C uando eras más joven, muy probablemente sentías tu cuerpo más libre y ligero. Tu columna estaba más recta; tus extremidades eran más flexibles; tus pechos y tus glúteos, más turgentes. No temías el momento de subirte a la báscula, y es muy posible que nunca te preocuparas por los dolores de espalda o la rigidez de hombros.
A medida que envejecemos, sin embargo, ganamos peso y perdemos la figura.
«Después de cumplir los treinta, de repente empecé a ganar peso…»
«Cuando llegué a los cincuenta, de repente perdí la figura…»
Escucho frases de este tipo continuamente, pero lo cierto es que la expresión utilizada no es correcta. No se gana peso o se pierde la figura de repente; simplemente, se empiezan a notar cambios en el cuerpo provocados por algo que se ha ido acumulando a lo largo de los años.
Ese «algo» es la contracción del cuerpo.
El cuerpo se contrae con el tiempo debido a los diferentes movimientos y posturas. El acto de mirar el teléfono celular provoca la contracción del cuello; las largas jornadas de trabajo de oficina provocan la contracción de la zona lumbar, y permanecer de pie en la cocina provoca la contracción de las piernas.
En efecto, la espalda encorvada y la pérdida de altura que observamos en las personas mayores se deben a que sus cuerpos se han contraído.
¿Cómo se relaciona esta contracción con el peso y la forma corporal?
Existen dos tipos principales de contracción corporal.
El primero es la contracción de las articulaciones. Las articulaciones humanas tienen cavidades y, a medida que esas cavidades se encogen, la amplitud de movimiento de las articulaciones disminuye.
El segundo es la contracción de los músculos. ¿Has observado alguna vez cómo un tejido húmedo se pone rígido y se arruga a medida que se seca? Con los músculos ocurre algo parecido.
Cuando el cuerpo empieza a contraerse, se tensa porque trata de evitar que la contracción vaya a más. Incluso cuando dormimos, o comemos, o disfrutamos de una charla con amigos, el motor de tus músculos puede seguir funcionando a toda máquina.
A menudo escucho que la gente comenta que de repente se dio cuenta de que alguna parte de su cuerpo se puso tensa, y a eso exactamente me refiero, a ese estado de sobrecalentamiento. Si no apagas rápidamente el interruptor, el cuerpo puede continuar contrayéndose y tensándose, y se sobrecalentará aún más.
Mantenerse en ese estado durante muchos años puede desembocar en dolores de espalda y rigidez de hombros, o en que un día, al despertarte, seas incapaz de levantar los brazos.
¿Y cómo provoca esa contracción que el peso y la forma corporal cambien?
La contracción del cuerpo significa que sus diferentes partes ya no se encuentran en los puntos correctos. Cuando los músculos de la parte posterior de los muslos se contraen, tiran de los glúteos hacia abajo. Cuando el cuello se contrae, tira de los músculos de la espalda y provoca que se tensen y se encorven, lo que provoca que los pechos bajen.
Todas las partes del cuerpo están conectadas; por tanto, la contracción en una de ellas tira de las otras partes y provoca que también se contraigan. Así es como se pierde la figura.
Es probable que la base de tus brazos tuviera una posición distinta en el pasado, con los hombros más bajos y los brazos más largos.
La contracción del cuello, sin embargo, provocó que los hombros se levantaran y que los brazos se acortaran.
Este tipo de cosas sucede en todo el cuerpo.
Veamos ahora el peso.
Estoy segura de que ya sabes que el peso corporal lo determina la diferencia entre la energía que utilizas y las calorías que consumes. Si quemas mucha energía, no ganarás peso con la comida; si no gastas energía, ganarás peso en función de lo que comas.
Cuando el cuerpo se contrae, los músculos están tensos y los movimientos se ven limitados. Por tanto, no consumes mucha energía en la práctica de tus actividades cotidianas. En otras palabras, acabas teniendo un metabolismo basal bajo. Al no quemar lo que comes, ganas peso.
Así es como el peso y la figura se van alejando cada vez más de lo que sería ideal.
EL MOTIVO POR EL QUE TODAS
LAS DIETAS SON INÚTILES
Una camisa que se encogió no recuperará su tamaño original si no la planchas. Tu cuerpo es como una camisa que se encogió.
En esas condiciones, aunque salgas a correr y sudes, o te esfuerces al máximo haciendo pesas, o estés comiendo menos o te sometas a tratamientos caros, la pérdida de peso será transitoria. Es seguro casi al cien por cien que acabarás abandonando por frustración o sufrirás el efecto rebote.
Si tu cuerpo está contraído, tu metabolismo basal cayó y perdiste la figura, nada de lo que intentes va a revertir todo eso de inmediato.
Lo único que perderás será dinero y tiempo, no grasa.
No te embarques en un entrenamiento absurdo ataviado con una camisa arrugada. Tienes que planchar esa camisa y devolverle su esplendor. Si eres capaz de hacerlo, podrás recuperar un cuerpo que sentirás tan ligero como si le hubieran salido alas
Cuando tenía poco más de veinte años formé parte de la Compañía de Teatro Shiki, en Japón. Desde que era una niña me gustaban los musicales y soñaba con convertirme en actriz de teatro, de modo que me sentí entusiasmada cuando me eligieron para el papel de la reina Sarabi en El rey león . Tanto que todavía recuerdo cómo lloré de alegría en el diminuto apartamento del barrio tokiota de Kichijoji donde vivía sola por aquel entonces.
Tras dejar la compañía Shiki, me marché a Nueva York con la idea de participar en musicales de Broadway. Como mujer de teatro, deseaba seguir trabajando en obras que emocionaran al gran público, perfeccionar mi arte para alcanzar la excelencia y continuar mejorando.
Tenía el corazón lleno de sueños.
Sin embargo, las cosas no fueron tan fáciles como había planeado. Resulta complicado ganarse la vida en
Nueva York. Visité más de quinientas agencias de modelos en busca de audiciones. Los resultados fueron desastrosos… En total, acabé participando en más de dos mil audiciones.
Estaba destrozada mental y físicamente. Me di cuenta de que no podía permanecer de pie ni siquiera cinco minutos, y sentía el cuerpo pesado, dolorido y sin energía.
A pesar de la situación, seguía tan centrada en superar audiciones que hacía una cantidad exagerada de ejercicio. Me impuse unas restricciones estrictas respecto a lo que comía, de manera que siempre tenía hambre. Sin embargo, no dejaba de ganar peso.
Al mirarme en el espejo veía a una mujer sin carisma y me odiaba a mí misma.
«Aquí estás, viviendo en Nueva York, y no solo no tienes éxito: ¡ni siquiera estás a la altura del desafío!»
Me pasaba la vida culpándome por ser tan decepcionante.
Además del estrés, el otro motivo por el que estaba en tan baja forma era que había dado a mi dieta un enfoque erróneo. No quería quedar en desventaja frente a las modelos no japonesas, que medían ocho o nueve cabezas de altura.
Llevada por la impaciencia, probé varias dietas insensatas. Recuperaba el peso perdido una y otra vez, y debido al duro entrenamiento al que me sometía, mi cuerpo acabó completamente agotado, incapaz de mantenerse en pie ni cinco minutos.