INTRODUCCIÓN
¿Has despertado alguna vez con una sensación de náuseas y con la paranoia de que anoche, en el coctel del trabajo, se te escapó un comentario incorrecto con la persona menos indicada? ¿Has sentido que es propio de antisociales no emborracharse en el cumpleaños de un amigo? ¿Has pasado por una resaca que sólo puede curar un Bloody Mary en el brunch? ¿Te has molestado contigo mismo por haber terminado una botella entera de vino cuando sólo pensabas beber una copa en la cena?
Si lo anterior te resulta familiar (y sí que lo resultó para mí) seguramente ya sabrás que deberías reducir tu consumo de alcohol. Pero, al mismo tiempo, tal vez no quieras hacerlo. Beber es divertido, festivo, aumenta tu confianza cuando tienes un buen día, y también reduce tu estrés cuando vienen días malos. Gracias a la presencia permanente del alcohol en la música, el cine y la televisión, sin mencionar las publicaciones en Facebook e Instagram, estamos socialmente programados para beber. Nuestras reuniones familiares se percibirían extrañas sin el vino. Nuestras familias urbanas se construyeron a base de tragos. Ya sea al conectarnos con colegas, con una nueva pareja o con las amigas del «club de mamás», casi siempre se presenta el alcohol.
Puede que creas, como creía yo, que los abstemios son pretenciosos y aburridos. Incluso las palabras que significan no beber, como sobrio y seco, tienen significados distintos, como «sin humor» y «apagado». Y los que no beben mucho parecen bastante menos divertidos que los que sí. ¿O no?
Como anuncia un cabildero en la película Gracias por fumar: «Los cigarros son atractivos, están disponibles y causan adicción. Con eso nuestro trabajo queda casi terminado». Podría decirse lo mismo sobre el alcohol. Pero, a diferencia de fumar, beber no sólo está socialmente aceptado, sino que la sociedad espera que lo hagas.
Pero, claro, existe un lado oscuro en todo esto. Como factor causal de más de 60 prescripciones médicas —que incluyen no sólo las evidentes, como enfermedades del riñón, sino también desde depresión hasta cáncer— hoy en día el alcohol le cuesta al servicio de salud inglés (NHS) 3,5 mil millones de libras esterlinas al año. (¡Ah!, y beber compulsivamente se refiere a beber cualquier cantidad de más de litro y medio o de dos copas grandes de vino en una sentada. Sí, de verdad.) Si las estadísticas médicas no te afectan, permíteme dirigirme a tu vanidad. Una copa grande de vino contiene tantas calorías como una barra de chocolate, y el azúcar añadido a las bebidas alcohólicas desintegra el colágeno en nuestra piel, lo cual causa arrugas y flacidez. Aparte de los efectos en nuestro cuerpo y en nuestra piel, ya sabes que si te quitaran las resacas serías un mejor colega, una mejor pareja, amigo o padre / madre. Sin nadie que lo impidiera, en Gran Bretaña se bebieron 40 millones de litros de prosecco en 2016. Junto con el alcohol, el azúcar y la carbonación, constituyen la tríada de las peores pesadillas de un dentista y basta para hacer que tus dientes se caigan como si protestaran.
Pero no estoy aquí para lanzarte estadísticas de terror. Estoy para ayudarte.
Hay millones de libros por ahí que se ocupan de decirnos cómo dejar el alcohol por completo —pero no este—. La mayoría de la gente no quiere dejarlo. Yo, definitivamente, tampoco. ¿Quién quiere ir a una boda, una fiesta de cumpleaños, o a —Dios no lo quiera— una cita completamente sobrio? Me encanta el sonido burbujeante del champán cuando brindamos en la celebración de un amigo, o el golpe que te da un gin-tonic helado en un día caluroso. En esta cultura de todo-o-nada de hoy, en la que todos son o bebedores de prosecco, o hedonistas a la suerte del diablo, o abstemios amargados que van de sanos; las personas parecen haber olvidado que existe un punto medio.
Y de ese punto se ocupa este libro. Los consejos que aquí encontrarás no se dirigen a las personas con un problema serio de bebida o con una dependencia física del alcohol (con ello me refiero a las personas que ansían alcohol a cualquier hora del día o que se han vuelto sigilosas o engañosas con respecto a su consumo). Para aquellos con una adicción severa al alcohol, muchos expertos creen que la única respuesta es la abstinencia. Más bien, este libro se dirige a la inmensa mayoría que no somos alcohólicos pero somos conscientes de que bebemos más de lo saludable y queremos romper ese ciclo para encontrar un punto medio. Nuestra dependencia del alcohol es menos que una adicción; es más bien un hábito. Así que, aunque no deseamos dejar el alcohol por completo, sí queremos despertarnos con lucidez porque anoche fuimos capaces de resistirnos a esa tercera copa de vino.
La moderación podrá sonar engañosamente sencilla, pero resulta mucho más compleja que la abstinencia. Es posible que decidas no beber demasiado en el coctel del trabajo o en la fiesta de un amigo, pero después de una o dos copas tiendes a tirar por la ventana tu capacidad de tomar decisiones. Un cambio duradero es especialmente difícil, pues la moderación requiere una conciencia constante de tu forma de actuar y de tus decisiones.
Una de las razones más comunes por la cual se bebe más de la cuenta es porque se hace sin pensarlo. Aceptas una copa de vino porque todos los demás toman una; te sirves un trago en casa noche tras noche sólo porque ya tienes el hábito. Hacer algo sin pensar, porque siempre lo has hecho, es un hábito difícil de romper, pero se puede lograr. Requerirá que limpies tu mente y que pongas mucha atención a tus pensamientos y a tu modo de actuar.
Entonces, ¿cómo eliminamos esos hábitos y comenzamos a beber con plena conciencia y responsabilidad? Mindful Drinking es exactamente lo que parece: es lo contrario a beber sin pensar. En los últimos años se ha hablado mucho del mindfulness y, si eres como yo, entonces seguramente has probado la meditación y también la has abandonado. Los beneficios de la meditación son, por demás, seductores: reduce el estrés, mejora la concentración, aumenta la productividad y la habilidad para tomar mejores decisiones. Pero cuesta trabajo encontrar el momento (o, mejor dicho, la paciencia) para meditar como una práctica regular.
Sin embargo, he descubierto que no tienes que sentarte en posición de flor de loto todos los días durante 20 minutos para traer mindfulness a tu vida, y te voy a demostrar cómo al incorporar la conciencia mindful a tus actividades cotidianas el viaje hacia beber con moderación se volverá tan fácil como natural.
Si necesitas recordar por qué deberías beber con moderación, aquí damos un par de argumentos convincentes. Moderar tu consumo de alcohol mejorará tu humor, tu digestión, tu piel y tu cuerpo, y tu cerebro se agudizará. Todo, desde tus cuentas bancarias hasta tu vida sexual, mejorará. Esto también modera otros malos hábitos de forma automática, como fumar socialmente y comer en exceso cuando sufres de resaca, así como inyectarse café para resistir el día tras una noche de sueño causado por la bebida. Vivimos tiempos de tensión en los que las personas ven el alcohol como una forma de aliviar el estrés pero, en realidad, el vínculo entre beber en exceso y la ansiedad es ineludible.