Profesor Boscar - Juegos de manos
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- Libro:Juegos de manos
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1960
- Índice:5 / 5
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Juegos de manos: resumen, descripción y anotación
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Trucos con cartas
Generalidades
No hay nadie que no conozca, por lo menos, dos o tres juegos de manos con cartas; también es verdad que esta capacidad constituye por sí sola la mitad del ilusionismo. En este capítulo describiremos solamente un número limitado de esta clase de trucos, seleccionando los menos conocidos y los más ricos en variantes y derivados de entre los factibles sin necesidad de habilidad especial. La serie de juegos de esta clase es tan numerosa, que conviene distribuirlos en tres grupos:
1. Trucos que pueden ejecutarse con una baraja ordinaria cualquiera, pedida prestada, si se quiere, en el momento de hacerlos. Dentro de este grupo hay que distinguir los juegos o trucos basados en ciertas combinaciones aritméticas y los fundados en otros principios.
2. Trucos que se pueden hacer con una baraja ordinaria, pero con las cartas dispuestas y ordenadas de cierto modo: así, en una sesión privada, pueden hacerse estos juegos con una baraja prestada, pero disponiendo de unos minutos de aislamiento antes de empezar.
3. Trucos que se hacen con barajas especiales: cartas de doble cara, cartas «al tercio», cartas duplicadas, etc.; o bien con accesorios especiales, como cujas, sobres o sacos, carteras, hilos, marcos, bastones etc. Estos juegos son propios de programas prefinidos de antemano.
.Salvo indicación en contra se sobrentenderá que Indos los juegos se hacen con cartas españolas en barajas de cuarenta cartas, sin ochos ni nueves. Las dimensiones importan poco, por no intervenir en los trucos que hemos de describir.
I. Adivinar una carta tomada por un espectador y vuelta a poner en la baraja
Primer procedimiento.— Se hace mezclar bien una baraja de cartas y se da a escoger una a un espectador. Mientras que éste la mira bien para retenerla en la memoria se pueden dar las demás cartas a otro espectador para que vuelva a barajar, haciendo notar que no las baraja el prestidigitador, para que no crean que hay engaño en ello. Se toma entonces la baraja, con la cara de las cartas hacia abajo, y se vuelve a presentar al primer espectador, abriéndola por la mitad aproximadamente, a guisa de tapa de caja, y se le ruega que ponga la carta escogida anteriormente sobre la mitad inferior de la baraja. Ésta se vuelve a unir, pero mientras ha estado abierta se habrá podido ver fácilmente con una rápida ojeada la carta última de la mitad superior (fig. 6). Una vez nuevamente en el velador, se corren las cartas una por una con la cara hacia el operador; cuando se ve pasar la carta conocida (la de abajo de la mitad superior) es señal de que la escogida por el espectador era la precedente, o bien se toma la baraja, pero mirándola por detrás, volviendo las cartas a medida que se van sacando para ponerlas en la mesa; en este caso, la carta escogida por el espectador es la que va inmediatamente detrás de la vista por el prestidigitador.
Se ve claramente que es imposible dejar que alguien vuelva a barajar las cartas después de puesta la que sacó el espectador; por esta razón este juego no vale gran cosa. Sin embargo, conviene conocerlo, pues si se sabe atraer por unos instantes la atención del público con una charla hábil en el momento de volver a colocar la carta en la baraja, insistiendo en el hecho de que dos espectadores distintos hayan barajado independientemente las cartas se puede esperar que el público no note que no se baraja después de puesta la carta. Por otra parte, no es preciso reducir el truco a la simple búsqueda de la carta, sino que debe hacerse entrar a formar parte de otro truco más complicado, como presentación, y así pasará inadvertido.
Segundo procedimiento.— Al barajar las cartas se mira con disimulo la carta última de abajo, antes de abrir la baraja para presentarla al espectador; una vez que éste haya tomado la carta que quiera, y después de verla, se le invita a que la coloque sobre la baraja y a que corte él mismo, con lo cual la carta vista por el prestidigitador caerá encima de la vista por el espectador, y se procederá como acabamos de indicar en el primer procedimiento.
Este procedimiento es algo mejor que el anterior, porque el espectador, después de cortar la baraja, tiene la ilusión de que la carta que ha visto se ha perdido en ésta; pero esto está compensado con la necesidad de no dejarle barajar después y de hacerle poner su carta sobre la baraja y no dentro do la misma. Para atenuar o disimular este punto flaco del juego se modifica la presentación del modo siguiente, dirigiéndose, con preferencia, a algún niño, insistiendo en que uno no ha de tocar riada, diciendo, por ejemplo: «Voy a abandonar esta baraja sobre el velador, me separo de éste y vuelvo la espalda para no ver nada: coloque usted mismo su carta sobre la baraja: bien; ahora corte por donde quiera; usted sabrá lo que es cortar, ¿verdad?; perfectamente; ahora tiene usted su carta completamente perdida en la baraja; usted no sabe dónde se encuentra, ¿no es eso?, y seguramente no sería capaz de hallarla de primera intención… Para mí es mucho peor, porque ni siquiera sé qué carta es», etc. Este discurso puede entrar en gran número de juegos de cartas, pero no hay que repetirlo textualmente varias veces en la sesión: con este objeto, ponemos frases diferentes, aunque intercambiables, en cada truco.
Combinación de los dos procedimientos.— Tanto para el segundo como para el primer procedimiento, no hay interés en no presentar la carta, una vez sabida cuál es. Un buen sistema para hacer desfilar las cartas por delante de la vista bajo un pretexto aceptable y sin tener que concluir toda la baraja, es la siguiente: una vez en la mesa, y al tiempo de poner la baraja sobre ésta, se le dice a un espectador, desde luego imaginario, y como para responder a una objeción que el prestidigitador ha sido el único que ha oído: «¿Cree usted, señor, que esta baraja está preparada? Pues nada de eso; acaban de prestármela, y para hacer desaparecer sus dudas, voy a demostrarle que es una baraja ordinaria: nada de cartas duplicadas, todas son diferentes: puede usted mismo verlo, se lo ruego». Y al decir esto, se abre la baraja en forma de abanico sobre la mesa, con la cara hacia arriba, con lo cual se ve inmediatamente la carta conocida y su vecina, que es la que se trata de adivinar. Ya no hay necesidad de más; puede darse la baraja a cualquier espectador para que la baraje bien, cosa que no podía hacerse un minuto antes, y ya el resto puede concluirse a voluntad, pero procurando no adivinar qué carta es hasta transcurridos algunos minutos más.
Por ejemplo, se puede anunciar que se va a leer el nombre de la carta en el pensamiento del espectador: para ello se le ruega que apoye el dedo índico de su mano derecha («¡el izquierdo, no, caballero; el izquierdo, no; siempre el derecho!») contra la frente de uno mismo, y al cabo de un instante de meditación se nombra en alta voz la carta desconocida. O bien se dice al espectador que escriba el nombre de la carta en un papel, que mete en un sobre, al tiempo de volverla a poner en la baraja. Después de las operaciones y melindres ya descritos, se le ruega que ponga el sobre cerrado sobre vuestra frente o bajo los dedos, aunque sea vendando los ojos (cosa que se hace al tiempo de decirla) con un pañuelo bien espeso; al cabo de un momento se lee el nombre escrito. El efecto es maravilloso, pues si la charla desarrollada ha sido continua y bien estudiada, no deja tiempo al público para reflexionar, y hará tiempo que habrá olvidado las condiciones un poco desfavorables en que se operó al empezar el truco.
II. Adivinar la carta que hay bajo un montón, sabiendo la que hay bajo otro
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