¿Será posible escribir un libro destinado a las personas con diabetes que no se limite a proporcionarles información sobre la enfermedad, sino que los oriente y, especialmente, los ayude frente a las dificultades e inconvenientes que encuentran a diario, para tratar de alcanzar un buen control de la misma?
¿Resultará factible, además, que el contenido de su texto sea a un mismo tiempo atractivo, didáctico y esperanzador; claro, simple, ameno… y de probada utilidad práctica para el lector?
Estas dos preguntas, amplias y desafiantes, me acompañaron de manera continuada en los últimos años y aún no he podido elaborar una respuesta certera, en uno u otro sentido. Pero tan ambiciosas cualidades confluyen, idealmente, en el libro que soñé escribir… ¡que a partir de estos párrafos preliminares trataré de hacerlo realidad... con lo mejor de mí mismo!
¿Por qué quise escribir este libro?
Esencialmente, por mi firme convicción de que, a través de sus páginas, conseguiré hacer realidad lo que anhelo y ha sido mi esperanza perdurable: orientar y ayudar a numerosas personas con diabetes que “no saben qué hacer”, en el afán de poder controlar o sobrellevar esta enfermedad. Que dilapidan tiempo, energías y dinero buscando una “solución mágica” que no encuentran, o tan siquiera la posibilidad de que “se les haga menos complicado” tener que enfrentarse con un adversario que, a un mismo tiempo, temen pero descuidan, en una actitud casi tan provocativa como irracional.
En parte, quizá, porque se han ido dejando convencer con ideas erróneas, incorporadas en el inconsciente colectivo de la población, según las cuales para dominar la diabetes se necesita hacer tantos sacrificios que en la práctica se vuelve poco menos que imposible llevarlos a cabo… ¡Y renuncian a intentarlo!, llegando de tal forma a convalidar la genuina convicción de los médicos expertos, según la cual “el tratamiento de la diabetes es fácil; lo difícil es el tratamiento del diabético”.
¿Por qué? Con mucha frecuencia, porque estas personas, en general, se resisten a “obedecer órdenes” en procura de lograr que se normalicen los valores del azúcar en la sangre (glucemia).
Pero, además, porque reciben tantas recomendaciones —y no poca vigilancia familiar— respecto de la forma en que deben comer; deben hacer ejercicios o caminatas, deben evitar el trabajo excesivo… ¡y hasta las preocupaciones de la vida cotidiana!, que se sienten empujados a embarcarse tras lo que imaginan una verdadera hazaña, que presuponen muy difícil de lograr y, más aún, de mantener en el tiempo.
Consejos, consejos y más consejos que, en la práctica, todos los individuos desoyen o desatienden —niños, jóvenes o adultos, con diabetes o sin ella—, en razón de que, por ser unidireccionales (“haz esto” o “no hagas lo otro”), encierran verdaderas órdenes disfrazadas, “elegantemente envueltas en papel de celofán”.
¿Y esto tiene solución? ¡Por supuesto que sí! El tratamiento moderno de la diabetes, conducido por profesionales experimentados en la asistencia médica de estas personas, logra ayudarlas en lo que más les cuesta y necesitan: que se les haga más sencillo y posible el cambio de viejos hábitos, perjudiciales para su salud, por hábitos nuevos que sean beneficiosos. Sin tener que realizar esfuerzos sobrehumanos para conseguirlo.
¿Cómo lograrlo? En mi experiencia asistencial he aprendido que la comunicación persuasiva, sin reprimendas ni reproches, señalando alternativas a elegir libre y voluntariamente por cada persona, es capaz de producir verdaderos milagros en el cambio de conducta de los individuos.
Entre otras cosas, hay que enseñar a usar ese don prodigioso llamado inteligencia, del que por su propia naturaleza están dotados todos los seres humanos, incluidos aquellos que no lo advierten.
También hay que sacarle provecho al subconsciente, maravilloso y oculto legado de mayor poder aún que la más moderna computadora creada por el hombre, a pesar de lo cual este último poco conoce y menos lo emplea.
Asimismo, haciéndoles sentir y tener presente que los diabéticos no son diabéticos, sino que tienen diabetes o padecen diabetes. Son personas.
¡Elemental, Watson!, tan elemental que —vaya paradoja— resulta con frecuencia olvidado de manera inconsciente por muchos allegados que, sin advertirlo y con el noble afán de ayudar, les exigen que realicen una serie de cambios en su conducta de vida, muchas veces de manera impaciente o imperativa. Como si se tratara sólo de hacer zapping con un control remoto, para desterrar costumbres adquiridas la mayoría de las veces a lo largo de toda una vida.