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Lepp Ignace - El Intelectual Y El Arte De Vivir

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Lepp Ignace El Intelectual Y El Arte De Vivir
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Contra portada El intelectual al que se dirige este arte de vivir no es - photo 1


(Contra portada )

El intelectual al que se dirige este arte de vivir no es solamente el profesor, el abogado o el médico, sino el trabajador manual, el empleado, el estudiante: en sí n tesis, todo aquel a quien interesa cultivarse.

Cómo leer, cómo escribir, cómo ordenar las ex i gencias del espíritu y las del cuerpo, cómo regir la vida afectiva, y, además, para las mujeres, cómo conciliar la vida intelectual y la conyugal; para los ancianos, cómo ocupar los años de retiro; para el autodidacta, cómo o r ganizar una vida de creación: he aquí algunos de los t ó picos que el autor trata magistralmente en este libro.

Este manual práctico permite al lector conocer, a través de la experiencia psicoterapéutica del autor, la manera en que muchos pacientes y clientes han resuelto sus problemas y triunfado en la vida. Y al calor de estos ejemplos y de los consejos siempre atinados de Lepp, nacerá en el lector no sólo el deseo de una vida constru c tiva sino la certeza de que es posible llevarla a quien sabe orientarse en esta materia.

En esta obra, una de las últimas que salió de su pluma, se encuentra como el testamento intelectual del escritor de raza que fue Ignace Lepp, dirigido en especial a las jóvenes generaciones que se preparan para ocupar un puesto entre los intelectuales del mañana. Las páginas trasuntan ese calor humano, comprensión y simpatía y esa apertura ante la vida, que tanto caracterizaron a Lepp.


IGNACE LEPP

EL INTELECTUAL

Y EL ARTE

DE VIVIR

1966

Traducción del original francés:

L ’art de vivre de l’intellectuel

por Alicia Balbina Gómez


ÍNDICE

PRóLOGO

El presente libro querría ser una guía práctica para los intele c tuales de esta segunda mitad del siglo XX . Por lo tanto, sólo incidenta l mente nos pronunciaremos acerca de cuestiones ideológicas o teóricas.

Naturalmente, nos será preciso comenzar por delimitar nuestro asu n to, y describir y definir esa entidad existencial que se llama intelectual. Dicho sea de una vez que no lo concebimos en modo alguno como un s u perhombre, que en todo caso nuestro libro no se dirige a los superho m bres sino a la multitud, en constante aumento, de hombres y mujeres cultos que se interesan por las cosas del espíritu, que son o que quieren llegar a ser intelectuales. Éstos no se sitúan necesariamente en un n ivel eminent e mente superior en l a escala humana. Por cierto que el intelectual posee generalmente por sí un grado superior de cultura; pero otros seres hum a nos pueden descollar por su valor moral o espiritual, por su triunfo en el dominio de la acción o del arte. Muchos santos —y entre ellos el más e s plendoroso entre todos, Francisco de Asís — no fueron en absoluto lo que llamaríamos intelectuales, cosa que no les impidió realizar grandes cosas por el progreso de la historia humana. Aun en nuestro siglo, tan orgulloso de su intelectualidad, uno de los hombres más universalmente admirados y venerados, el papa Juan XXIII, no fue un intelectual.

Estas precisiones se imponen, para que nuestro propósito de escribir una obra sobre “ el intelectual y el arte de vivir ” no parezca nacer del o r gullo de casta, como si reivindicáramos para los intelectuales jerarquía y derechos superiores en la sociedad. En nuestro entender, están lejos de constituir por sí solos la nueva aristocracia, y no hay prueba concluyen te de que cada uno de ellos pert enezca verdaderamente a la categoría de los “ mejores ” de la humanidad de nuestro tiempo. Entre los intelectuales, como entre los demás hombres, hay santos y libertinos y, sobre todo, m u chos medianos “ buenos hombres ” .

No importa que el intelectual posea ciertos rasgos específicos, que la existencia le plantee particulares problemas, que tenga que llenar una función propia. Como toda vida humana, la suya debe ser también eficaz, sin que haya de entenderse este término en un sentido espacial y temporal excesivamente restringido. Por otra parte, entre los muchos consejos que damos aquí a los intelectuales, los hay también valederas para otras pe r sonas, a tal punto es cierto que los intelectuales no están separados del resto de los humanos de su época por compartimientos estancos entre ca s tas. Como ya veremos, no siempre es fácil determinar si alguien forma o no parte de la intelligentsia.

Hemos creído útil aconsejar a los jóvenes intelectuales. Entre los alumnos de los últimos años de los liceos y colegios y los estudiantes un i versitarios hay muchos, efectivamente, que por su temperamento y aptit u des podrían llegar a ser trabajadores intelectuales eficacísimos y hasta auténticos creadores. Pero por no saber cultivar su talento, lo derrochan. He conocido jóvenes de quienes podía esperarse mucho; viéndolos diez años después, forzoso era reconocer que se habían convertido en unos mediocres “ burgueses ” . Si mis consejos, fundados en mi propia experie n cia y en la de incontables personas cuyo confidente y consejero he sido, pudiesen prevenir en alguna medida siquiera semejante despilfarro, me consideraría dichoso.

Los maestros espirituales enseñan que quien quiera llegar a santo debe comenzar por ser un hombre en el cabal sentido de la palabra. Otro tanto al menos cabe decir del intelectual. En rigor, podría concebirse que en el santo la gracia pueda en cierta medida suplir las imperfecciones n a turales; pero este género de gracia no existe para el intelectual en cuanto tal. Salvo que se establezca un paralelo entre la gracia en el orden sobrenatural y el genio en el orden natural. Pero el genio es cosa rara, y en t o do caso estas páginas no van dirigidas a los genios. A los intelectuales que no son genios no les basta adquirir y asimilar conocimientos, desarrollar al máximo su capacidad cerebral. La conocida máxima de Juvenal: Mens sana in corpore sano no ha perdido en lo más mínimo su vigencia. Hasta la eficacia más genuinamente intelectual depende en buena parte del equil i brio general del sujeto. No asombrarse, pues, de que dediquemos gran cantidad de páginas a la higiene corporal, a la dietética, a los diferentes métodos de descanso y relajación. Por cierto que dentro del marco de este libro no siempre nos es posible entrar en todos los pormenores, dar rec e tas para los menús o enseñar las técnicas del yoga o de la gimnasia sueca. Lo más a menudo nos contentaremos con desbrozar los principios e ind i car la línea que deberá seguirse, sin perjuicio de recomendar, dado el c a so, tal o cual obra más “ técnica ” .

Tan importante por lo menos como el equilibrio corporal nos parece el equilibrio afectivo. Cierto que hay hombres que extraen toda su alegría de vivir de la pasión intelectual; para ser felices no necesitan del amor ni de la amistad. A pesar de todo, éstos constituyen una minoría. Para la m a yor parte de los intelectuales, la elección entre celibato y matrimonio, ca s tidad y libertinaje, así como las relaciones con amigos, maestros y disc í pulos, plantean verdaderos problemas existenci a les. La misma fecundidad del trabajo intelectual se ve a menudo condicionada por el éxito afectivo. Y sin embargo, no siempre es fácil conciliar l os; de ellos pueden nacer conflictos más o menos graves. Veremos, pues, cuáles son los principales peligros que corre la armonía entre la inteligencia y el corazón, y ta m bién, naturalmente, de qué medios disponemos para prevenirlos. Ciertas formas de neurosis amenazan más particularmente a los intelectuales; i m porta prevenirlas o remediarlas.

A las mujeres intelectuales se les plantean particulares problemas, al punto que ciertos autores piensan que no podrían ser intelectuales sin r e nunciar a ser mujere s. Por nuestra parte, sin desconocer en modo alguno las dificultades existentes, pensamos que aun para ellas hay medios de conciliación, de síntesis.

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