J. Jesús Esquivel - Los narcos gringos: Una radiografía inédita del tráfico de drogas en Estados Unidos

Los narcos gringos

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A las miles y miles de víctimas del consumo, la demanda, el tráfico y la producción de drogas ilícitas, y a la siempre querida Ciudad Juárez

Introducción

Al hablar del narcotráfico en México, Colombia y América Latina en general, de manera natural se piensa en Estados Unidos, el país consumidor de narcóticos más grande del mundo, pero también el que ha asumido el papel de juez y policía y pretende determinar el castigo a los exportadores de drogas y a quienes por corrupción, negocio o negligencia permiten que ocurra el trasiego de enervantes.

La imagen común que tenemos los latinoamericanos al considerar la cuestión de las drogas en Estados Unidos es la de una sociedad ávida de ellas y dispuesta a experimentar con cualquier narcótico que esté de moda. Esta conclusión para muchos es una verdad a medias, y para otros, injusta: es cierto, no todos los estadounidenses las consumen, pero sí constituyen el mercado más demandante de cocaína, heroína, marihuana, metanfetaminas, medicamentos controlados y todos los estupefacientes que se les puedan ocurrir a vendedores y consumidores de estos productos, realidad que ha inspirado los guiones de filmes tan famosos como Scarface (1983), Traffic (2000) o la serie de televisión The Wire, transmitida de 2002 a 2008.

Hablar de drogas en Estados Unidos es un debate interminable, un marasmo de opiniones encontradas. Sin embargo, desde los años setenta del siglo pasado, cuando la Casa Blanca creó la Administración Federal Antidrogas (DEA) para contener el flujo de narcóticos procedente del extranjero, los políticos en Washington empezaron a imponer etiquetas de victimarios y de víctimas, con lo que provocaron encono en Latinoamérica porque se tiene la impresión, bien justificada, de que Estados Unidos se percibe mártir de un mal que nació fuera de sus fronteras. Los malos o los victimarios —desde la perspectiva política estadounidense, claro está, y lo demuestra la historia de su lucha contra las drogas— son los narcos latinoamericanos, asiáticos o de cualquier país que no sea el vecino del norte; las víctimas, obvio, son los consumidores estadounidenses y el resto de esa sociedad.

El mejor ejemplo de esta desfachatez y miopía de los políticos estadounidenses se concretó en 1986, cuando su Congreso aprobó el proceso de certificación de la lucha antidrogas de otros países. En lugar de dedicarse a buscar una solución a un problema de salud pública y de educación que en esos años los había rebasado con el descomunal consumo de cocaína, en el Capitolio surgió la brillante idea de “castigar” —suspendiéndoles la ayuda económica para el combate a la pobreza o para cualquier otro problema socioeconómico— a los países que, según los criterios unilaterales de Washington, no cumplieran cabalmente con el combate al narcotráfico y, por ende, fueran corresponsables de la adicción a las drogas de los ciudadanos de ese país.

Conforme a los resultados contraproducentes que arrojaba la certificación, poco a poco, si cabe decirlo así, la cordura fue regresando a la Casa Blanca y al Capitolio. En 2002 el entonces presidente republicano George W. Bush, con el apoyo de todo el Poder Legislativo federal, modificó el proceso de certificación que 16 años atrás había promulgado como ley otro presidente republicano, Ronald Reagan, quien hasta la fecha es el único mandatario en llevar a cabo una campaña nacional para prevenir el consumo de drogas y para rehabilitar a los adictos a los narcóticos.

Muchos capos del narcotráfico internacional se hicieron multimillonarios por la debilidad de los estadounidenses frente a los narcóticos; los más connotados, sin lugar a dudas, fueron el colombiano Pablo Escobar Gaviria y los mexicanos Amado Carrillo Fuentes, el Señor de los Cielos, y Joaquín el Chapo Guzmán Loera. La profesionalización del trasiego de drogas como fenómeno global tiene origen en la demanda y el consumo de enervantes de Estados Unidos; la fundación de grupos dedicados a la exportación de drogas ilícitas, queramos o no aceptarlo, es un legado que debemos a la brillante mentalidad para los negocios de los capos más importantes. En la escena internacional aparecieron los cárteles u organizaciones del crimen organizado, como científica o judicialmente las bautizó el Departamento de Justicia de Estados Unidos; en Colombia los de Medellín, Cali y del Valle Norte; en México los de Guadalajara, Sinaloa, Tijuana, Juárez, el Golfo, Jalisco Nueva Generación, los Zetas, la Familia Michoacana, los Caballeros Templarios, los Beltrán Leyva y nuevas agrupaciones que casi nacen por inercia. Se ha escrito en demasía y documentado con exageración el funcionamiento y las operaciones de los cárteles latinoamericanos del narcotráfico: a sus líderes incluso se les ha inmortalizado en libros, películas, documentales, y en la llamada narcocultura, por medio de los “narcocorridos”, de los que se dice coadyuvan a la mitificación de los criminales y a popularizar la violencia y la criminalidad entre el creciente número de jóvenes sin futuro económico y con un nivel muy bajo de educación; esto es así en México. Pero en la cadena interminable del problema del narcotráfico hace falta un eslabón: los narcos de Estados Unidos.

Ya es tradición que cuando se logra la captura o la muerte de un importante capo del narcotráfico internacional, en un número indeterminado de ocasiones con la participación o colaboración del gobierno de Estados Unidos, se destaque la noticia de forma espectacular, desbordándose en elogios por el éxito alcanzado al gobierno del país donde cayó el gran narco, por ejemplo México o Colombia, y se propaga la buena nueva describiendo en detalle, hasta caer en exageraciones, la carrera criminal del narco en desgracia. No obstante los halagos, siempre queda latente una interrogante: ¿por qué si cayó ese capo las drogas siguen moviéndose, vendiéndose y consumiéndose en Estados Unidos? Sí, se entiende y sabemos que sería un milagro eliminar a todos los cárteles de un solo golpe, pero ése no es el meollo del asunto. Más aún, cuando en Estados Unidos se desmantela una célula de cualquier cártel mexicano o colombiano, el Departamento de Justicia exalta el arresto de decenas y hasta cientos de personas involucradas en el caso. Lo que es una constante en este tipo de “golpes al crimen organizado” es que en esos anuncios la lista de criminales detenidos, en casi 99% de los casos, tiene apellidos latinoamericanos o hispanos, como dicen los estadounidenses: Sánchez, Gómez, Flores o García, por poner algunos ejemplos. Siempre están los ausentes nombres y apellidos sajones: un John Smith, un Colin McCain, o un Donald Murray, para seguir con los ejemplos.