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William Somerset Maugham - Diez grandes novelas y sus autores

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William Somerset Maugham Diez grandes novelas y sus autores

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EL ARTE DE LA NOVELA

Siempre he amado las correspondencias, las conversaciones, los pensamientos, todos los detalles del carácter, y las costumbres, la biografía, en una palabra, de los grandes escritores…

SAINTE-BEUVE

La primera condición de una novela es interesar. Ahora bien, para eso hay que ilusionar al lector hasta tal punto que pueda creer que lo que uno le cuenta realmente ha sucedido.

BALZAC

I

Quisiera en primer lugar contarle al lector de este libro cómo fue que escribí los ensayos que lo forman. Un día, estando yo en los Estados Unidos, el editor de la revista Redbook me pidió que hiciera una lista de las que para mí eran las diez mejores novelas del mundo. La hice, y no pensé más en ello. Por supuesto, mi lista era arbitraria. Hubiera podido hacer otra con diez novelas distintas, tan buenas en sus diferentes características como las que había escogido, y haber dado las mismas buenas razones para escogerlas. Si a cien personas, leídas y de adecuada cultura, les pidieran elaborar una lista similar, lo más probable es que mencionaran doscientas o trescientas novelas, pero creo que en todas las listas se encontrarían la mayor parte de las que yo escogí. Es comprensible que sobre este asunto exista diversidad de opiniones. Hay varias razones para que una novela atraiga tanto a una persona, incluso de buen juicio, que la lleven a atribuirle méritos exagerados. Puede ser que la haya leído en un momento de su vida o en circunstancias bajo las cuales estaba particularmente susceptible de ser conmovida por ella; o puede ser que su tema, o su ambiente, tenga para esta persona un significado más allá del ordinario debido a sus propias predilecciones o asociaciones personales. Puedo imaginar que un amante apasionado de la música podría colocar Maurice Guest de Henry Handel Richardson entre las diez mejores novelas, y que un nativo de las cinco pueblos, encantado con la fidelidad con la que Arnold Bennett describe su carácter y sus habitantes, podría dar lugar en su lista a The Old Wives Tale. Ambas son buenas novelas, pero no creo que un juicio imparcial pusiera una de ellas entre las diez mejores. La nacionalidad de un lector lo inclina a prestarle a ciertas obras un interés que hace que les atribuya una mayor excelencia de la que generalmente sería admisible. Durante el siglo XVIII, la literatura inglesa fue ampliamente leída en Francia, pero desde entonces, hasta hace muy poco, los franceses no se han interesado mucho en cualquier cosa escrita más allá de sus fronteras, y supongo que a un francés no se le ocurriría mencionar Moby Dick en una lista como la que yo hice, y Orgullo y prejuicio sólo si tuviera una cultura poco usual; sin embargo, ciertamente incluiría La princesa de Cleves de madame de Lafayette; y con razón, puesto que tiene méritos notables. Es una novela de sentimientos, una novela psicológica, quizás la primera que se escribió: la historia es conmovedora; los personajes están correctamente descritos; está escrita con distinción y tiene el mérito de ser breve. Trata sobre un estado de la sociedad bien conocido por todos los estudiantes franceses; su atmósfera moral les es familiar por sus lecturas de Corneille y de Racine; tiene el encanto de estar asociada con el período más espléndido de la historia de Francia; y es una valiosa contribución a la edad de oro de la literatura francesa. Pero el lector inglés puede pensar que la magnanimidad de sus protagonistas es inhumana, que sus diálogos son acartonados y su comportamiento increíble. No digo que tenga razón en pensar esto; pero, al pensarlo, nunca clasificaría esta admirable novela entre las diez mejores del mundo.

En un breve comentario que hice para acompañar la lista de Redbook, escribí: «El lector sabio hallará el mayor placer en leerlas si aprende el útil arte de saltarse páginas». Una persona razonable no lee una novela como si fuera una tarea. La lee como una diversión. Está dispuesto a interesarse en los personajes y está interesado en ver cómo actúan en ciertas circunstancias y en lo que les sucede; simpatiza con sus problemas y sus alegrías lo alegran; se pone en su lugar y, hasta cierto punto, vive sus vidas. Su visión de la vida, su actitud hacia los grandes temas de la especulación humana, ya sean expresados con palabras o mostrados en la acción, provocan en ella una reacción de sorpresa, de placer o de indignación. Sabe instintivamente donde reside su interés, y lo sigue tan seguramente como un galgo sigue el rastro de un zorro. A veces, por falla del autor, pierde el rastro. Forcejea entonces con torpeza hasta que lo encuentra de nuevo. Se salta partes.

Todo el mundo se salta páginas, pero omitir trozos sin pérdida no es fácil. Puede ser, que yo sepa, un don de la naturaleza, o puede ser algo que se adquiere con la experiencia. El Dr. Johnson se saltaba pedazos con ensañamiento, y Boswell nos cuenta que «tenía una facilidad peculiar para comprender de una vez lo que era valioso en un libro sin someterse a la labor de leerlo de principio a fin». Boswell sin duda se refería a libros de información o de formación espiritual; si leer una novela es un trabajo, lo mejor es no leerla. Infortunadamente, por razones que examinaré enseguida, hay pocas novelas que se puedan leer de principio a fin sin que flaquee el interés. Aunque saltarse páginas es un mal hábito, es algo que le es impuesto al lector. Pero cuando este empieza a saltarse páginas, encuentra difícil dejar de hacerlo, y se le puede escapar mucho que para él hubiera sido beneficioso leer.

Ahora bien, un tiempo después de que apareció en Redbook la lista que había hecho, un editor norteamericano me planteó la sugerencia de reeditar las diez novelas que había mencionado en forma abreviada, con un prefacio para cada una escrito por mí. Su idea era omitir todo salvo lo que contaba la historia que el autor tenía que contar, exponer sus ideas pertinentes y mostrar los personajes que había creado de modo que los lectores pudieran leer estas magníficas novelas, cosa que no hubieran hecho si no se les hubiera cortado lo que no sin justicia podría describirse como un montón de madera seca; y así, puesto que sólo lo valioso había sido dejado en ellas, disfrutar al máximo un gran placer intelectual. Al principio me desconcerté; pero luego reflexioné que, aunque algunos de nosotros hemos adquirido la habilidad de saltarnos páginas para nuestro provecho, la mayor parte de la gente no lo ha hecho, y ciertamente sería una buena cosa que sus saltos los hiciera por ella una persona de tacto y discriminación. Acogí con satisfacción la idea de escribir los prefacios de las novelas en cuestión, y de inmediato me di al trabajo. Algunos estudiantes de literatura, algunos profesores y críticos, exclamarán que es escandaloso mutilar una obra maestra, y que debe leerse tal como la escribió el autor. Esto depende de la obra maestra. No puedo imaginar que una sola página pueda ser omitida de una novela tan encantadora como Orgullo y prejuicio, o de una tan ajustadamente construida como Madame Bovary; pero ese crítico tan razonable que era George Saintsbury escribió que «hay muy pocas novelas que soporten tanta concentración y condensación como las de Dickens». No hay nada reprochable en cortar. Pocas obras de teatro se han producido que no hayan sido cortadas en los ensayos de manera más o menos drástica. Un día, hace muchos años, almorzando juntos, Bernard Shaw me contó que sus obras tenían mucho más éxito en Alemania que en Inglaterra. Atribuyó esto a la estupidez del público británico y a la mayor inteligencia del alemán. Estaba equivocado. En Inglaterra él insistía en que se dijeran todas las palabras que había escrito. Yo había visto sus obras en Alemania; allí los directores habían podado sin piedad toda la palabrería innecesaria para la acción dramática, y así le ofrecían al público una diversión del todo grata. Sin embargo, no me pareció apropiado decirle esto. Pero no sé de ninguna razón por la que una novela no deba someterse al mismo proceso.

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