José Navarro Gógora - Violencia en las relaciones íntimas: Una perspectiva clínica
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- Libro:Violencia en las relaciones íntimas: Una perspectiva clínica
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- Editor:Herder Editorial
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- Año:2015
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Violencia en las relaciones íntimas: Una perspectiva clínica: resumen, descripción y anotación
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José Navarro Góngora
VIOLENCIA EN LAS
RELACIONES ÍNTIMAS
UNA PERSPECTIVA CLÍNICA
Con la colaboración de
Arlene Vetere y Estefanía Estévez López
Herder
Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes
© 2014, José Navarro Góngora
© 2015, Herder Editorial, S. L., Barcelona
1ª edición digital, 2015
ISBN: 978-84-254-3412-9
Depósito Legal: B-12.551-2015
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
Producción digital: Digital Books
Herder
www.herdereditorial.com
Todo era tráfico y negocio. Nadie quería detenerse frente a
los árboles o ante un mar lleno de azules infinitos;
nadie disfrutaba la brisa o las noches inmensas abarrotadas
de luceros; nadie se detenía a gozar del agua salada sobre
el rostro y el cuerpo, o a aspirar el aroma del pan recién sacado
del horno de leña, ni a oír a los ancianos contar las historias
de ayer, de donde surgían las verdades que no registran los libros.
Jeannette M iller , La vida es otra cosa
Introducción
Este es un texto clínico que pretende definir cuáles son los problemas básicos de la violencia en las relaciones familiares y cómo se puede intervenir en ellos.
Hemos optado por describir la experiencia de alguien que padece una violencia crónica y cómo llegan los victimarios a un patrón de violencia, en vez de explicar las consecuencias de las agresiones en términos de patología mental. La intención es ayudar al clínico a que comprenda la experiencia de los implicados antes de diagnosticar y de intervenir . Comprender genera una actitud del profesional más cercana y positiva; además, a quien comprende le resulta fácil establecer un diagnóstico, si es que necesita tal cosa. En la evaluación clasificamos conductas o síntomas, lo que puede quedar alejado de la experiencia personal, ya que implica una actitud de mayor distancia y menor comprensión. En cualquier caso, defendemos y proponemos la regla de primero entender y después intervenir, y, complementariamente, que cuanto más tiempo se invierta en entender más fácil resultará el cambio.
De las intervenciones presentamos sus objetivos, sus estrategias y sus técnicas. Nos interesan más los dos primeros, quizá como consecuencia de la opción por comprender y no solo diagnosticar, pero también porque implican entender la intervención en términos de proceso y esto ayuda más al profesional a organizar lo que tiene que hacer (las técnicas). Sin embargo, las técnicas concretas no suelen ser, al final, el problema del clínico, pues se encuentran en un manual o en otro, y este libro ofrece también un buen catálogo. Suele haber más problemas en comprender lo que pasa, en los cómos y porqués de la intervención. La evaluación como comprensión y la intervención como proceso son las dos ideas básicas que permean este texto.
La pregunta no es por qué en un momento dado podemos ser violentos; sabemos que cuando nos sentimos gravemente amenazados la violencia es la respuesta evolutivamente condicionada y, por lo tanto, adaptativa. La pregunta es más bien por qué generamos pautas de violencia que se prolongan en el tiempo con las personas a las que amamos cuando no existen amenazas. Esa cronicidad, ese empecinamiento se entiende mal y, finalmente, pone en peligro la vida de las víctimas. La violencia no es solo un problema de sufrimiento personal y de injusticia social; quienes trabajan en este campo salvan vidas, y cuando este es el objetivo no puede haber espacios de permisividad. Esta es otra de las invitaciones del texto a los clínicos: colocarles en la posición de que lo que hacen primariamente salva vidas y de que este debe ser el objetivo principal. Se trata de una responsabilidad que pocas veces se tiene de forma tan acuciante en el resto del campo de salud mental, pero que no puede evitarse cuando se trabaja en violencia.
Todos los campos de la psicoterapia tienen sus peculiaridades, y este también. En pocos se genera tanto interés y debate social, y en pocos los movimientos sociales juegan un papel tan determinante, aunque probablemente también en pocos se necesita ese impulso social e ideológico. Como pasó con las terapias humanistas en los años sesenta del siglo pasado, que eran parte de un movimiento que luchaba por las libertades sociales, el campo de la violencia en las parejas tuvo, y tiene, como objetivo la liberación de las mujeres de la opresión de una cultura de varones que les impedía (e impide) el ejercicio pleno de sus derechos como seres humanos.
Hoy en día el tratamiento de la violencia ha devenido en una prestación más de los servicios sociales (y eventualmente, de Salud Mental). Walker, una de las pioneras feministas del campo, se lamenta de este giro que le ha hecho perder ese glamour revolucionario que fue su seña de identidad, para convertirse en un ejercicio profesional, eso sí, todavía muy inspirado y dirigido por los principios feministas. Pero los ejercicios profesionales se guían por intereses diferentes de las militancias sociales. Hoy en día nos encontramos entre un planteamiento ideológico que entiende que las intervenciones en violencia deben orientarse a la defensa y promoción de los derechos de las mujeres, y un planteamiento profesional más preocupado por la gestión de servicios, su eficacia y eficiencia. Uno se define por la fidelidad a unos principios; el otro por la fidelidad a los datos sobre cuáles son los problemas, qué soluciones son las mejores y los problemas de presupuesto, planificación y gestión. Es posible, y deseable, ejercer la profesión siendo fiel a criterios ideológicos, pero se comprende que haya problemas.
El campo de la investigación es uno de ellos. ¿Cómo hacemos progresar los programas de intervención en la violencia familiar: por los criterios de investigación o por la fidelidad a unos principios? Hoy en día la investigación entiende la violencia como un problema que va más allá de la cruda explotación de un género por el otro. El hecho de que también haya violencia en porcentajes comparables (si no mayores) en parejas del mismo sexo; la constatación de que no hay un solo tipo de violencia; los estudios sobre la violencia de las mujeres; la mejor comprensión del papel del maltrato infantil en la conformación del apego y del córtex órbito-frontal; las trayectorias de socialización de niños traumatizados por la violencia entre sus padres; el funcionamiento de la personalidad borderline..., presentan un cuadro mucho más matizado, quizá más sombrío, sobre la violencia en las relaciones de pareja.
La práctica clínica es otro de los problemas. Se pretende que, además de resolver problemas emocionales, la intervención tenga un carácter de liberación social, liberarse del control de una cultura de y para los hombres, que busca someter a las mujeres; esta es la narrativa feminista. La narrativa psicológica, sin excluir el elemento de liberación, tiene más bien que ver con el sufrimiento individual y, eventualmente, con la patología. Si hay violencia hay sufrimiento. Si el agresor no causara sufrimiento con su control resultaría dudoso que continuara controlando, pues buscaría otra fórmula para seguir haciendo daño . La narrativa del control termina fácilmente en una competición para ganar a quien oprime; cuando se habla de sufrimiento, interesa menos derrotar al otro y más llegar a alcanzar los objetivos propios. A las víctimas les repetimos que el criterio no es qué quiere su agresor, sino qué quieren ellas. Ambas narrativas pueden ser incompatibles. Resulta asombroso constatar lo poco que aparece el tema del sufrimiento (un discurso personal) y lo omnipresente del control (social y político); es como si solo interesara este y no sus víctimas.
La visión psicológica tiende a centrarse en los individuos y, a lo sumo, en su entorno más inmediato (familia, amigos) porque es lo que el clínico puede manejar mejor. Pero lo cierto es que, en el tema de la violencia, el sistema [social] cuenta, como dice Edward W. Gondolf (2002) y como se señaló antes desde el feminismo. Hoy entendemos que el sistema incluye a la familia (nuclear y extensa), los amigos y el sistema educativo; a todos se les puede llegar a convocar cuando se trabaja con adolescentes violentos. Más recientemente se ha empezado a desarrollar procedimientos para redes sociales (ciberviolencia o e- violencia). Pero también se incluye al sistema legal (abogados, jueces y fiscales), a la policía, al sistema de salud (física y mental) y a los servicios sociales, tanto en el trabajo con adolescentes como con las parejas, aunque, en estos casos, se opta por modelos de colaboración porque resulta muy difícil incluirlos en entrevistas conjuntas. Sin duda, otras variables sociales influyen de forma decisiva, como los sistemas de valores, la raza, políticas económicas, vivienda, delincuencia, disponibilidad de servicios, pobreza, seguridad, etcétera, que, aunque reconocidos, la investigación psicológica no ha llegado a dimensionar lo decisivo que pueden llegar a ser. Dicen los sociólogos que aplicar planes de desarrollo a barrios marginales azotados por la delincuencia desploma los índices de violencia. La violencia familiar no es solo un problema de salud mental, ni de servicios sociales; el sistema definitivamente importa. Importa lo psicológico, importa lo social próximo (familia, grupos de pares, redes sociales), pero también lo social algo más lejano: la comunidad (el barrio) y los valores de una sociedad obsesionada con la gestión económica de servicios.
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