Hugo Alconada Mon - La raíz (de todos los males)
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- Libro:La raíz (de todos los males)
- Autor:
- Editor:Planeta
- Genre:
- Año:2018
- Índice:4 / 5
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La raíz (de todos los males): resumen, descripción y anotación
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La raíz
(de todos los males)
Alconada Mon, Hugo
La raíz de todos los males / Hugo Alconada Mon. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Planeta, 2018.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-950-49-6434-6
1. Política Argentina. I. Título.
CDD 320.0982
© 2018, Hugo Alconada Mon
Diseño de cubierta: Federico García Arias y Joe Favre para New
Todos los derechos reservados
© 2018, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C.
Publicado bajo el sello Planeta ®
Independencia 1682, C1100ABQ, C.A.B.A.
www.editorialplaneta.com.ar
Primera edición en formato digital: septiembre de 2018
Digitalización: Proyecto451
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
Inscripción ley 11.723 en trámite
ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-6434-6
A G. F., buen amigo.
Por empujarme al abismo.
Estudia cómo realmente se toman las decisiones, quiénes las toman y por qué deciden hacer lo que hacen. Eso es el estudio de la política y de los procesos políticos.
DARON ACEMOGLU y JAMES A. ROBINSON,
«Por qué fracasan las naciones»
Los corruptos dan de comer pan sucio.
PAPA FRANCISCO
Introducción
Veintiún años después, Alfredo Yabrán aún tiene razón.
—¿Qué es el poder? —le preguntaron.
—El poder es tener impunidad. Ser poderoso es ser un impune, un hombre al que no le llega nada —respondió. ()
Porque la impunidad requiere poder.
Y el sistema argentino de poder real está montado para fomentar la corrupción y garantizar la impunidad del «círculo rojo», de la «casta», que controla las riendas del país.
Un sistema que es, en la práctica, la raíz de todos los males que afronta la Argentina, en especial durante las últimas décadas. Porque la corrupción altera las prioridades de quienes deben tomar decisiones con todo tipo de efectos nocivos. Políticos, económicos y sociales. Y la impunidad rompe con la premisa de que un castigo debe seguir al delito, alentando su repetición y subvirtiendo valores sociales. Así, quien debiera estar preso por corrupto aparece, en la práctica, como el más astuto de todos. La cigarra vence a la hormiga en la Argentina.
Los fiscales no investigan, los jueces no juzgan, los organismos de control no controlan, los sindicalistas no representan a sus trabajadores, los empresarios no compiten, la policía no reprime el delito y los periodistas no informan. Con excepciones en todos los campos, por supuesto, y muy dignas, por cierto. Pero así fue diseñado y así funciona un sistema de corrupción e impunidad donde reina la hipocresía, que premia a los que se adaptan, expulsa o encapsula a los elementos sanos (que son muchos), y castiga a los que intentan rebelarse (que no son tantos). Es decir, pierden sus trabajos, padecen campañas de desprestigio, arrastran durante años causas penales inventadas, acumulan disparos contra sus casas en la madrugada, o sufren que un sicario martille su pistola en la cabeza de un hijo de 11 años.
Porque todo eso —y más— ocurrió y ocurre en los sótanos de la Argentina. Porque «incluso la mejor de las constituciones enseña la fachada del enorme y complejo edificio del Estado», dice Norberto Bobbio en Las ideologías y el poder en crisis , «pero revela poco o nada de lo que se encuentra detrás o dentro de él, por no hablar de los sótanos». ()
Porque es tal la impunidad imperante en la Argentina que mientras en Brasil el «Lava Jato» ya llevó a la cárcel a un ex Presidente y a varios de los más grandes empresarios de América Latina, en Perú forzó la renuncia de un Presidente y otros dos ex mandatarios están contra las cuerdas; en Ecuador provocó la caída de un vicepresidente y en Panamá el arresto de un ex Presidente, la Justicia argentina recién acordó en agosto de 2018 que accederá en un futuro impreciso a la información que Brasil le quiere entregar desde junio de 2017.
Es tal la impunidad imperante en la Argentina que, mientras en Brasil la Justicia inició y completó esa investigación penal contra el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva en menos de dos años y medio, el Poder Judicial argentino se mueve con ritmos mucho más cansinos. Así es como en 1996 abrió un expediente contra Carlos Menem por la venta del predio de Palermo a la Sociedad Rural y el juicio oral recién comenzó en junio de 2018, y el ex mandatario ya fue condenado en otros dos casos —Armas y sobresueldos—, pero sigue libre, protegido por sus fueros como senador.
Es tal la impunidad argentina que la Justicia salvó a todos los acusados en la causa por las «coimas en el Senado» —aquellas de la «Banelco»— por la aplicación del beneficio de la duda, aun cuando la pesquisa incluyó un protagonista confeso, Mario Pontaquarto.
Porque aun cuando se arrepienten los delincuentes, la Justicia argentina no arriba a una condena. Y acaso el ejemplo paradigmático no sea el de Pontaquarto, sino el de Alfredo Aldaco, uno de los coimeros del caso IBM-Banco Nación.
Aldaco no solo reconoció su rol, sino que pidió disculpas en noviembre de 2009. «No encuentro justificación alguna para mi pasada conducta puesto que tenía la cultura, la educación y la ideología necesaria para haber rechazado cualquier tipo de oferta», escribió en un texto que presentó en Tribunales. «Pude haber dicho simplemente no y renunciar al cargo que por entonces ocupaba. Hace más de quince años que esos momentos me son recurrentes y verdaderamente nunca encontré una razón lógica ante tamaña confusión de valores. Durante todo este tiempo me acompañaron sensaciones de vergüenza, dolor y fundamentalmente arrepentimiento. La única forma que encontré para enmendar lo actuado fue someterme a la justicia de la forma más transparente posible, devolver todo el dinero depositado en el exterior, trabajar dignamente, reiniciar mi vida y tratar de ser cada día mejor persona.»
El lector puede creer en su arrepentimiento o no. Pero las evidencias están allí: «Cuando se dictó la prisión preventiva me presenté inmediatamente. Se me ofreció desde ir detenido a Gendarmería hasta una prisión domiciliaria. Simplemente solicité ir donde iban todos los procesados en mi condición. Estuve detenido en Villa Devoto en un pabellón común de trabajadores durante 57 días. Le prohibí a mi entonces abogado defensor presentar cualquier recurso para obtener la libertad. Igualmente la Cámara me la concedió cuando liberó a otro de los imputados ya que entendió que lo actuado por el Tribunal de primera instancia no se ajustaba a derecho. A fines de julio de 1997 en el momento en que estaba siendo liberado solicité se me dejara detenido. Se me dijo que el tema estaba terminado, que me olvidara… En ese momento la única respuesta que pensé que podía darle a la sociedad fue no salir de mi domicilio durante seis años salvo para ir a trabajar. En ese lapso no pisé ni un restaurante, cine o espectáculo artístico o deportivo. Nunca fui de vacaciones, ni participé de acontecimiento social alguno. Absolutamente nada durante seis años». Es decir, durante el tiempo equivalente al monto máximo de la pena prevista en el Código Penal para el delito de cohecho. ()
¿Y qué hizo la Justicia argentina con Aldaco?
Lo dejó arrumbado. Tras dieciséis años de instrucción a cargo de tres jueces federales, y amagues varios con la prescripción, cerró el expediente con un juicio abreviado por el cual siete acusados acordaron devolver parte del dinero. Es decir, 18 millones de pesos sobre coimas probadas por 21 millones de dólares, sin contar las sospechas sobre otros 16 millones de dólares. Eso, a cambio de que ningún acusado recibiera una condena de prisión efectiva. Es decir, se quedaron con dinero ajeno y evitaron la cárcel. ()
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