Título original: Science de la Science et réflexivité
Pierre Bourdieu, 2001
Traducción: Joaquín Jordá
Ilustración de portada: Anni Albers, 1926
Editor digital: IbnKhaldun
ePub base r1.1
Prefacio
¿Por qué tomar la ciencia como objeto de este último curso del Collège de France? ¿Y por qué decidir publicarlo, pese a todas sus limitaciones e imperfecciones? La pregunta no es retórica y, en cualquier caso, se me antoja demasiado seria para darle una respuesta retórica. Creo, en efecto, que el universo de la ciencia está amenazado actualmente por un temible retroceso. La autonomía que la ciencia había conquistado poco a poco frente a los poderes religiosos, políticos o incluso económicos, y, parcialmente por lo menos, a las burocracias estatales que garantizaban las condiciones mínimas de su independencia, se ha debilitado considerablemente. Los mecanismos sociales que iban apareciendo a medida que dicha autonomía se afirmaba, como la lógica de la competitividad entre los iguales, corren el riesgo de ser utilizados en provecho de objetivos impuestos desde fuera; la sumisión a los intereses económicos y a las seducciones mediáticas amenaza con unirse a las críticas externas y a los vituperios internos, cuya última manifestación son algunos delirios «posmodernos», para deteriorar la confianza en la ciencia, y, muy especialmente, en la ciencia social. En suma, la ciencia está en peligro, y, en consecuencia, se vuelve peligrosa.
Todo lleva a pensar que las presiones de la economía son cada vez más abrumadoras, en especial en aquellos ámbitos donde los resultados de la investigación son altamente rentables, como la medicina, la biotecnología (sobre todo en materia agrícola) y, de modo más general, la genética, por no hablar de la investigación militar. Así es como tantos investigadores o equipos de investigación caen bajo el control de grandes firmas industriales dedicadas a asegurarse, a través de las patentes, el monopolio de productos de alto rendimiento comercial; y que la frontera, desde hace mucho tiempo imprecisa, entre la investigación fundamental, realizada en los laboratorios universitarios, y la investigación aplicada tiende poco a poco a desaparecer: los científicos desinteresados, que no conocen más programa que el que se desprende de la lógica de su investigación y que saben dar a las demandas «comerciales» el mínimo estricto de concesiones indispensable para asegurarse los créditos necesarios para su trabajo, corren el peligro de encontrarse poco a poco marginados, por lo menos en algunos ámbitos, a causa de la insuficiencia de las ayudas públicas, y pese al reconocimiento interno de que disfrutan, en favor de amplios equipos casi industriales, que trabajan para satisfacer unas demandas subordinadas a los imperativos del lucro. Y la vinculación de la industria con la investigación se ha hecho actualmente tan estrecha, que no pasa día sin que se conozcan nuevos casos de conflictos entre los investigadores y los intereses comerciales (por ejemplo: una compañía estadounidense que produce una vacuna que aumenta las defensas contra el virus responsable del sida intentó, a fines del año 2000, impedir la publicación de un artículo científico que mostraba que esa vacuna no era eficaz). Es de temer, por tanto, que la lógica de la competitividad, que, como se pudo ver en otros tiempos, en el terreno de la física, es capaz de conducir a los investigadores más puros a olvidar las utilizaciones económicas, políticas o sociales que pueden resultar de los productos de sus trabajos, se combine y se conjugue con la sumisión, obtenida de manera más o menos forzada, o consecuencia del agradecimiento a los intereses de las empresas para hacer derivar poco a poco sectores enteros de la investigación en el sentido de la heteronomía.
Respecto a las ciencias sociales, cabría imaginar que, al no ser susceptibles de ofrecer unos productos directamente útiles, es decir, comercializables de forma inmediata, están menos expuestas a esas tentaciones. En realidad, los especialistas en tales ciencias, y concretamente los sociólogos, son objeto de una grandísima solicitud, tanto positiva, y, a menudo, muy lucrativa, material y simbólicamente, para aquellos que toman la opción de servir a la visión dominante, aunque sólo sea por omisión (y, en tal caso, basta con la insuficiencia científica), como negativa, y malévola, a veces destructiva, para aquellos que, limitándose, simplemente, a ejercer su oficio, contribuyen a desvelar una parte de la verdad del mundo social.
Ésta es la razón de que me haya parecido especialmente necesario someter a la ciencia a un análisis histórico y sociológico que no tiende, en absoluto, a relativizar el conocimiento científico refiriéndolo y reduciéndolo a sus condiciones históricas, y, por tanto, a unas circunstancias situadas espacial y temporalmente, sino que pretende, muy al contrario, permitir a los practicantes de la ciencia entender mejor los mecanismos sociales que orientan la práctica científica y convertirse de ese modo en «dueños y señores» no sólo de la «naturaleza», de acuerdo con la vieja tradición cartesiana, sino también, lo cual no es, sin duda, menos difícil, del mundo social en el que se produce el conocimiento de la naturaleza.
He querido que la versión escrita de este curso coincida lo más posible con su exposición oral: por dicho motivo, pese a suprimir de la transcripción las repeticiones y las recapitulaciones vinculadas a las necesidades de la enseñanza (por ejemplo, la división en lecciones), así como algunos pasajes que, justificados, sin duda, por la oralidad, se me han antojado, con la lectura, superfluos o fuera de lugar, he intentado transmitir uno de los efectos más visibles de la improvisación, es decir, las divagaciones, más o menos alejadas del tema principal del discurso, que he señalado, al transcribirlas, con letra pequeña. Las referencias a artículos o libros, efectuadas oralmente o por escrito, están señaladas en el texto mediante el año de publicación y el numero de la página colocados entre paréntesis, a fin de facilitar su consulta recurriendo a la bibliografía que aparece al final del volumen.
Introducción
Quiero dedicar este curso a la memoria de Jules Vuillemin. Poco conocido por el público en general, representaba una gran idea de la filosofía, una idea de la filosofía tal vez algo desmesurada para nuestra época, desmesurada en cualquier caso para conseguir el público que, sin duda, merecía. Si hablo de él actualmente, es porque ha sido para mí un grandísimo modelo que me ha permitido seguir creyendo en una filosofía rigurosa en un momento en el que tenía todo tipo de motivos para dudar, comenzando por los que me ofrecía la enseñanza de la filosofía tal como era practicada. Se situaba en la tradición francesa de filosofía de la ciencia que habían encarnado Bachelard, Koyré y Canguilhem, y que algunos prolongan actualmente en esta institución en la que nos encontramos. Esa tradición de reflexión con ambición científica sobre la ciencia es la base de mi proyecto de trabajo para este curso.
La cuestión que me gustaría plantear es bastante paradójica: ¿puede contribuir la ciencia social a resolver un problema que ella misma provoca, al que la tradición logicista no ha cesado de enfrentarse, y que ha conocido una renovada actualidad con motivo del caso Sokal, es decir, el que plantea la génesis histórica de supuestas verdades transhistóricas? ¿Cómo es posible que una actividad histórica, inscrita en la historia, como la actividad científica, produzca unas verdades transhistóricas, independientes de la historia, desprendidas de cualquier vínculo, tanto con el espacio como con el tiempo, y, por tanto, válidas eterna y universalmente? Es un problema que los filósofos han planteado de una manera más o menos explícita, en especial, en el siglo XIX, en buena parte por la presión de las nacientes ciencias sociales.