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José Luis Martín Descalzo - Razones para la alegría

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José Luis Martín Descalzo Razones para la alegría

Razones para la alegría: resumen, descripción y anotación

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PRIMERA ESTACIÓN

JESÚS, RESUCITANDO, CONQUISTA LA VIDA VERDADERA

Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro.

Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima.

Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos.

El ángel habló a las mujeres: «Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía».

(Mt 28,1-6)

Gracias, Señor, porque al romper la piedra de tu sepulcro

nos trajiste en las manos la vida verdadera,

no sólo un trozo más de esto que los hombres llamamos vida,

sino la inextinguible,

la zarza ardiendo que no se consume,

la misma vida que vive Dios.

Gracias por este gozo,

gracias por esta Gracia,

gracias por esta vida eterna que nos hace inmortales,

gracias porque al resucitar inauguraste

la nueva humanidad

y nos pusiste en las manos esta vida multiplicada,

este milagro de ser hombres y más,

esta alegría de sabernos partícipes de tu triunfo,

este sentirnos y ser hijos y miembros

de tu cuerpo de hombre y Dios resucitado.

SEGUNDA ESTACIÓN

SU SEPULCRO VACÍO MUESTRA QUE JESÚS HA VENCIDO A LA MUERTE

Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro.

Y se decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?».

Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande.

Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y quedaron aterradas.

Él les dijo: «No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron».

(Mc 16,2-6)

Hoy, al resucitar, dejaste tu sepulcro

abierto como una enorme boca, que grita

que has vencido a la muerte.

Ella, que hasta ayer era la reina de este mundo,

a quien se sometían los pobres y los ricos,

se bate hoy en triste retirada

vencida por tu mano de muerto-vencedor.

¿Cómo podrían aprisionar tu fuerza

unos metros de tierra?

Alzaste tu cuerpo de la fosa como se alza una llama,

como el sol se levanta tras los montes del mundo,

y se quedó la muerte muerta,

amordazada la invencible,

destruido por siempre su terrible dominio.

El sepulcro es la prueba:

nadie ni nada encadena tu alma desbordante de vida

y esta tumba vacía muestra ahora

que tú eres

un Dios de vivos y no un Dios de muertos.

TERCERA ESTACIÓN

JESÚS, BAJANDO A LOS INFIERNOS, MUESTRA EL TRIUNFO DE SU RESURRECCIÓN

Porque también Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios. Muerto en la carne pero vivificado en el Espíritu; en el espíritu fue a predicar incluso a los espíritus en prisión.

(1 Pe 3,19)

Más no resucitaste para ti solo.

Tu vida era contagiosa y querías

repartir entre todos

el pan bendito de tu resurrección.

Por eso descendiste hasta el seno de Abrahán,

para dar a los muertos de mil generaciones

la caliente limosna de tu vida recién conquistada.

Y los antiguos patriarcas y profetas

que te esperaban desde siglos y siglos

se pusieron de pie y te aclamaron, diciendo:

«Santo, Santo, Santo.

Digno es el cordero que con su muerte nos infunde vida,

que con su vida nueva nos salva de la muerte.

Y cien mil veces santo

es este Salvador que se salva y nos salva».

Y tendieron sus manos

brotó este nuevo milagro

de la multiplicación de la sangre y de la vida.

CUARTA ESTACIÓN

JESÚS RESUCITA POR LA FE EN EL ALMA DE MARÍA

Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!

»¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

»Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.

»Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo».

(Lc 1,41-49)

No sabemos si aquella mañana del domingo

visitaste a tu Madre,

pero estamos seguros de que resucitaste

en ella y para ella,

que ella bebió a grandes sorbos el agua de tu resurrección,

que nadie como ella se alegró con tu gozo

y que tu dulce presencia fue quitando

uno a uno los cuchillos

que traspasaban su alma de mujer.

No sabemos si te vio con sus ojos,

mas sí que te abrazó con los brazos del alma,

que te vio con los cinco sentidos de su fe.

Ah, si nosotros supiéramos gustar una centésima de su gozo.

Ah, si aprendiésemos a resucitar en ti como ella.

Ah, si nuestro corazón estuviera tan abierto como estuvo

el de María aquella mañana del domingo.

QUINTA ESTACIÓN

JESÚS ELIGE A UNA MUJER COMO APÓSTOL DE SUS APÓSTOLES

Estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.

Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».

Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.

Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?». Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré».

Jesús le dice: «¡María!». Ella se vuelve y le dice: «Rabboni!», que significa: «¡Maestro!».

Jesús le dice: «No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”».

María la Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto».

(Jn 20,11-18)

Lo mismo que María Magdalena decimos hoy nosotros:

«Me han quitado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».

Marchamos por el mundo y no encontramos nada en qué poner los ojos,

nadie en quien podamos poner entero nuestro corazón.

Desde que tú te fuiste nos han quitado el alma

y no sabemos dónde apoyar nuestra esperanza,

ni encontrarnos una sola alegría que no tenga venenos.

¿Dónde estás? ¿Dónde fuiste, jardinero del alma,

en qué sepulcro, en qué jardín te escondes?

¿O es que tú estás delante de nuestros mismos ojos

y no sabemos verte?

¿Estás en los hermanos y no te conocemos?

¿Te ocultas en los pobres, resucitas en ellos

y nosotros pasamos a su lado sin reconocerte?

Llámame por mi nombre para que yo te vea,

para que reconozca la voz con que hace años

me llamaste a la vida en el bautismo,

para que redescubra que tú eres mi maestro.

Y envíame de nuevo a transmitir de nuevo tu gozo a mis hermanos,

hazme apóstol de apóstoles

como aquella mujer privilegiada

que, porque te amó tanto,

conoció el privilegio de beber la primera

el primer sorbo de tu resurrección.

SEXTA ESTACIÓN

JESÚS DEVUELVE LA ESPERANZA A DOS DISCÍPULOS DESANIMADOS

Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido.

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