Presentación
Saber hablar trata de ser una guía para hablar bien, un modo práctico para enfrentarse a la producción del discurso oral ante un público más o menos numeroso. El libro examina pormenorizadamente las características de los buenos discursos orales (capítulo 1) teniendo en cuenta su adecuación a la situación de comunicación y a los oyentes, la corrección gramatical y léxica (capítulo 2), la claridad en las ideas (capítulo 3) y en la expresión (capítulo 4), el uso de lo extraverbal y de los elementos externos (capítulo 5), el empleo de la tecnologías digitales (capítulo 6), el mantenimiento de las relaciones interpersonales, la cortesía verbal (capítulo 7), todo ello ejemplificado más tarde sobre distintos géneros discursivos pertenecientes, por un lado, al ámbito académico-científico y profesional, tanto de carácter monológico, los discursos expuestos por una persona (capítulo 8: conferencias, charlas, exámenes, oposiciones, defensa de proyectos), como dialógico, realizados entre dos o más interlocutores (capítulo 9: reuniones de trabajo, debates, mesas redondas, coloquios, entrevistas de trabajo), y, por otro lado, al ámbito social (capítulo 10: presentaciones, inauguraciones, aperturas, clausuras, brindis, agradecimientos, alabanzas).
Según podrá comprobar el lector, el libro progresa de lo general y abstracto a lo singular y más concreto. A partir de unas reflexiones generales sobre lo que entendemos por saber hablar, pasando por una guía simple pero exhaustiva del camino que ha de seguirse en la construcción y producción de un buen discurso, hemos atendido progresivamente a la variación discursiva con una explicación de las características y las peculiaridades de los géneros discursivos y tipos de textos antes referidos.
Como modelo que intenta ser del buen discurso, el libro ofrece en cada uno de sus capítulos pautas, consejos y recomendaciones para hablar correctamente, de forma adecuada y de modo eficiente y eficaz. Dos ejemplos de discursos, uno monológico, la exposición en una empresa, y otro dialógico, una entrevista de trabajo, recorren la mayoría de estos capítulos con el fin de aplicar de modo cohesionado todo lo expuesto y de lograr un mayor acercamiento del lector a una realidad concreta.
Vivimos en comunicación constante con los demás y quien sabe comunicar bien tiene en parte asegurado el éxito político, académico, profesional, económico y social. Además, el mundo actual exige una mayor competencia comunicativa, un dominio del lenguaje para hablar en diferentes situaciones y medios, a distintos interlocutores, a un público al que se pretende informar o convencer de algo, que es nacional o transnacional y que pueda estar presente en el lugar de la interlocución de forma física o virtual.
Saber hablar va dirigido a quienes han descuidado su modo de habla, a quienes por uno u otro motivo se ven en la necesidad de mejorarlo, a los inexpertos que han de hablar en público y a los expertos, no iluminados, que deseen repasar aspectos y estrategias que, quizá, por la experiencia y la aplicación automática de lo sabido, han dejado de ponerse en práctica. Y a todo el que de alguna manera se sienta interesado por el saber lingüístico y por este poder que es la comunicación. En las juntas de propietarios de un inmueble se toman decisiones que afectan a la comunidad de vecinos y quien sabe hablar termina por convencer e imponer sus decisiones al resto; un voto puede decidirse en política por el buen o mal uso lingüístico del candidato, un uso erróneo o inadecuado puede dar al traste con la venta de un producto o con el fracaso de un buen negocio. Y es que el buen uso del lenguaje hace a la persona mejor y más cabal.
Como tampoco estamos sobrados de una educación lingüística y comunicativa programada, ni siquiera en lengua materna, para saber hablar, valga también este libro de autoayuda. Sirva de llamamiento a las autoridades académicas para que la comunicación oral, el arte, que lo es, de hablar a otros para transmitir de forma exitosa nuestras intenciones, acciones, emociones, nuestras críticas, etcétera, ya sea en interacciones más profesionales y académicas o en interacciones más cotidianas, quede dentro de la planificación de los estudios oficiales.
Un buen amigo y colega nos decía recientemente que España y América hablan la misma lengua, pero no el mismo idioma. Aunque solo parezca un juego de palabras le asiste la razón. ¡Estamos tan próximos en el uso lingüístico y somos tan distintos en la comunicación, incluso, diaria! Los modos de habla varían según con quién hablemos, cuál sea nuestra relación con este, dónde se produzca la interacción, de qué tratemos, a través de qué medio o canal lo hagamos y, por supuesto, según los tipos de sociedades y culturas. De otro modo, la situación en general y el contexto concreto en que tiene lugar una interacción, las condiciones de producción y recepción del discurso, favorecen un modo y un estilo de comunicación determinados. Si nos dirigimos a personas con las que tenemos relaciones de proximidad, vivencias y saberes compartidos, o buscamos ese acercamiento o adhesión a nuestros interlocutores solemos emplear una modalidad más coloquial o informal. Por el contrario, si existe distancia en los sentidos anteriores, no hay conocimiento compartido, no existe relación vivencial o pretendemos marcar dicha distancia interpersonal usaremos (o intentaremos usar) una modalidad más formal. El espacio interaccional incide también sobre el modo de habla, incluso de aquellos que no tienen una gran variedad de registros. Hay lugares que de entrada parecen favorecer el empleo más formal, por ejemplo, la consulta del médico, el rectorado de una universidad o una comisaría de policía; otros, en cambio, favorecen el uso más coloquial, por ejemplo, la casa familiar. Asimismo, la temática influye en esta elección; los temas triviales o cotidianos se asocian a usos coloquiales y los graves o especializados, a los formales. Aunque tanto al hablar como al escribir podemos emplear una u otra modalidad, lo coloquial es más propio o predomina en lo oral y lo formal se asocia especialmente a lo escrito. Por ejemplo, durante un debate en un congreso los colegas hablan formalmente; si conversamos con un amigo lo hacemos coloquialmente; si escribimos al director de una institución, predomina la formalidad y, si escribimos a un familiar, el tono suele ser más coloquial.
El uso lingüístico, por tanto, varía según la situación de comunicación, en la que destaca especialmente la relación con los usuarios, y, como señalábamos, también según las características geográficas y socioculturales de tales usuarios. Coche, conducir y volante dicen en España a lo que en algunos países de Latinoamérica llaman carro, manejar y timón . Por lo general tampoco habla igual la persona instruida que la persona que no lo está: muchismo es un vulgarismo que uno puede oír en el habla rústica de personas de nivel de lengua bajo. Mientras la palabra guay, por «divertido» o «estupendo», es usual en la interacción juvenil española, resulta extraña dicha por personas mayores.
Todas estas condiciones situacionales determinan variedades de discursos y modos diversos en estas. Además, los rasgos estructurales, su carácter monológico o dialógico, los fines más o menos profesionales, más o menos académicos de estos discursos, las distintas comunidades discursivas (personas de negocios, jueces y abogados, docentes, médicos...), etcétera, multiplican la variedad discursiva: debate, entrevista, exposición, conferencia, ponencia, felicitación...; el discurso empresarial o de los negocios, el discurso judicial, el discurso académico, el discurso médico...