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José Ramó Aylló - Ética razonada

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Excelente radiografía de la conducta ética y sus resortes: la verdad, la libertad, el placer, la conciencia, la justicia, la tolerancia, la familia, el respeto a la vida. Un ensayo muy útil para todo tipo de lector. Si la libertad implica el riesgo de escoger tanto una conducta digna como otra indigna y patológica, la ética es la elecció de la conducta digna, el esfuerzo por obrar bien, y también la ciencia y el arte de conseguirlo. Un ensayo al alcance del gran público, muy útil para todo tipo de lector. Estas páginas constituyen una excelente radiografía de la conducta ética y sus resortes: la verdad, la libertad, el placer, la conciencia, la justicia, la tolerancia, la familia, el respeto a la vida. Un ensayo al alcance del gran público, muy útil para todo lector inconformista que esté dispuesto a pensar a fondo, libre de ese lastre tan frecuente, engrosado con tópicos a la deriva de las modas.

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José Ramón Ayllón

Ética razonada

Ética razonada - image 1

Colección: Mundo y Cristianismo

Director de la colección: Javier M. Valbuena

© José Ramón Ayllón, 2005

© Ediciones Palabra, S.A. 2012

Paseo de la Castellana, 210 - 28046 MADRID (España)

Telf.: (34) 91 350 77 20 — (34) 91 350 77 39

www.palabra.es

palabra@palabra.es

Diseño de ePub: Javier Muñoz Municio

ISBN: 978-84-9840-624-5

Todos los derechos reservados.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares de Copyright.

A Rosamari y Pastora,
a Jesús y Ángel,
que encarnan estas páginas

PRIMERA PARTE
FUNDAMENTOS DE LA ÉTICA
1. EL BIEN

E l regreso de Troya fue complicado para Ulises: diez años a merced de los dioses y de los mares, y siempre con la muerte en los talones. Cada vez que su nave arribaba en tierra extraña, una misma inquietud: «¿De qué clase de hombres es la tierra a la que he llegado? ¿Son soberbios, salvajes y carentes de justicia, o amigos de los forasteros y con sentimientos de piedad hacia los dioses?».

Desde los orígenes, la conducta humana se enfrenta a la doble posibilidad de ser, precisamente, humana o inhumana. La libertad implica siempre el riesgo de escoger tanto una conducta digna del hombre como otra indigna y patológica. Llamamos ética a la elección de la conducta digna, al esfuerzo por obrar bien, a la ciencia y al arte de conseguirlo.

Necesidad de la ética

La diferencia esencial entre el hombre y los demás animales no consiste en un órgano diferente, en algo equivalente a las alas, las aletas, el pico, las garras o las pezuñas. La novedad descansa sobre una cualidad tan real como inmaterial: la libertad inteligente. Tan real que nos hace pertenecer a la especie homo sapiens. El hombre y el mono tienen una diferencia genética mínima: no llega al 2 %. En cambio, la diferencia existencial es un abismo. Salvar esa distancia representaba mucho más que bajar del árbol. El salto no era de la rama al suelo sino del suelo a la conquista del mundo. Fue la tarea de la inteligencia.

Solo un animal inteligente y libre es capaz de ver la realidad como tierra en la que pueden germinar unas semillas invisibles que llamamos posibilidades. En la rama no está escrita la flecha que podría ser. Los metales no piden ser convertidos en automóviles. El agua no es energía eléctrica. Sin embargo, el hombre inventa en la realidad esas y otras muchas posibilidades inverosímiles. La libertad inteligente se convierte así en una fabulosa hormona de crecimiento administrada a la realidad. El mundo se multiplica en mil mundos: es el progreso.

¿Y si la posibilidad que escogemos es negativa? En esa radiografía de Nueva York que es La hoguera de las vanidades, Tom Wolfe nos cuenta que cada año eran detenidas en el Bronx cuarenta mil personas entre las que había de todo: incompetentes, subnormales, psicópatas, alcohólicos, payasos y buenas gentes, todos ellos detenidos por algún tipo de enfurecimiento terminal. Pero había también otros tipos de quienes lo mejor que podía decirse era que se trataba de seres vilmente malvados.

Por lo que sabemos, con frecuencia elegimos mal. Se dice que hemos inventado la música de cámara, pero también la cámara de gas, y que estamos obligados a elegir, pero no estamos obligados a acertar. De ahí que sea necesaria una brújula que nos oriente en el confuso y agitado mar de la vida: eso es la ética. Y por esa razón, si el homínido se convierte en homo sapiens, no le queda más remedio que convertirse en homo ethicus. Es decir, no le queda más remedio que diseñar un mundo habitable. Algo que requiere elegir bien para no acabar mal; respetar la realidad; respetarse a sí mismo; abrir los ojos y aprender a mirar; superar la ley de la selva; no ser lobo para el hombre; usar la brújula y el mapa; saber que el terreno está minado; estar dispuesto a sufrir. En resumen: sostener un esfuerzo inteligente al servicio del equilibrio personal y social. Y si se quieren emplear palabras diáfanas: hacer el bien y evitar el mal.

Un texto de Elie Wiesel: «No lejos de nosotros, de un foso subían llamas gigantescas. Estaban quemando algo. Un camión se acercó al foso y descargó su carga: ¡eran niños! Sí, lo vi con mis propios ojos. No podía creerlo. Tenía que ser una pesadilla. Me mordí los labios para comprobar que estaba vivo y despierto. ¿Cómo era posible que se quemara a hombres, a niños, y que el mundo callara? No podía ser verdad. Jamás olvidaré esa primera noche en el campo, que hizo de mi vida una larga noche bajo siete vueltas de llave. Jamás olvidaré esa humareda y las caras de los niños que vi convertirse en humo. Jamás olvidaré esos instantes que asesinaron a mi Dios y a mi alma, y que dieron a mis sueños el rostro del desierto. Jamás olvidaré ese silencio nocturno que me quitó para siempre las ganas de vivir» (La noche).

Más razones

¿Es importante la ética? Aunque ya lo hemos dicho, vale la pena repetir que la ética es importante en grado sumo. ¿Por qué? Porque somos inteligentes: no nos gobierna el instinto ni la sensibilidad. Porque somos libres y estamos obligados a escoger. Por lo mismo que la brújula o el mapa. Porque carecemos de piloto automático. Porque el hombre hace honor a su condición de sujeto sujetando sus actos, llevando las riendas de su conducta, conduciéndose. Porque estamos compuestos de inteligencia y libertad: dos piezas que no encajan bien, una mezcla inestable, a veces explosiva. Porque la ley de la selva solo es buena para la selva. Porque necesitamos vivir en sociedad. Porque es cuestión de vida o muerte. Porque queremos ser felices y el mal nos esclaviza.

Si pasamos del «por qué la ética» al «para qué», podríamos responder de forma parecida: para vivir como lo que somos: personas. Para no vivir como lo que no somos: monos con pantalones. Para que el hombre no sea el lobo de Hobbes. Para que la sociedad no envenene al inocente de Rousseau. Para lograr la auténtica calidad de vida. Para ser felices.

Ya se ve que la ética es el arte de construir nuestra propia vida, y como no vivimos aislados sino en convivencia, con nuestras acciones éticas también construimos la sociedad, y con nuestra falta de ética la perjudicamos. Por tanto, nos encontramos quizá ante el más útil de los conocimientos humanos, ante el más necesario: porque nos permite vivir como seres humanos, a salvo de la selva y del caos.

División de opiniones

La ética busca el bien. Aunque la palabra «bien» no significa lo mismo para todos, todos aspiramos a vivir bien. Por eso debemos preguntarnos qué es lo que hace que las cosas, las acciones y la vida sean buenas: es decir, en qué consiste el bien.

Las respuestas son múltiples. Desde los tiempos de la Grecia clásica se ha dicho que el bien es el placer, y el placer, la ausencia de dolor físico y de perturbación anímica. Pero también la Grecia clásica reconoció que las cosas no son tan sencillas: muchas acciones y conductas profundamente buenas no están libres de dolores ni de sorpresas y desasosiegos. Piénsese, por ejemplo, en el esfuerzo por superar con buenas calificaciones un curso escolar, en la paciente tarea de educar a los hijos, en el trabajador que se gana la vida en un barco o en una mina, y en tantos otros trabajos. ¿Acaso las llamas son un placer para el bombero? ¿Es malo su trabajo por no ser placentero?

El bien se puede definir como lo que conviene a una cosa, lo que la perfecciona, con independencia del placer o dolor que pueda ocasionar. Como es lógico, no todo lo que perfecciona a uno perfecciona a otros (comer hierba sienta bien a la vaca, no al hombre), pero esto no significa que el bien sea subjetivo: la necesidad del aire que respiramos o del agua que bebemos no es un capricho, es una verdad independiente de nuestra opinión subjetiva. De modo similar, valores objetivos como la paz o la justicia seguirán siendo valiosos para todos, aunque un loco pueda negarlos.

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