En otra ocasión, era en 1962, llegaba Wiesenthal al aeropuerto de Viena procedente del extranjero y se encontró con el mensaje de que llamara inmediatamente a su domicilio. Fue un amigo quien contestó, diciéndole que aguardara en el aeropuerto porque él iría inmediatamente a su encuentro.
—No, no pasa nada, Simón —le advirtió el amigo—. Pero es mejor que me aguardes en vez de ir tú solo a casa.
Cuando el amigo llegó al aeropuerto, explicó a Wiesenthal que aquella madrugada., a las tres, su mujer había recibido una llamada anónima. Una voz femenina le había dicho: "Señora Wiesenthal, si su marido no deja de rastrear el pasado, mis amigos se apoderarán de su hija y no la volverá a ver con vida". Colgó el auricular sin añadir más. La señora Wiesenthal, antes de sufrir el colapso, tuvo tiempo de advertir a un amigo. Éste llamó a la policía y a un médico. Así, que la señora Wiesenthal estaba en cama con un pequeño ataque cardíaco, pero pronto se repondría, le dijo el amigo que había querido prevenir a Wiesenthal para que al llegar a su casa no se encontrara de buenas a primeras con lo ocurrido.
—Al llegar a casa, vi en la acera de enfrente a un hombre vestido de paisano —contaba Wiesenthal.— Mí mujer dormía, gracias a un sedante que le había dado el doctor y yo tomé a nuestra hija y la retuve mucho tiempo entre mis brazos. Luego entré en mi habitación y sintiéndome muy desgraciado apoyé la cabeza en mis manos. Por primera vez en mi vida dudaba, no sabiendo si seguir adelante, si tenía derecho a proseguir. No me importaba correr el riesgo que fuera pero no podía exponer a mi familia. Además, ¿No había hecho ya bastante durante todos aquellos años? ¿Serviría de algo proseguir las búsquedas?. Por muchos nazis que atrapara, siempre quedarían muchos más sin castigo. Razoné mucho rato conmigo mismo aunque sabiendo qué decisión acabaría por adoptar: Yo tenía que seguir. Recuerdo que con la cabeza entre las manos me decía: "No puedo dejarlo. No puedo”.
Simón Wiesenthal cuenta que su peor problema es hallar testigos dignos de crédito que declaren con exactitud respecto a fechas y lugares. Insólitamente en su propia vida, tropezó con esa misma dificultad mucho antes de haber oído hablar de campos de concentración o de nazis. Nació el 31 de diciembre de 1908 "una media hora antes del fin de año", según afirmaba su madre. La comadrona informó debidamente del nacimiento al registro civil de la ciudad de Buczacz, situada en lo que era por aquel entonces la zona más oriental del Imperio Austro-húngaro. Cuando le hizo falta, Wiesenthal sacó certificado de nacimiento, pasaporte y todos esos documentos que las personas nacidas en aquel lugar del mundo necesitan siempre para probar que existen. Cuando entró en quintas a los dieciocho años, en 1926, Galitzia se había convertido en una parte de la independiente Polonia y Wiesenthal se presentó a las autoridades del ejército polaco: Por ser estudiante universitario, se le concedió la prórroga de costumbre.
Al año siguiente, dos policías se presentaron para arrestarle por intento de escapar del servicio militar. Wiesenthal dijo que debía de haber algún error ya que se había presentado y le había sido concedida la prórroga. El policía le contestó que no había error ninguno porque tenían pruebas de que había nacido el 1 de enero de 1909, no se había presentado en 1927 como debía y ahora resultaba ser prófugo. Wiesenthal descubrió que después de su nacimiento, su abuelo materno lo había registrado, pero no como nacido el 31 de diciembre de 1908 sino haciendo constar como fecha la de 1 de enero de 1909, porque imaginó que aquella, media hora no tendría importancia y quería que su nieto fuera él primer nombre del libro de 1909, creyendo que ello iba a traerle suerte. Pero en vez de suerte trajo considerables dificultades a Wiesenthal: Las autoridades polacas le dijeron que sus documentos personales podrían ser declarados no válidos, es decir, que él no existiría a no ser que pudiera probar que había nacido, como pretendía, el 31 de diciembre de 1908. Un magistrado polaco dijo a Wiesenthal que tendría que presentar dos testigos que hicieran una declaración jurada respecto al día de su nacimiento.
—Por primera vez en mi vida tuve que hallar dos testigos que recordaran con exactitud de minutos algo que había sucedido casi veinte años atrás. Comencé la búsqueda y hallé efectivamente dos vecinos que vivían en Buczacz en el piso contiguo. Por suerte recordaban aquella noche porque siendo Nochevieja había gran animación y la comadrona les dijo que en el piso de al lado, los Wiesenthal habían tenido un niño. Uno de los testigos incluso recordaba que la comadrona había entrado antes a apagar las luces de la medianoche y de que todos se desearan mutuamente "un feliz Año Nuevo”. El otro testigo recordaba que había abierto una botella de vodka para beber a mi salud. Aquello convenció al magistrado, arregló el asunto y mi cumpleaños fue oficialmente reconocido. Pero, ¿Y si no hubiera sido Nochevieja, sino una noche cualquiera, y no hubiera habido fiesta alguna?
En Buczacz, población de nueve mil habitantes, vivían seis mil judíos y tres mil polacos. Las 3.500.000 personas de Galitzia incluían 1.700.000 ucranios (llamados también rutenos), 1.000.000 de polacos y 800.000 judíos. Los polacos y los judíos residían en los centros urbanos, los ucranios en el campo y no había lazos de afecto entre ellos.
El padre de Simón Wiesenthal, próspero comerciante, negociaba, entre otros artículos, en azúcar, y de niño a Simón le encantaba ir al almacén y construir casas y castillos con terrones de azúcar. El joven Simón heredó una gran tendencia al misticismo, todavía patente en su pensamiento y palabras, de su abuela materna, mujer profundamente religiosa, que gustaba de llevar al pequeño Simón en sus visitas al famoso wunder (milagroso) rabino a quien ella pedía bendijera el niño. Todavía recuerda Wiesenthal el viaje hasta el famoso rabino de Czortkov que vivía en una gran casa de campo rodeado de las casas de sus discípulos. Wiesenthal no recuerda al piadoso varón pero en cambio nunca podrá olvidar aquella pequeña ventana del ático, a través de la que veía el rostro de un hombre al que la abuela llamaba "el silencioso''. Al parecer, un día aquel hombre tuvo una discusión con su mujer y exclamó: "¡Ojalá te quemaras viva!”. Aquélla misma noche, la casa ardió y la mujer murió víctima de las llamas, El hombre, bajo el peso de su culpabilidad, se fue a ver al rabino, quien le ordenó no volviera a pronunciar palabra en lo que le quedaba de vida y rezara para obtener perdón. Dos veces al día llevaban comida al "silencioso" en su pequeña habitación del ático. Durante años, Simón sentía un escalofrío recorrerle la espina dorsal cada vez que pensaba en el "pecador silencioso" de al otro lado de la pequeña ventana.
Cuando Simón tenía seis años estalló la primera Guerra mundial. Su padre, oficial de la reserva del ejército austríaco, se incorporó a su unidad y, como muchos otros padres, no volvió jamás de la guerra. Fue muerto en acción en 1915, el año en que los cosacos del zar llegaban a Buczacz en sus veloces y pequeños caballos. Los aterrorizados habitantes judíos ya sabían lo que les aguardaba, pues muchos procedían de Rusia, donde los pogroms estallaban siempre que se producía cualquier dificultad interna y convenía distraer la atención de los ciudadanos dejándoles azotar judíos y saquear sus tiendas. Muchos judíos emprendieron su éxodo hacia el oeste, primero a Galitzia, luego a Alemania, finalmente hacia la Europa Occidental y América.
A finales de 1915, la madre de Wiesenthal se llevó a Simón y a su hermano menor a Viena, todavía capital de la monarquía de los Habsburgo, donde éste asistió a la escuela. En 1917 los rusos se retiraron de Galitzia y muchos judíos regresaron, entre ellos los Wiesenthal, pues después del armisticio, y por espacio de tres meses, la Galitzia oriental fue República Independiente de la Ucrania Occidental. Luego, el ejército polaco la tomó y el pueblo de Buczacz devino polaco durante casi dos años, hasta la guerra polaco-bolchevique que comenzó en 1920. Para los habitantes de Buczacz, las interminables guerras significaban continuas idas y venidas de tropas y constante temor.
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