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Jana Westwood - Enséñame a amarte

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Contenido

© Jana Westwood

Portada: Jana Westwood

Foto portada: Artem Furman

1ªEdición: Mayo de 2016

Todos los derechos reservados. Queda prohibida, bajo la sanción establecida por las leyes, la reproducción total o parcial de la obra sin la autorización escrita de los titulares del copyright.

Capítulo 1

Henrietta Tomlin se miraba en el espejo con aquella expresión entre ácida y deprimida con que se enfrentaba siempre a ese momento tan dramático: el visto bueno de su madre.

—Henrietta ya te dije que el color verde no te favorece nada —dijo ladylady Margaret mirando a su hija con reprobadora expresión—. El de encaje blanco hubiese sido mucho más adecuado para… tu físico.

Henrietta sabía perfectamente lo que su madre estaba diciendo, en su cabeza había escuchado, una a una, todas las palabras que lady Margaret no se había atrevido a pronunciar.

«—Henrietta ese vestido fue hecho para una joven hermosa y no para alguien con un físico tan vulgar y corriente como el tuyo.»

—Querida mía —dijo su madre acercándose a ella y haciéndole un gesto, que quería ser una caricia, en una de sus pálidas mejillas—. No debes angustiarte, ya sabes lo que siempre digo, lo más importante es reconocer nuestros defectos y carencias. No es aconsejable esperar a que sean los demás los que los descubran por nosotros

—Sí, mamá. Me lo has dicho muchas veces y gracias a ti tengo todas mis carencias muy asumidas. Mi nariz es demasiado pequeña, mis ojos demasiado grandes, mi boca excesiva… —recitó la joven.

—¡Eso es! Eres igualita que tu padre —sonrió lady Margaret caminando hacia la puerta—. Tienes tiempo de cambiarte, pero apúrate, salimos en cuanto tu hermana esté lista. ¡Lidia! ¿A dónde vas?

—A ver a mi hermanita. ¡Oh, Henrietta, estás preciosa! El color verde hace juego con tus ojos.

Lidia era la hija menor de los Tomlin. Era una joven elegante y muy hermosa que en nada se parecía a su hermana mayor. Lady Margaret siempre decía que era como ella cuando era joven.

—Estaba a punto de quitármelo —dijo la primogénita de la familia—. Mamá piensa que no me favorece nada.

—¿Por qué dices eso, mamá? —dijo Lidia mirando a su madre—. Está guapísima.

—Para eso tendría que serlo —murmuró lady Margaret.

—¿Qué has dicho mamá? —preguntó Lidia ahuecando la falda del vestido de su hermana—. No hables tan flojito que no se te entiende.

—Debes terminar de arreglarte, Lidia, la fiesta es en tu honor y no puedes descuidar ningún detalle.

Lidia miró a su hermana con cara de fastidio aprovechando que su madre estaba a su espaldas y no podía verla.

—Ya estoy casi lista, mamá, solo tengo que ponerme las joyas y bajaré. Por cierto, papá te estaba buscando —mintió.

—¡Este hombre no sabe hacer nada sin mí! ¡No sé qué va a ser de él el día que yo no esté!

Lady Margaret salió de la habitación y las dos hermanas se quedaron solas. Lidia puso a Henrietta frente al espejo y asomó la cabeza por encima de su hombro.

—Estás guapísima, no hagas caso de lo que diga mamá, nunca quiso a la abuela Nancy y tú le recuerdas a ella.

—Querida Lidia, sabes que nunca me importó no ser guapa. —La joven se encogió de hombros—. Lo prefiero, me resultaría agotador ser como tú y tener que bailar con todos los jóvenes que asistan a la fiesta, y ser agradable y tener que sonreír todo el tiempo.

Lidia se echó a reír.

—Aún recuerdo lo que le hiciste al pobre señor Bradley en el último baile del año pasado. ¡Jajajajaja! —Lidia no podía parar de reír al recordar.

—Estoy segura de que escuché a lady Natalie decir que le había reservado un baile —dijo Henrietta poniendo cara de inocente.

—¡Eres mala! ¡Jajajajajaja! —Lidia abrazó a su hermana y la besó en la mejilla—. Te adoro, ¿lo sabes verdad?

—No más que yo a ti —dijo Henrietta devolviéndole los cariños.

—Hoy va a ser un baile maravilloso —dijo Lidia apartándose y dando vueltas para lucir su precioso vestido azul turquesa—. No quiero que olvides nunca lo feliz que me siento, Henrietta.

—No lo olvidaré —dijo la joven sonriendo—, pero tú siempre te sientes feliz, Lidia.

—No es cierto —dijo acercándose y cogiendo las manos de su hermana—. Recuerda que hace un tiempo estuve muy triste, casi desesperada.

Henrietta frunció el ceño.

—Fue cuando Robert estuvo fuera tanto tiempo. Es normal, es tu prometido y le echabas de menos.

Lidia miró hacia la puerta y luego sonrió.

—Sí, sí, fue entonces.

Henrietta percibió algo extraño en su hermana.

—Lidia, ¿tú quieres a lord Worthington, verdad?

Lidia estaba dando vueltas y se detuvo dándole la espalda.

—Claro, hermanita.

Henrietta seguía con el ceño fruncido cuando se acercó a su hermana y se puso delante de ella obligándole a mirarla.

—Lidia, dime la verdad. Hoy es vuestra fiesta de compromiso, papá necesita el dinero que le ha prometido lord Worthington, pero lo importante es que tú seas feliz. No debes sentirte obligada a sacrificarte, si no amas a…

—Tranquila, Henrietta, te doy mi palabra de que solo me casaré por amor —dijo con intensidad.

Lidia respiró hondo y luego le brindó la sonrisa más dulce a su hermana pequeña.

—Tú no deberías preocuparte de esas cosas de hombres —dijo—. Lord Worthington es inmensamente rico y que procede de una de las familias con mayor abolengo de toda Inglaterra. Además es muy atractivo y culto. Es solo que preferiría que fuese un poco más divertido, menos serio.

—Todavía recuerdo las cosas que decías de él cuando le conociste en casa de los Harrington. Estabas convencida de que iba tras Terese y decías que era demasiado buen partido para ella. Siempre estabas hablando de él, que si era muy distinguido, que si era muy guapo…

Lidia se apartó de su hermana, molesta porque le recordase aquellos tiempos.

—Yo era joven e inexperta —dijo.

—¿Joven e inexperta? ¡Lidia! No deberías hablar de ese modo, cualquiera que te oyese pensaría que te has vuelto… superficial.

—Henrietta, Henrietta no quiero que te enfades conmigo —dijo Lidia abrazando a su hermana—. No podría soportarlo.

Henrietta abrazó a su hermana pequeña dándole golpecitos en la espalda.

—Claro que no, Lidia, no podría enfadarme contigo jamás. Pero no quiero que hagas algo que no quieras hacer solo porque la familia cuente con ello. Si no quieres a Robert debes hablar con papá y explicárselo. Encontrará otro modo de sanear nuestras cuentas.

Lidia se apartó para mirar a su hermana y sus enormes ojos ámbar, los ojos más bellos que Henrietta hubiese visto jamás, la miraron con tal dulzura que la joven se estremeció.

—No me extraña que todos te adoren —dijo.

Lidia sonrió.

—A ti no te gusta nada Robert —dijo.

—Mi opinión no importa —respondió la hermana mayor acariciando los rizos de la pequeña.

—A mí sí me importa. Dime qué piensas de él.

Henrietta meditó unos segundos antes de hablar.

—Pues creo que es un presuntuoso —dijo al fin—, y he visto en su mirada algo oscuro…

—¡Jajajajaja! —rió Lidia—. Tienes que dejar de leer esos libros que lees, hermanita, te están anegando el entendimiento. No todos los hombres pueden ser Darcy.

Henrietta sonrió.

—En eso tienes razón.

Lidia se acercó al tocador y cogió algo de debajo de los guantes de su hermana.

—¿Otra vez leyendo estas cosas? —dijo aireando la publicación feminista—. Henrietta, te vas a meter en problemas. Si nuestros vecinos descubren que eres una mujer con ideas, los jóvenes se asustarán de ti, no se atreverán a cortejarte.

Henrietta sonrió a su hermana con dulzura.

—No debes preocuparte por mi, Lidia, no podría dejar de pensar aunque lo intentase. No sería bueno que mi posible esposo creyera que se casa con una mujer fea y descubriese más tarde que, además, piensa. Eso podría ser muy traumático para él y no sería justo.

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