Corinne Hofmann - Volviendo de África
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- Libro:Volviendo de África
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2003
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Volviendo de África: resumen, descripción y anotación
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Corinne Hofmann
ePub r1.1
Titivillus 07.06.15
Título original: Zurück aus Afrika
Corinne Hofmann, 2003
Traducción: Isi Feuerhake & Basilio Losada
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Si bien me sentía optimista cuando en agosto de 1998 se publicó mi libro La masai blanca, pensando que el relato de mi historia africana de amor despertaría amplio interés, ni en mis sueños más audaces hubiese esperado que en poco tiempo acabase en las listas de best seller, que fuese traducido a quince idiomas y llevado al cine. El éxito del libro y todas las vivencias relacionadas con este éxito se convirtieron en otra gran aventura en mi vida.
Entonces no tenía intención de escribir un segundo libro, pero en el transcurso de los años recibí miles de cartas, faxes y mails en los que lectoras y lectores me comunicaban de diversas maneras hasta qué punto mi historia les había impresionado. Casi siempre estos escritos finalizaban preguntándome cómo se encontraba en la actualidad mi familia keniata, mi hija y yo misma.
Al principio yo intentaba aún contestar personalmente a cada uno de estos escritos, pero llegó un día en que tuve que capitular ante las oleadas de consultas. Sin embargo, a cada nueva muestra de interés por nuestro destino se iba formando en mí una creciente presión interna de tener que cumplir con una especie de obligación.
Deseo dedicar este libro a todos aquellos que me han conmovido en lo más hondo con su reconocimiento, sus muestras de aliento y su interés por la historia de mi vida.
Lugano, abril de 2003
Cuando al día siguiente estoy sentada en el avión, cansada y agotada, tengo tiempo suficiente para reflexionar sobre la aventura que acabo de vivir. Compruebo con algo de decepción que este viaje ha calmado muy escasamente la añoranza de África que vuelve a apoderarse de mí una y otra vez. Quizá se deba a que Tanzania no es Kenia, pero tal vez no exista ya «mi» Kenia, porque han cambiado tantas cosas.
Para mí ha quedado claro que como turista en este continente tendré siempre sentimientos encontrados. No soy capaz de limitarme exclusivamente a disfrutar como «blanca» que está de paso, pues hay muchas cosas que veo desde el punto de vista de los nativos. Y desde su punto de vista también a mí nuestra forma de actuar me resulta a veces incomprensible. Por ejemplo, de ninguna manera Lketinga y su familia habrían entendido que nosotros, los europeos, subamos a una alta montaña sometiéndonos a esfuerzos increíbles y que, encima, paguemos por hacerlo. Él me habría preguntado entre risas: «Corinne, ¿por qué lo haces? Eso no te da comida ni agua, solo te trae problemas. ¡Es de locos!». Y en cierto modo hubiera tenido razón. A la gente que necesita toda su fuerza y energía para poder sobrevivir, jamás se le pasaría por la cabeza meterse en semejante aventura, sin obtener un beneficio aparente.
Y así veo ahora mi ascensión al Kilimanjaro desde dos puntos de vista diferentes: por una parte, me parece absurda y disparatada, pero, por otra, me siento orgullosa y feliz de no haber abandonado y de haber alcanzado la cima, el techo de África.
Pero este viaje también me ha demostrado claramente que ahora ya no podría vivir en África. Mi lugar es donde vivo ahora, al lado de Napirai y de mi actual compañero. Cuando Markus me recibe radiante en el aeropuerto de Zúrich, me estrecha entre sus brazos y nos dirigimos juntos a Lugano, sé que estoy en casa.
Me preguntan a menudo si me he arrepentido alguna vez de haberme enamorado de un guerrero samburu. Entonces contesto siempre profundamente convencida: ¡Jamás! Tuve el privilegio de poder participar de una cultura que casi con seguridad no existirá por mucho tiempo más y de poder vivir un gran amor. Si realmente disponemos de varias vidas, estoy convencida de haber pertenecido en otra vida anterior a la tribu de los samburu. Solo así me explico que en algún momento haya tenido la impresión de haber llegado a casa y que, pese a toda la desacostumbrada escasez me sintiera tan segura y protegida con Lketinga y su familia. Estoy segura de que, si no hubiese hecho caso a la voz en mi interior, habría tenido a lo largo de toda mi vida la sensación de haberme perdido algo que para mí era decisivo e importante. ¡Y no existiría mi hija Napirai a la que quiero por encima de todo!
Incluso si en una vida anterior fui posiblemente una samburu, en mi vida actual nací en Suiza, donde me crie y, por lo tanto, estoy marcada por una cultura centroeuropea. Tal vez esa es la razón principal por la que el amor que sentimos Lketinga y yo no pudo perdurar. Solo éramos demasiado diferentes. Además carecíamos de la posibilidad de una comprensión idiomática profunda. En mi relación actual experimento lo importante y hermoso que es poder intercambiar pensamientos y sentimientos sirviéndonos también del idioma. Tampoco me veo ya capaz de renunciar a las comodidades de nuestra vida en Europa, sobre todo cuando mi experiencia africana me ha enseñado a disfrutarlas aún más intensamente.
¡No, ya no podría vivir en África! Pero lo que queda es lo unida que me siento a mi antigua familia y una gran curiosidad por la Kenia de hoy. Tal vez algún día pueda calmar esta curiosidad cuando Napirai sea adulta y quiera conocer a sus parientes africanos. ¡Quién sabe!
[1] En la lengua maa «persona blanca».
Como venida de muy lejos, me llega una voz:
—¡Oiga… oiga, despierte!
De repente noto una mano en mi hombro. Abro los ojos y en el primer momento no sé dónde estoy. Cuando mi mirada se posa en la camita a mis pies y descubro a mi hija Napirai, de pronto me acuerdo de todo: estoy en el avión. La señora que va a mi lado retira la mano de mi hombro y dice riendo:
—Usted y su bebé han dormido profundísimamente. En breve aterrizaremos en Zúrich, y se ha perdido todas las comidas.
Apenas puedo creerlo: lo hemos conseguido. Hemos podido salir de Kenia. ¡Mi hija y yo somos libres!
De inmediato acuden a mi memoria los últimos momentos de nerviosismo en Nairobi en el control de pasaportes. El hombre nos mira y pregunta:
—Is this your child?
Napirai duerme en la kanga, a mis espaldas, y contesto:
—Yes.
El hombre pasa las páginas de su carnet infantil y de mi pasaporte.
—¿Por qué quiere salir del país con su hija? —es la siguiente pregunta.
—Quiero que mi madre vea a su nieta.
—¿Por qué no las acompaña su marido?
Con la mayor serenidad posible explico que tiene que trabajar y ganar dinero.
El hombre me dirige una mirada severa y dice que quiere ver mejor la cara de la niña. Pide que la despierte y le hable llamándola por su nombre. Me pongo aún más nerviosa. Napirai, de algo más de quince meses, despierta y echa una mirada adormilada alrededor. El hombre le pregunta constantemente por su nombre. Napirai no dice nada, pero empieza a hacer pucheros y rompe a llorar. De inmediato intento tranquilizarla, pues temo que en el último minuto todo salga mal y no podamos abandonar este país. El hombre mira del derecho y del revés el carnet infantil alemán e inquiere en tono severo:
—¿Por qué tiene un pasaporte alemán si su padre es keniata? ¿Es realmente hija suya?
Más y más preguntas caen sobre mí y estoy bañada en el sudor que me provoca el miedo. Intentando mantener la calma expongo que mi marido es un masai tradicional, que no ha conseguido que le dieran un pasaporte y que con las prisas solo conseguimos este. Digo que en tres semanas estaré de regreso y que entonces intentaré obtener un pasaporte keniata. Vuelvo a pasarle la carta firmada por mi marido mientras rezo en voz baja:
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