KAPPELER, PETER M. y JOAN SILK (EDITORES), Mind the Gap. Tracing the Origins of Human Universals, Springer Verlag, Berlín, 2010, 503 pp.
El engaño es motivo de estudios antropológicos, un rompecabezas de la psicología evolutiva, el eslabón perdido de la psicología forense, herramienta para el camuflaje de la naturaleza, la entrada al infierno de los religiosos.
Más allá de todo el interés que nos provoca la falta de verdad —como para poner de cabeza a la Tierra y todo lo que la habita—, la realidad es que no manifestar la verdad es parte de la coexistencia del hombre. Si echamos un vistazo a la evolución humana, o a la de cualquier ser vivo y sus relaciones, nos percataremos de las numerosas formas en que se evidencia la falta de veracidad, por más inocentes, justificadas o no, conscientes o inconscientes que éstas sean.
Con el paso de los años, los decenios y los siglos el hombre se desarrolló, creó sus propios lenguajes, por lo que naturalmente se complejizaron sus procesos mentales. Eso hizo que la falta de verdad se fuera sofisticando con interesantes e innumerables formas de proyectar la realidad. Después, el lenguaje fue uno de los factores más importantes.
Por ello, en la radiografía de la falta de veracidad, encontramos en nuestro idioma al menos tres palabras que se refieren a lo mismo, pero con diferentes procesos: la mentira, el engaño y el autoengaño, que se pueden mezclar.
A estas tres palabras las caracteriza la falta de verdad, sin embargo, hay un elemento en especial que las hace diferentes: la intencionalidad o voluntariedad de hacer creer una verdad cuando no lo es. Es éste el punto de divergencia principal para su diferenciación.
LA MENTIRA
Comencemos por definir este concepto, tan conocido por cada uno de nosotros: «expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente». Digamos, pues, que es un acto elaborado de nuestro pensamiento, en el cual se utiliza como recurso el lenguaje para evitar revelar la verdad. El propósito del que miente es que su interlocutor se crea, en toda la medida de lo posible, lo que le han dicho como verdad.
La mentira es parte de la naturaleza del ser humano y es uno de los recursos lingüísticos de antaño más utilizados para sobrevivir física y emocionalmente, cuando la realidad —es decir, la verdad— es amenazante, vergonzosa; o simplemente se usa la mentira para asimilar algunas circunstancias.
Aun así, la mentira ha sido castigada en muchas culturas, legal y moralmente, porque no es aprobada por la sociedad; sin embargo, cuando se descubre una mentira, ésta se convierte en el centro de la crítica de las personas que nos rodean, y es sumamente difícil escaparse de la seducción de sus pretensiones.
Por esta razón, y desde que el hombre se congrega en sociedad, la mentira ha sido satanizada y castigada por la ley social y moral; aunque los niveles de los castigos varían en cada cultura. No hay nada peor que estar del otro lado de la mentira, es decir: estar en el lugar del engañado, ser víctima de ella y sobre todo recibirla de aquellos en quienes se ha depositado la confianza; eso significa vivir una de las mayores decepciones.
Con todas sus implicaciones morales y legales, el profesor Robert Feldman, en su libro The liar in your life (Elmentirosoentuvida), menciona: «Mentimos entre dos y tres veces en los primeros 10 minutos de la primera conversación con alguien que acabamos de conocer».
Alarmante cifra, ¿verdad? Apenas conocemos a alguien y ya estamos tratando de que tenga la mejor versión de nosotros, aunque esto signifique no decir la verdad. Este simple ejemplo nos hace entrar en razón y asumir que convivimos con la mentira en todos lados y en muchos momentos: nos mienten, mentimos y nos mentimos todo el tiempo; consciente o inconscientemente, la mentira es parte del día a día, de eso no hay duda.
Sin embargo, hay mentiras cuyo umbral de aceptación social es mucho mayor que el de otras, como las «mentiras piadosas», aquellas que no por ser «piadosas» dejan de ser faltas a la verdad, pero que socialmente tienen cierto grado de justificación, sobre todo cuando la bondad está de por medio.
«El fin justifica los medios», dice un refrán popular, y en este caso, ¿la mentira también? Una cosa es estar del lado de la justificación de la mentira, pero otro asunto es cuando se encuentra en el lugar del engañado. Hazte la siguiente pregunta: ¿te gustaría ser engañado «piadosamente» por tu propio bien?
La respuesta queda a discreción de los valores de cada quien, y es aquí donde se abre la tertulia sobre la diversidad de opiniones. Se escuche como se escuche, la realidad es que hay una inmensa cantidad de personas que prefiere no saber la verdad a conocer la cruel realidad, total, «ojos que no ven…».
Pero esto es sólo a nivel conductual, es decir, lo que reflejan los actos de las personas en el momento en que se da la situación, porque a nivel de conciencia la respuesta es totalmente contraria.
En mi experiencia profesional y basada en los resultados de la gran mayoría de mis pacientes, un buen número prefiere saber la verdad; sin embargo, a la hora de tenerla en sus narices, la resistencia, dolor y sufrimiento es tal que evidentemente desearían tener la verdad al menos maquillada.
Para demostrarlo, decidí hacer una encuesta informal en 24 horas entre los 18 mil usuarios que tengo en mis cuentas de redes sociales. La pregunta fue la siguiente: «¿Qué prefieres, una mentira piadosa o una cruda verdad?».
De 382 participantes, 368 personas contestaron preferir la cruda verdad, y sólo 14 eligieron una cruda mentira.
De ahí se desprende el propósito de este libro: conocer unas cuantas de las múltiples formas en las que preferimos engañarnos con un cuento, que conocer el guion de la realidad.
El catedrático español José María Martínez Selva, autor de La psicología de la mentira, nos cuenta que «la tolerancia social ante una mentira viene delimitada por las consecuencias»; mientras que Evelin Sullivan, en El pequeño gran libro de la mentira, anota que el engaño debe cumplir con algunos puntos para ser socialmente tolerable.
Una mentira socialmente tolerable
—según Evelin Sullivan— debe ser:
Ingeniosa o divertida.
Que se exprese de forma simpática.
Que no la percibamos como dañina o nos sintamos ofendidos por ella.
Que la consideremos inofensiva.
Que el mentiroso sea débil, víctima; que se encuentre bajo circunstancias injustas y sus consecuencias sean leves.