Introducción
E l minimalismo llegó a mi vida el mismo mes que cumplí treinta años. Estaba empezando a salir de una larga depresión con la ayuda de alguna terapia y me sentía preparada para darle un giro completo a mi existencia. Contaba con un buen trabajo, una carrera exitosa y una casa bonita. Tenía todo lo que una persona joven podía desear y sabía que mi situación era privilegiada. Sin embargo, vivía sobrepasada por el estrés y los problemas, y me sentía atrapada en una vida que yo no había elegido y a la que no le veía salida.
Cuando oí hablar por primera vez de «minimalismo», sentí la necesidad repentina de liberarme del exceso de cosas materiales y de vivir de una forma más simple y lenta, más conectada con la naturaleza, como cuando era niña y los días parecían eternos mientras me dedicaba a observar plantas y bichos en el jardín. De repente, lo vi claro: no necesitaba otro par de zapatos, ni un teléfono nuevo, ni más reconocimiento a nivel profesional, ni más dinero. Lo que necesitaba era recuperar esa sensación de libertad y ligereza que había perdido años atrás.
Quería centrarme en lo importante y liberarme de lo superfluo. ¡La idea era tan simple y tan poderosa al mismo tiempo! No se trataba de otra teoría abstracta, sino de algo concreto y práctico. Llevaba años filosofando sobre el sentido de mi vida, y el minimalismo me motivó a pasar por fin a la acción y sacar de mi casa todo aquello que no me aportaba un valor evidente. Allí donde dirigía la mirada, veía objetos que no necesitaba y que me estorbaban, así que me puse manos a la obra.
El cambio fue inmediato. A medida que despejaba mi hogar, descendía drásticamente mi nivel de estrés hasta el punto de que recuperé la pura alegría de existir. Ese mismo verano dejé mi trabajo, mi casa y la ciudad donde vivía. Me fui ligera de equipaje a explorar la vida fuera de mi zona de confort, dejando atrás el materialismo para dedicarme a vivir aventuras inolvidables. Después de todo, son los momentos felices compartidos con personas amadas los que cuentan al final de nuestra vida, y no nuestras posesiones.
Estaba tan fascinada con lo que me estaba ocurriendo, que sentí la necesidad de compartir mi descubrimiento con el mundo, y así es como nació Minimalistamente, un canal de YouTube donde he estado documentando mi evolución en tiempo real, compartiendo semana tras semana mis aprendizajes y también mis dificultades. Desde 2016, Minimalistamente sigue creciendo como una gran comunidad que ya tiene vida propia, y siento que me ha dado mucho más de lo que yo le he dado a ella. La interacción con mi audiencia supone un aprendizaje constante para mí, y me siento profundamente agradecida con todos los que me han acompañado en este viaje, por contribuir a extender este movimiento que está ganando popularidad rápidamente y que creo que tiene el potencial de transformar el mundo.
En este libro quiero compartir contigo de una manera quizá más estructurada los aprendizajes fundamentales que me ha proporcionado el minimalismo estos últimos años, y la transformación que ha supuesto en las diferentes áreas de mi vida, mucho más allá del orden en casa. No me considero una experta en ningún tema en particular, pero quiero compartir mi vivencia, como testimonio de la magia que puede producirse cuando bajas el ritmo y utilizas el poder de lo simple.
Hoy en día me dedico a lo que más me gusta, puedo moverme con libertad por el mundo y estar con las personas a las que quiero. Sigo teniendo problemas, como todo el mundo, pero mi paz interior permanece inalterable, porque sé que lo que verdaderamente necesito lo llevo siempre conmigo. El minimalismo me ha hecho libre, y te puede liberar a ti también. Espero que mi historia y mis reflexiones te sirvan de inspiración y que este estilo de vida te proporcione tantas alegrías como a mí.
Mi casa, mis cosas
Una pila de pantalones cae sobre mis pies al abrir la puerta del armario. Son las ocho de la mañana y me estoy preparando para ir a trabajar. Refunfuñando, coloco de nuevo los pantalones en su estante y los apretujo con fuerza para que no vuelvan a salir despedidos. A continuación, revuelvo en una bola de ropa del estante superior. Mis camisetas favoritas están sucias y no encuentro nada decente para vestirme hoy. «Uf, estoy fatal de camisetas», me digo, a pesar de que hay tantas que no alcanzo a ver las que están detrás. Opto por otra estrategia, me pongo una falda diferente para que me combine con una de las camisetas, pero cuando me miro al espejo no me convence. Después de cambiarme tres veces de modelito y haber dejado prendas arrugadas por toda la habitación, se me ha hecho tarde y salgo de casa sin desayunar y corriendo para no perder el autobús.
E sta era una escena que se repetía a diario. La ropa desbordaba mi enorme armario doble empotrado, las dos cajoneras del dormitorio y las dos del pasillo, y además contaba con dos estanterías llenas de zapatos. Me avergonzaba de mi desorden y culpaba a los duendecillos del armario, esas traviesas criaturas que hacen de las suyas y lo revuelven todo mientras duermes. Me quejaba y ponía mil excusas sin caer en que, tal vez, tenía demasiadas cosas.
Me di cuenta del problema de golpe, cuando encontré por casualidad un vídeo que hablaba del minimalismo como estilo de vida. Fue como quitarme una venda de los ojos. La realidad me dio una bofetada y supe que mi vida estaba a punto de cambiar para siempre. Escuchar las maravillas que describía el vídeo acerca de «cómo vivir con menos te hace libre» me llenó de motivación, y me obsesioné con la idea de poder guardar todas mis cosas en un solo armario, o incluso en una mochila. En un momento en el que todo mi mundo se derrumbaba, necesitaba probar cosas nuevas para romper viejos patrones, y estaba dispuesta a cometer locuras con tal de cambiar mi vida. La ventaja de tocar fondo es que pierdes el miedo a equivocarte y, dadas las circunstancias, no tenía nada que perder. No lo pensé dos veces y me puse manos a la obra.
Nos identificamos tanto con nuestra indumentaria que llegamos a creer que define nuestro valor personal
Decidí empezar con el ropero porque era el punto más conflictivo de mi casa, donde más caos se generaba. El suelo de mi dormitorio estaba siempre sembrado de ropa arrugada y poner la lavadora era una odisea. Perdía mucho tiempo y energía luchando contra los duendes del armario, que parecían estar conquistando toda la casa mientras yo seguía comprando más ropa a pesar de que tenía suficiente para vestirme durante años. Y eso que, en el fondo, siempre me ponía mis cuatro prendas favoritas. Compraba para distraerme de mis problemas, y en ocasiones porque no tenía nada limpio o no encontraba lo que me quería poner. A esto se le sumaba una creciente obsesión por mi imagen y la opinión que otras personas tenían de mí.
La sociedad de consumo nos ha hecho creer que para ser personas de éxito debemos moldear nuestra imagen según el capricho de las últimas tendencias. No negaré que la moda es una forma muy potente de comunicación y de creatividad y, personalmente, me da mucha satisfacción expresar mi personalidad a través de mi vestuario. El problema es que nos identificamos tanto con nuestra indumentaria que lle gamos a creer que define nuestro valor personal. Inexplicablemente, acabamos aceptando la absurda idea de que cuanto más abundante y lujoso sea nuestro fondo de armario, más nos apreciarán y más felices seremos.