Charles Sanders Peirce - Obra filosófica reunida. Tomo I (1867-1893)
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- Libro:Obra filosófica reunida. Tomo I (1867-1893)
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1992
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Obra filosófica reunida. Tomo I (1867-1893): resumen, descripción y anotación
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P 167: American Journal of Mathematics 3 (1880): 15-57. (Se publicó también en W4:163-173 —con dos versiones anteriores de parte del primer capítulo, MSS 350 y 354 [pp. 38-46], y una continuación fragmentaria del artículo entero, que termina con “continuará”, en MS 371 [pp. 210-211]— y en CP 3.154-181. [Tres intentos más de una continuación se encuentran en W5:107-115]). Este artículo ocupa un lugar de cierta importancia en la historia de la lógica formal y de las matemáticas. En lo que se publica aquí del primer capítulo, Peirce discute la relación entre el pensamiento y la cerebración (o lógica y fisiología), formula la teoría para su lógica de la cópula empleando enunciados de inclusión más que ecuaciones booleanas, y sitúa algunas de sus concepciones epistemológicas importantes en el contexto de la lógica formal. (El ítem 16 representa la etapa posterior de su desarrollo de esta parte del álgebra de la lógica y debe leerse en conjunción con el ítem 13).
Para lograr una comprensión clara del origen de los varios signos utilizados en el álgebra lógica, así como de las razones para las fórmulas fundamentales, deberíamos empezar por considerar cómo surge la lógica misma.
El pensamiento, al igual que la cerebración, está sin duda sujeto a las leyes generales de la acción nerviosa.
Cuando un grupo de nervios son estimulados, los ganglios con los que el grupo en general está más íntimamente conectado entran en un estado activo, que normalmente ocasiona a su vez movimientos del cuerpo. Si el estímulo continúa, la irritación se extiende de ganglio a ganglio (usualmente incrementándose mientras tanto). Pronto, también, las partes que se excitaron primero empiezan a mostrar fatiga; y por tanto, por una doble razón, la actividad corporal es de naturaleza cambiante. Cuando se llega a eliminar el estímulo, la excitación se calma rápidamente.
De estos hechos resulta que cuando un nervio es afectado, la acción refleja, si al principio no es del tipo que elimina la irritación, cambiará su carácter una y otra vez hasta eliminar la irritación; y luego la acción cesará.
Ahora bien, todo proceso vital tiende a volverse más fácil al repetirse. Es probable que una nueva descarga nerviosa tenga lugar por cualquier camino por el que ya haya tenido lugar una vez.
Por consiguiente, al repetirse una irritación de los nervios, es más probable que tengan lugar entonces todas las acciones diversas que han tenido lugar en ocasiones previas similares, y es más probable que tengan lugar aquellas que hayan tenido lugar con más frecuencia en aquellas ocasiones previas. Ahora bien, puede ser que, en ocasiones anteriores, las diversas acciones que no eliminaron la irritación hubiesen tenido lugar a veces y a veces no; pero la acción que elimina la irritación siempre tiene que haberse realizado, porque la acción tiene que haber continuado en cada ocasión hasta concluir. Por tanto, tiene que establecerse rápidamente un fuerte hábito de responder de esta forma particular a la irritación dada.
Un hábito adquirido así puede transmitirse mediante la herencia.
Uno de nuestros hábitos más importantes es aquel en virtud del cual ciertas clases de estímulos nos ponen, al menos al principio, en una actividad puramente cerebral.
Lo que a menudo inicia la cadena de pensamiento no es una sensación externa sino sólo una imaginación. En otras palabras, en vez de ser periférica, la irritación es visceral. En tal caso la actividad tiene, en su mayor parte, el mismo carácter; una acción interna elimina la excitación interna. Una coyuntura imaginada nos lleva a imaginar una línea apropiada de acción. Aunque no tenga lugar ninguna acción externa, se encuentra que tales acontecimientos contribuyen fuertemente a la formación de hábitos de actuar realmente de la manera imaginada cuando surge realmente la ocasión imaginada.
Un hábito cerebral de la clase más alta, que determinará tanto lo que hacemos en el plano de la fantasía como lo que hacemos en la acción, se llama creencia. La representación para nosotros mismos de que tenemos un hábito específico de este tipo se llama juicio. En su desarrollo, una creencia-hábito empieza siendo vaga, especial y limitada; se vuelve más precisa, general y plena, sin límite. El proceso de este desarrollo, en la medida en que tiene lugar en la imaginación, se llama pensamiento. Se forma un juicio; y bajo la influencia de una creencia-hábito, éste da lugar a un nuevo juicio, indicando una adición a la creencia. Tal proceso se llama inferencia; el juicio antecedente se llama premisa; el juicio consecuente, conclusión; el hábito de pensamiento, que determinó el paso de uno al otro (al formularse como una proposición), se llama principio conductor.
Al mismo tiempo que este proceso de inferencia —o desarrollo espontáneo de la creencia— está llevándose a cabo continuamente dentro de nosotros, nuevas excitaciones periféricas están también creando continuamente nuevas creencias-hábitos. Por tanto, la creencia está determinada en parte por viejas creencias y en parte por nuevas experiencias. ¿Existe alguna ley acerca del funcionamiento de las excitaciones periféricas? El lógico mantiene que sí, a saber, que están todas adaptadas a un fin: el de llevar la creencia, a largo plazo, hacia ciertas conclusiones predestinadas que son iguales para todos los hombres. Ésta es la fe del lógico, y la cuestión de hecho sobre la que todas las máximas del razonamiento descansan. En virtud de este hecho, lo que ha de creerse en última instancia es independiente de lo que se haya creído hasta ahora, y por tanto tiene carácter de realidad. Por tanto, si un hábito dado, que se considera que determina una inferencia, es de tal tipo que tiende hacia el resultado final, es correcto; de lo contrario, no. De modo que las inferencias se dividen en válidas y no-válidas; y de aquí se deriva la razón de existir de la lógica.
El tipo general de inferencia es
P
∴ C,
donde ∴ es el signo de ilación.
El paso de la premisa (o conjunto de premisas) P a la conclusión C tiene lugar de acuerdo con un hábito o regla que opera en nosotros. Todas las inferencias que ese hábito determinaría cuando se admitieran las premisas apropiadas, forman una clase. El hábito es lógicamente bueno a condición de que nunca (o, en el caso de una inferencia probable, raramente) conduzca a una conclusión falsa a partir de una premisa verdadera; de lo contrario, es lógicamente malo. Es decir, en todo caso posible de la operación de un hábito bueno ocurriría que la premisa fuera falsa o que la conclusión fuera verdadera; mientras que, si un hábito de inferencia es malo, hay un caso posible en el que la premisa sería verdadera y la conclusión falsa. Cuando hablamos de un caso posible, entendemos que hemos desechado de la descripción general de los casos todos aquellos tipos que sabemos cómo describir en términos generales pero que sabemos que jamás ocurrirán; los que quedan entonces, que incluyen todos aquellos de cuya no-ocurrencia no tenemos certeza, junto con todos aquellos cuya no-ocurrencia no podemos explicar de acuerdo con ningún principio general, se llaman posibles.
Un hábito de inferencia puede formularse en una proposición que afirme que toda proposición c, relacionada de manera general con cualquier proposición verdadera p, es verdadera. Tal proposición se llama principio conductor de la clase de inferencias cuya validez implica. Cuando se hace la inferencia por primera vez, el principio conductor no está presente en la mente, pero el hábito que formula está activo de tal manera que, al contemplar la premisa creída, la conclusión se juzga como verdadera mediante una especie de percepción. Después, cuando se somete la inferencia a la crítica lógica, hacemos una nueva inferencia, una de cuyas premisas es aquel principio conductor de la inferencia anterior, según el cual proposiciones relacionadas unas con otras de cierta manera son adecuadas para ser la premisa y la conclusión de una inferencia válida, mientras que otra premisa es un hecho de observación, a saber, que la relación dada sí subsiste entre la premisa y la conclusión de la inferencia que se está criticando; de lo que se concluye que la inferencia era válida.
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