Desde 1942, fecha en que Leo Kanner publicó una serie de observaciones originales sobre el autismo infantil precoz, esta afección no ha cesado de plantear desafíos y dificultades en lo referente a su abordaje terapéutico. Sin embargo, a pesar de encontrarse encerrados en el silencio o, si no, en el darse a la repetición de trozos de frases registradas como en una cinta magnética, a pesar de parecer ausentes en su repliegue o en el balancearse de modo compulsivo, a pesar de sostener gestos estereotipados y de mostrarse como privados de todo contacto Con el otro, a pesar de todo ello, algunos de estos niños sin mirada pueden, gracias a una cura psicoanalítica, superar una organización deficitaria, advenir al habla en tanto sujetos, adquirir una autonomía y, a veces, incluirse en una escolaridad normal. Los tres casos reunidos aquí por M.-C. Laznik-Penot constituyen otras tantas historias singulares, cada una de ellas ejemplar para enseñarnos las situaciones a las que se ven enfrentados médicos, psicoanalistas, educadores y, muy particularmente, los padres de estos niños.
La autora, sin duda, trabajó sus referencias a partir de la teoría de Lacan; sin embargo el recorrido clínico se halla fundado en la convicción de que, contrariamente a lo sustentado por las ideas recibidas, el lenguaje del niño autista no carece de significación; para aprehenderla, claro está, es necesario aprender pacientemente a descifrarla. Por eso la clínica del autismo, didáctica y brillantemente expuesta en este libro, al interrogar las condiciones de la subjetivación, interesa por igual, y de modo mayúsculo, a todos los analistas de adultos.
Marie-Christine Laznik-Penot
Hacia el habla. Tres niños autistas en psicoanálisis
ePub r1.0
Titivillus 01.04.15
Título original: Vers la parole. Trois enfants autistes en psychanalyse
Marie-Christine Laznik-Penot, 1995
Traducción: Santiago Algasi
Revisión: Roberto Harari
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
AGRADECIMIENTOS
A René Berouti porque su confianza y su aliento permitieron este trabajo clínico;
a Patrick de Neuter, que ha revisado muy amistosamente el conjunto del manuscrito;
a Gabriel Balbo, Jean Bergés, Élisabeth Fortineau y Betty Milán, que me han hecho conocer su valiosa opinión sobre numerosos capítulos;
a Talat Parman, que revisó todas las palabras en turco;
a Charles Melman que me sostuvo cálidamente; con la ayuda paciente de O. Cherif Idrissi El Ganouni pude escribir este libro con una computadora.
Para todos ellos, mi agradecimiento, así como para Bemard Penot, a quien debo mi posibilidad de escribir en francés.
A los niños Halil, Louise y Mourad
que me han enseñado tanto.
INTRODUCCION
«Esta mano que se tiende hacia la fruta, hacia la rosa, hacia el leño que de repente arde, este gesto para aprehender, atraer, avivar, es estrechamente solidario con la maduración de la fruta, con la belleza de la flor, con la llamarada del leño. Pero cuando sucede que, en este movimiento de alcanzar, atraer, enardecer, la mano llegó bastante lejos en dirección hacia el objeto, si de la fruta, de la flor, del leño, una mano sale y va al encuentro de esta mano que es la vuestra, y que en este momento es su mano que se para frente a la plenitud cerrada de la fruta, abierta de la flor, frente a la explosión de una mano llameante, entonces lo que allí se produce es el amor.»
J. LACAN
Kanner, en su texto princeps declaraba que en el autista, el lenguaje no está al servicio de la comunicación: no veía ninguna diferencia entre aquellos autistas que hablan y aquellos que no pronuncian palabras. Asimismo, se preguntaba si la cantidad de salmos y poemas que algunos padres habían enseñado a sus hijos autistas no era una de las causas de sus trastornos de comunicación.
En una investigación que llevó a cabo treinta años después, surge paradójico el hecho de que son justamente aquellos niños que abrevaron en el lenguaje los que tuvieron las evoluciones más favorables. Es difícil entonces dejar de pensar que son aquellas palabras, aun aprendidas de memoria, las que produjeron en ellos efectos de mutación estructural. Además, desde 1946, Kanner hablaba de su asombro frente a la capacidad poética y creativa del lenguaje de los niños autistas. Aun así, el anatema que había lanzado sobre ese lenguaje pasó a la posteridad, marcando con su influencia varias generaciones de educadores y terapeutas. Esto es lo que ocurre en estos establecimientos asistenciales que no dan importancia a la escucha de trozos de palabras, cantinelas o pequeñas canciones que el niño autista expulsa automáticamente. Se pasa por alto lo que se considera un ruido molesto para creer que lo único verdadero es la instauración de un lazo afectivo con el niño.
Los tres niños autistas cuyas respectivas curas comentaré me han enseñado que cierta escucha analítica de sus producciones sonoras —por más insignificantes que puedan parecer— permite la emergencia de una palabra que el niño pueda reconocer a posteriori como perteneciéndole.
Lacan le contestaba a Román Jakobson, quien observaba que el lenguaje de los muy pequeños era a veces un puro monólogo, lo siguiente: «La comunicación en tanto tal no es lo primero, ya que, en el origen, el futuro sujeto no tiene nada que comunicar, por el hecho de que los instrumentos de la comunicación están del otro lado, en el campo del Otro, y que tiene que recibirlos de él». Un analista, en consecuencia, puede escuchar las producciones sonoras de un niño autista, aun si de entrada no conllevan una función de comunicación. Poco importa entonces que no haya intersubjetividad. Además, la situación del bebé se encuentra en una relación fundamentalmente asimétrica con el Otro (que es en este caso la madre), un Otro gracias al cual adviene como sujeto.
Cuando empieza el tratamiento de un niño autista, el analista apuesta a que, atribuyendo a toda producción del niño, gestual o hablada, un valor significante, y constituyéndose él mismo en destinatario de lo que él considera a partir de este momento como un mensaje, el niño podrá reconocerse a posteriori como fuente del mensaje. El analista ocupa entonces, en algunas ocasiones, el lugar del Otro primordial. Pero, además, incurre en una anticipación sobre el sujeto por advenir, interpretando toda producción en tanto acto planteado por el niño para tratar de alcanzar un orden simbólico que lo preexiste.
El trabajo con un niño autista se efectúa al revés de la cura analítica clásica: la meta del analista no es interpretar los fantasmas del inconsciente ya constituido de un sujeto, sino permitir el advenimiento de tal sujeto. Se constituye entonces en intérprete, en el sentido de traductor de una lengua extranjera, tanto para el niño como para sus padres. Sabemos hasta qué punto las conductas estereotipadas y las reacciones paradojales de los niños autistas pueden desorganizar a sus padres, hasta ocultar para ellos el valor de acto o de palabra de tal producción de su niño. Este primer trabajo de traductor va a permitir que los padres vean al niño en su fulgor de llama, ahí donde sólo solían ver un residuo. De este modo, la madre podrá recobrar su capacidad de ilusión anticipatoria: o sea, su aptitud para escuchar una significación allí donde sólo hay, quizá, masa sonora —lo que Winnicott llama