—No estoy seguro de que sea bueno lo que usted viene haciendo —dijo él que fue Canciller.
Wiesenthal admitió que él tampoco estaba seguro.
—Quizá la historia decidirá si hice bien o no —le contestó—. Pero sí creo que es necesario. ¿Quiere usted que sus hijos y los hijos de sus hijos se hagan hombres y otra vez se emponzoñen con teorías de que razas inferiores han de ser exterminadas como basura? ¿Es que no quiere usted inmunizarles haciendo que conozcan la verdad? Creo que los jóvenes de Alemania y Austria merecen la oportunidad de vivir sin sentimiento de culpabilidad. Los jóvenes saben que sus mayores les fallaron. Sus maestros no les enseñaron los hechos históricos poco populares. Sus padres prefieren callarse porque esperan que dentro de poco "todo se habrá olvidado". Pero usted sabe, Herr Kanzler, que la verdad tiene curiosos modos de resurgir en momentos poco apropiados. Hablo a veces con los jóvenes y veo que se están volviendo inquisitivos. Han oído y leído mucho sobre "esas cosas". Yo creo que tienen derecho a saber.
Wiesenthal se hizo cargo de los misterios que la mentalidad nazi encierra, pronto después de terminada la guerra al venirle a mano ciertas cartas que SS de servicio en campos de concentración, escribían a sus esposas. Recuerda una carta de un Führer de la SS que describía como cosa normal que su unidad había sido destinada a rellenar un hondón: Una bomba rusa había abierto un gran cráter en Umán, cerca de Kiev, Ucrania. Los matemáticos de la SS calcularon que los cuerpos de mil quinientas personas llenarían un cráter de aquel tamaño, por lo que se procuraron metódicamente ese "material de construcción" ejecutando mil quinientos judíos, hombres, mujeres y niños y echando sus cadáveres en el cráter. Los cuerpos fueron cubiertos con tierra y tela metálica y el agujero quedó como nuevo. Todo ello era descrito sin emoción alguna y con gran precisión técnica. En la misma página de la carta, el SS preguntaba por las rosas de su jardín y le prometía a su mujer tratar de hallar una criada rusa "que sepa cuidar críos y guisar".
—Lo escribía como si estuviera refiriéndose a que aquellos exterminadores le habían limpiado el piso mientras su mujer estaba de vacaciones —dice Wiesenthal—. He leído otra carta en la que un SS describe cómo mataban a niños judíos recién nacidos arrojándolos contra la pared y a renglón seguido preguntaba si su hijito está ya bien del sarampión. Es difícil comprender tal mentalidad. Recuerdo el verano de 1941, cuando los SS llegaron a Lwów, primero vallaron parte de la ciudad vieja para convertirla en ghetto y a continuación levantaron los adoquines dejando las calles como un cenagal. Formaba parte de un método sistemático de crear condiciones de vida infrahumanas. En los días de lluvia, no se podía cruzar la calle sin que el barro llegase hasta el tobillo. Resultaba imposible mantener limpia la propia persona. Debíamos de tener aspecto de animales o de fantasmas de otro mundo. Y en los días peores, Führers de la SS y oficiales del ejército, se acercaban acompañados de algunas mujeres al ghetto en sus grandes coches, y nos miraban y se reían y sacaban fotografías de aquella rara especie de Untermenschen (infrahombres). Enviaban las fotografías a sus hogares y todos decían: "Fíjate cómo son esos judíos. Al Führer le sobra razón, ni siquiera aspecto humano tienen".
Al igual que el cirujano que ve por primera vez al paciente cuando se lo llevan a la sala de operaciones, también muchas veces Wiesenthal ve por primera vez a los hombres que él ha perseguido y entregado, a la justicia, sólo en la última fase de su operación, es decir, en el juicio en que comparece como testigo o simplemente como interesado espectador. Trabajó en el caso Eichmann durante unos dieciséis años y llegó a saber más cosas sobre Eichmann de las que él mismo Eichmann hubiera deseado recordar. Sin embargo, sólo le vio por primera vez en Jerusalén, al iniciarse el juicio.
En 1945, cuando dieciséis años antes comenzó a recoger material contra el hombre acusado de ser primariamente responsable de "la solución final del problema judío", Wiesenthal vivía en una habitación realquilada del número 40 de la Landstrasse, de Linz, Austria, ciudad donde Adolf Eichmann había tenido su hogar. Cuatro casas más allá, exactamente en el número 32 de la Landstrasse, se hallaba la casa donde Eichmann vivió en su juventud. Varias veces al día Wiesenthal tenía que pasar ante aquella puerta por la que tantas veces entrara y saliera Eichmann y siempre que lo hacía se notaba la boca un poco seca y una sensación de opresión en la garganta. Un día, el capitán americano para quien trabajaba, le dijo que iban a registrar la casa de Eichmann y le pidió que fuera con ellos. Wiesenthal se negó:
—No hubiera podido ni tocar el pomo de la puerta —dice.
Todavía hoy siente una fuerte repugnancia hacia el contacto físico con sus "clientes". Después de la guerra, cuando buscaba criminales de la SS en varías cárceles y campos de detenidos, supone que, sin saberlo, estrecharía manos de asesinos, y sólo de pensarlo siente angustia.
Pronto después de la guerra, cuando Wiesenthal trabajaba para varias agencias americanas, acompañaba a oficiales americanos en sus recorridos y en diversas ocasiones tuvo que arrestar personalmente a SS acusados de crímenes. Veía en sus ojos la misma expresión que tantas veces había visto en los ojos de los judíos arrestados por la SS. Pero Wiesenthal percibió una notable diferencia: Algunos de los superhombres de la Gestapo y la SS, se ponían de rodillas y pedían clemencia, cosa que los judíos nunca hicieron. Wiesenthal había visto ir a la muerte a muchos judíos. En su mayoría tenían miedo, en algunos hacía presa el terror de modo que los demás tenían que sostenerles. Unos rezaban y otros lloraban. Pero nunca suplicaron por sus vidas.
No es de extrañar que Wiesenthal sea objeto de gran antipatía entre los que fueron miembros de la SS y por tanto su seguridad sea motivo de preocupación para sus amigos. Se ha visto numerosas veces amenazado y otras varias atacado. En una ocasión, se le metió un hombre en la oficina con un cuchillo, Wiesenthal cogió el tintero y se lo lanzó a la cabeza con tal estruendo que sus colaboradores corrieron a su rescate. Con el fin de molestarle, han recurrido a toda clase de anónimos, como los dirigidos a "Cochino Judío Wiesenthal. Viena." Otros se especializan en llamadas telefónicas hasta el punto de que en cierta época llegó a recibir tantas amenazas nocturnas, que pidió a las autoridades tuvieran su línea en observación. Un individuo que se valía de teléfonos públicos, fue detenido y condenado a dos meses de cárcel.
Wiesenthal considera esas amenazas anónimas como riesgo obligado de una arriesgada profesión y adopta para con enemigos que son lo suficiente cobardes como para no darse a conocer, una actitud filosófica.
—Mis amigos me aconsejan que ande con cuidado —cuenta Wiesenthal—. Ello es como decirle a un hombre que vaya con cuidado al subir a un avión. ¿Qué puede uno hacer por la segundad personal, después de abrocharse el cinturón? El que tiene miedo al avión, que no lo tome. Si yo me preocupara mucho de esa clase de amenazas, no podría trabajar.
En septiembre de 1965, Wiesenthal fue informado por un periódico de que en una conferencia de la WUNS (Unión Mundial de Nacional-Socialistas) habida en Southend, Inglaterra, un alemán llamado Friedrich Lang había puesto el precio de 120.000 dólares a su cabeza. La policía austríaca abrió una investigación y pidió detalles a la embajada británica en Viena. Con anterioridad, un agente de policía que se había infiltrado secretamente en la conferencia de Salzburg habida entre los diversos grupos neonazis, informó que varios Kameraden de mediana edad habían sugerido a los camaradas más jóvenes "acabar con ese Wiesenthal". Por un tiempo, la casa y oficina de Wiesenthal se vieron custodiadas por coches de patrulla y un policía guardaespaldas le acompañaba a todas partes. Pero a propuesta de Wiesenthal, los neonazis fueron informados por vía indirecta de que sus planes habían sido descubiertos y ello puso fin al incidente.
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