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Varios Autores - Los Grandes Enigmas Historicos De Antaño 06

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Varios Autores Los Grandes Enigmas Historicos De Antaño 06
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Los Grandes Enigmas Historicos De Antaño 06: resumen, descripción y anotación

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Sinopsis

El siglo dieciocho ya está iniciando su cuesta abajo: en marzo de 1766 algo que puede parecer una simpleza, un bando por el que los madrileños se ven obligados a «europeizar» su forma de vestir, provoca una situación conflictiva dentro del largo y pacífico reinado de Carlos III: la capital se amotina, el rey parte preocupado para su retiro de Aranjuez, muertos, crisis de gobierno. Años más tarde la Compañía de Jesús, inculpada por el Gobierno del hecho, tiene que abandonar España... Es lo que ha pasado a la historia con el nombre de «Motín de Esquilache». ¿Era di cambio de ropa un mero capricho del «ilustrado» ministro italiano? ¿Se puede considerar la reacción del pueblo como una simple «revolución de plazuela»? ¿Estamos ante un pueblo que toma contienda de su fuerza política o ante una población que, sencillamente, se aferra con fuerza a las costumbres patrias? ¿No será, más bien, que las masas amotinadas están, como marionetas, movidas por los sutiles y bien dirigidos hilos de intereses ocultos? El «Motín de Esquilache» es uno de esos casos históricos en que la envergadura de los hechos está en desproporción con la pequeñez de las causas aparentes. Por eso, es uno de los enigmas de la Historia de España.

Varios Autores

LOS GRANDES ENIGMAS HISTORICOS DE ANTAÑO 06


Introducción


El siglo dieciocho ya está iniciando su cuesta abajo: en marzo de 1766 algo que puede parecer una simpleza, un bando por el que los madrileños se ven obligados a «europeizar» su forma de vestir, provoca una situación conflictiva dentro del largo y pacífico reinado de Carlos III: la capital se amotina, el rey parte preocupado para su retiro de Aranjuez, muertos, crisis de gobierno. Años más tarde la Compañía de Jesús, inculpada por el Gobierno del hecho, tiene que abandonar España...

Es lo que ha pasado a la historia con el nombre de «Motín de Esquilache». ¿Era di cambio de ropa un mero capricho del «ilustrado» ministro italiano? ¿Se puede considerar la reacción del pueblo como una simple «revolución de plazuela»? ¿Estamos ante un pueblo que toma contienda de su fuerza política o ante una población que, sencillamente, se aferra con fuerza a las costumbres patrias? ¿No será, más bien, que las masas amotinadas están, como marionetas, movidas por los sutiles y bien dirigidos hilos de intereses ocultos?

El «Motín de Esquilache» es uno de esos casos históricos en que la envergadura de los hechos está en desproporción con la pequeñez de las causas aparentes. Por eso, es uno de los enigmas de la Historia de España.


*


Las revoluciones estallan a veces sin saber cómo, a partir de un hecho insignificante que la Historia pronto olvidará. Luego, viene la explosión popular espontánea, inmediatamente explotada por aquellos que deseaban un cambio de régimen violento, radical, una transformación de las instituciones políticas. Cuando se conoció en Versalles la toma de la Bastilla Luis XVI preguntó: «¿Es un motín?», y el duque de La Rochefoucauld-Liancourt le respondió: «¡No, Majestad, es una revolución»

El golpe de Estado es muy diferente. Es una acción minuciosamente elaborada por una minoría, aunque con frecuencia la improvisación juega un papel decisivo en su desarrollo. Es con todo, una empresa más o menos violenta mediante la cual un hombre o un grupo tratan de hacerse dueños del poder.

Los días 18 y 19 de bramario del Año VIII, Bonaparte, no sin dificultades, llevará a buen fin su golpe de Estado. Para ello necesitará el concurso de las bayonetas contra los representantes del pueblo. En realidad, el verdadero hombre de brumario no fue Napoleón Bonaparte sino su hermano Luciano, mucho más hábil. A la decisión y al valor del glorioso general, Luciano añadió su experiencia y maquiavelismo políticos sin los cuales el golpe de Estado de brumario tal vez no hubiera triunfado. Bonaparte anhelaba una aprobación unánime de los representes del pueblo, pero fue preciso el «¡Adelante, granaderos! ¡Tambores, a la carga!» y el «¡Echadme fuera toda esa gente!» de Murat para que se lograse su designio. Los pocos granos arrancadas de su rostro, todavía macilento, jugaron también un importante papel en el golpe de Estado. Sin embargo, Luciano Bonaparte, que entonces tiene veinticuatro años, podrá decir al abrir la última sesión de los Quinientos, de donde saldrá la supresión del Directorio y la creación del Consulado: «Si la libertad nació en Versalles, en el Juego de Pelota, se ha consolidado en la Orangerie de Saint-Cloud; los constituyentes del 89 fueron los padres de la Revolución, pero los legisladores del año VIII son loa padrea y los pacificadores de la Patria.» La Revolución, ese día, tal vez se haya salvado, pero la República desaparecerá por un tiempo. Bonaparte pronto será Primer cónsul, y luego emperador.


*


Apenas se habla de la conquista de Argelia, por parte de Francia, en 1850, todo el mundo piensa en seguida en el famoso golpe propinado con el abanico, que en realidad no era tal sino un cazamoscas. Este incidente ocurrido en 1827, y del que el rey Hussein hiciera victima a Pierre Deval, cónsul general de Francia, pasó a la historia. Pero, ¿cómo explicar la cólera intempestiva del rey? La verdad es que, a fin de cuentas, el origen de la crisis fue un asunto monetario. Desde 1793 a 1798, dos hombres de negocios y banqueros argelinos, Bacri y Busnach, habían suministrado aprovisionamientos al gobierno francés para sus ejércitos de Italia y de Egipto. Las tribulaciones de loa créditos Bacri —impagados y protestados— serán la causa de la deterioración de las relaciones entre Francia y la Regencia y, en una segunda fase, de la conquista de Argel en julio de 1830. Esta expedición envenenará las relaciones entre París y Londres y se oirá al ministro francés de la Marina, en un lenguaje poco diplomático, lanzarle al embajador de Su Graciosa Majestad: «Francia se c... en Inglaterra.»


Bernard Michel


El motín de Esquilache


Como se puede explicar que, en pleno siglo XVIII, cuando la Monarquía española gozaba de un auténtico e inconstatable consensus social, un simple bando, intentando cambiar la indumentaria de los madrileños, provocara aquel estallido de marzo de 1766 que ha pasado a la historia con la ya imborrable designación de «motín de Esquilache»? Bien es cierto que la sublevación capitalina, como respuesta al bando del ministro de Hacienda de Carlos III, se hizo en nombre del monarca y a los gritos de ¡Viva el rey! y ¡Muera Esquilache!; pero no es menos cierto, asimismo, que para el Gabinete entonces en el Poder el motín presentaba todos los visos de un golpe de estado popular y que, además, los madrileños en su exaltación amenazaron al monarca con arrasar Madrid si no accedía a sus peticiones. ¿Podía el pueblo protagonizar aquella puesta en entredicho de la autoridad real, aquel enfrentamiento directo al poder constituido? ¿Poseía una mínima conciencia de clase para sí, en términos marxianos, capaz de oponerse a una reforma social promovida desde arriba? Las preguntas no son, ni mucho menos, ociosas por cuanto a su base, como ha visto muy bien un filósofo y ensayista contemporáneo, se halla la posible comprensión no sólo del motín y sus causas sino —lo que es más importante— del sentido de la sociedad y el Estado —como términos no equivalentes— en el reinado del mejor y más capacitado de los Borbones españoles.

Sabemos bien lo que pasó, los sucesos puntuales y pormenorizados de aquella explosión popular, de aquella desatada fiebre de violencia; en un reinado, además —y esto resulta curioso— donde la paz —una paz duradera y prolongada— fue sello inequívoco. Pero, aun hoy, transcurridos más de doscientos años desde el acontecimiento, las causas permanecen borrosas, los por qué se tiñen de partidismo historiográfico y resulta difícil, cuando no imposible, ofrecer una imagen completa y válida del friso de causas y concausas del motín. La cuestión reside en hallar, por encima de interpretaciones más o menos brillantes, el papel exacto representado por todas y cada una de las partes incluidas en la «responsabilidad» de los hechos: nobleza, alto clero, jesuitas, populacho y «ensenadistas». Pero ello no puede llevarse a cabo sino desposeyéndose de pasiones extrahistóricas, esto es, sumergiéndose en los sucesos con mirada desprejuiciada que permita sopesar todos y cada uno de los elementos en juego. Quienes han pretendido absolutizar la función de un solo aspecto de la cuestión (pueblo, nobleza o jesuitas), ofrecen una visión tan sugestiva como pardal, tan brillante como incompleta.

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