por todas partes escuchaba que el desayuno era la comida más importante del día, además, que era necesario para tener energías, comenzar bien el día, activar el metabolismo y, por supuesto, también oía que tenía que comer al menos tres veces diarias. Eventualmente me di por vencida y traté de ver al desayuno con otros ojos; poco a poco fui forzándome a comer sin hambre y comencé a observar que, en lugar de mantenerme llena por más tiempo, después de desayunar se me despertaba el apetito más pronto que cuando no comía por las mañanas, y eso me hacía comer aún más durante el resto del día. Varias veces hice el experimento de dejar de comer en la mañana para ver cómo reaccionaba mi apetito y pude comprobar que los días en que no desayunaba mi apetito era normal, mientras que el hambre que sentía dos horas después del desayuno me parecía exagerado y fuera de lugar porque acababa, como quien dice, de comer.
Al principio comía igual que todo el mundo, huevos fritos o revoltillo, arepas con queso, cereales, panquecas con sirope, en fin, lo que nos dicen que debemos consumir en la mañana. Pero fui cambiando el menú a medida que aprendía sobre nutrición, eliminando casi todos estos alimentos de mi dieta diaria, comenzando por el azúcar, pero no solo la de mesa, sino la que está en casi todos los productos procesados como los cereales, panes y panqueques. Por eso los deje de comer y también fui sacando de mi lista de compras productos procesados que tienen una cantidad de ingredientes con nombres que ni podemos pronunciar y que no son naturales ni forman parte de una alimentación sana, aunque en sus envoltorios y paquetes digan lo contrario.
La situación fue empeorando ya que las opciones para el desayuno se iban reduciendo al no querer comer más trigo por aquello del gluten, y porque luego, en mi transformación alimenticia, comencé a dejar de comer huevos y queso, en un intento de no contribuir con el terrible trato que reciben los animales utilizados industrialmente, a pesar de no ser vegana. Así que comencé a experimentar con ensaladas para el desayuno, que por cierto me caían muy bien, también comía cereales de germinados, tofu (orgánico, por supuesto), frijoles, vegetales y de vez en cuando pan de granos germinados.
Todo esto lo hacía con la intención de cumplir con mi deber y desayunar todas las mañanas por aquello de que era la mejor forma de comenzar mi día. Pero no cambió el hecho de comer sin hambre por las mañanas, porque a pesar de que una vez que uno comienza a desayunar todos los días, el cuerpo siente hambre temprano, yo solo lo sentía algunas veces. También seguía siendo otra preocupación más por las mañanas, la preparación, las compras, etc. Definitivamente el desayuno no ha sido mi comida favorita.
Por eso me interesé tanto cuando descubrí que existía una forma de comer en la cual se podía evitar el desayuno y de inmediato me puse a investigar. Se trataba del ayuno intermitente, un patrón alimenticio donde se alternan periodos de alimentación con periodos de ayuno, es decir cuando no se come nada.
Muy pronto me di cuenta de que no se trataba de la última dieta de moda, o de una dieta de restricción calórica de esas en las que se pasa un hambre terrible y nunca funcionan, ya sea porque uno se rinde o porque el cuerpo en su inmensa inteligencia eventualmente se adapta a las pocas calorías y detiene la quema de grasa y pérdida de peso. Me parecía un método muy conveniente no solo para mí y mi dilema con el desayuno, sino también para los muchos seguidores de las redes sociales que después de realizar conmigo el reto detox, con jugos verdes, estaban felices con los resultados y querían que les dijera cómo comer, qué dieta seguir para continuar sin perder los resultados del detox. Nunca he creído en dietas y por eso mi respuesta no siempre era fácil para la mayoría, yo les aconsejaba un cambio en el estilo de vida casi radical que los iba a ayudar a mantener esos resultados y a mejorar la salud y el bienestar en general.
¿Debemos desayunar?
Hoy en día la idea de que es necesario desayunar está siendo abiertamente cuestionada. Existen pocas evidencias científicas que confirmen la creencia de que el desayuno es la comida más importante del día, que nos da la energía que necesitamos, que es esencial para activar el metabolismo desde temprano y perder peso.
Un estudio que comparó durante dieciséis semanas los efectos de desayunar o no en doscientos ochenta y tres adultos con sobrepeso, concluyó que no había ninguna diferencia significativa en el peso entre ambos grupos. En su libro The Obesity Code (El código de la obesidad), el doctor Jason Fung se refiere a otro estudio donde se encontró que el metabolismo no se detiene cuando no se desayuna, ya que el gasto energético era el mismo desayunando o sin desayunar.
Él explica de forma muy sencilla por qué no es necesario desayunar:
Pensamos que necesitamos recargarnos para el día que se nos viene. Pero nuestro cuerpo ya lo ha hecho automáticamente. Cada mañana, justo antes de que nos despertemos, el ritmo circadiano natural le da al cuerpo una fuerte mezcla de hormona del crecimiento, cortisol, epinefrina y norepinefrina (adrenalinas). Este coctel estimula al hígado a hacer nueva glucosa, dándonos esencialmente una inyección de cosas buenas para despertarnos.
Esto es lo que se conoce como el fenómeno del amanecer y quizás explique por qué muchas personas como yo, no tienen hambre al despertarse, pero sí están listas para comenzar el día con energía.
Paul Bragg en su libro The Miracle of Fasting [El milagro del ayuno] afirma algo parecido. Para él, el desayuno no es necesario porque el cuerpo ha estado descansando mientras duerme y no ha gastado energía, además, dice que un desayuno pesado puede robarle al cuerpo la energía que acumuló durante el reparador sueño que hace que la persona amanezca con su energía física, mental y espiritual en los niveles más altos.
Si lo analizamos bien, todo esto tiene sentido. La idea de dormir es descansar y recuperar fuerzas, ¿por qué vamos a necesitar algo que nos dé energía al levantarnos después de haber dormido toda la noche? ¿No debería nuestro cuerpo estar descansado y lleno de energía cada mañana? Claro que existen condiciones que no les permiten a algunas personas tener un sueño reparador, pero inclusive en estos casos el desayuno tampoco funciona como un gran energizante que automáticamente los llena de vitalidad para enfrentar el nuevo día.
Mi secreto
Cuando comencé a experimentar con el ayuno intermitente, una de las cosas que decidí hacer fue no mencionarle a nadie el hecho de que no estaba desayunando, a menos de que fuera estrictamente necesario, porque cada vez que le decía «mi secreto» a alguien la reacción era la misma: me recordaban que el desayuno era la comida más importante del día, que tenía que desayunar para activar el metabolismo, y criticaban el hecho de que siendo yo la experta en salud de la televisión no entendiera lo importante que era desayunar. En fin, me daban muchos argumentos que no estaba dispuesta a debatir porque no me harían cambiar de opinión y hacerme desistir de mi experimento con el ayuno intermitente, así que continué probando secretamente este nuevo patrón alimenticio.