Un dios me ha arrojado a estas playas…
HOMERO , Odisea
28 de marzo de 1939. Las operaciones bélicas —que no la guerra— tocan a su fin en España, con la victoria implacable, despiadada, del ejército rebelde de Franco. En los tres días que median entre esta fecha y el último parte de guerra, en el Puerto de Alicante se escenifica la agonía de la República, en la desesperación de los miles de personas (soldados, alcaldes, maestros, periodistas, obreros, diputados, familias enteras…) que aguardan en sus muelles los barcos prometidos que habrán de hurtarles de una represión sanguinaria. Pasan las horas, los días, y sólo una nave, el Stanbrook, un viejo y herrumbroso carbonero inglés, comandado por el legendario capitán Dickson, se apiada de los vencidos y acude en su auxilio, burlando el bloqueo de la escuadra franquista, los submarinos de Mussolini y la aviación nazi.
Rafael Torres
Los náufragos del Stanbrook
ePUB r1.2
Titivillus09.01.15
Título original: Los náufragos del Stanbrook
Rafael Torres, 2004
Retoque de portada: Titivillus
Editor digital: Titivillus
:
Corrección de erratas: En 27.11.14
ePub base r1.0
RAFAEL TORRES, nació en Madrid (1955). En los años setenta su activismo por el retorno de la democracia le llevó a vivir entre España, Francia y Suiza, donde compartió vivencias con el exilio y frecuentó la magistral compañía de María Zambrano, que le animó a publicar su primer libro, Los caballistas (1977), al que han seguido más de una veintena de títulos de los géneros más diversos: narrativa, poesía, ensayo, biografía… Al mismo tiempo se inició como columnista en El Progreso, labor periodística que proseguiría en los diarios Ya, El Mundo —de cuyo equipo fundacional formó parte—, El País, El Periódico de Catalunya y Diario 16. Desde 1987 escribe sus artículos de opinión para la agencia Europa Press y ha colaborado en las publicaciones más importantes del panorama periodístico español (Tiempo, Interviú, Época, Cinco Días, Geo, Vogue, Dunia, En Cartel, Política, Panorama…). Actualmente también participa en las tertulias de Telecinco y RNE.
Irremediable rehén por tanto de estos dos oficios rivales, el periodismo y la literatura, Rafael Torres se ha servido de ellos para componer una nutrida obra, asombrosa e incisiva, sobre la guerra de España y sus devastadoras consecuencias, iniciada en 1988 con la novela Ese cadaver y que concluye con Los náufragos del Stanbrook, Premio Ateneo de Sevilla 2004. Todo ello manteniéndose fiel a sí mismo, sin hacer dejación de su inquietud literaria, y sin abandonar sus temas de siempre (la persecución de la libertad, la bondad ultrajada, la extrañeza del hombre ante su propio mundo o la sumisión y la rebeldía ante el destino), reivindicando la figura, tan corriente en el pasado, del intelectual comprometido con la mejora de la sociedad.
Capítulo I
¡Dejad ya la terrible pelea, itacenses!
Es preciso que os separéis en seguida sin derramar más sangre.
HOMERO , Odisea
Un rayo de luz turbia, ensuciada al colarse por las rendijas del cielo bajo de nubes grises, y luego otro poco al traspasar los mugrientos cristales del balcón de su despacho, fue a caer sobre el ABC que el juez Marino Lara tenía ante sí, ante su mirada perpleja, entre las manos. Eran las cuatro hojas de estraza que, por la extrema escasez de papel de prensa en el Madrid asediado y pletórico de revistas y diarios, venían componiendo el otrora periódico monárquico y luego, tras la incautación por los sucesos del 18 de julio, bajo el control de Unión Republicana, el más moderado y conservador de los partidos del Frente Popular. Pero lo que acababa de leer el juez de Instrucción Marino Lara esa mañana primaveral y triste del 25 de marzo de 1939 nada tenía que ver con el talante liberal del periódico, ni con su elegante línea de pensamiento republicano, ni siquiera con la realidad ni con el periodismo a la fuerza vivo y vibrante que había logrado sobrevivir en Madrid, pese a todo, durante los últimos treinta y dos meses de guerra. El editorial que acababa de leer era, como fruto de la traición, o de la estupidez, o de la cobardía, mucho más sucio que el rayo que había venido sobre él a posarse, y hasta Ignacio de la Cruz, el niño harapiento que se hallaba sentado al otro lado de la mesa desde que un guardia lo llevó temprano al juzgado para diligencias por robo, debió percibir que el señor juez acababa de leer algo extraordinariamente infecto:
El papel de los republicanos en la paz
Para muchas gentes se ha producido una actitud de desconcierto ante la inminencia del fin de la guerra. Se trata del modo como esperan la paz muchas personas que están limpias de todo delito y, por otra parte, son de escaso o nulo relieve político, pero, en la guerra actual, han estado del lado de los Gobiernos republicanos.
Son gentes, y esto es lo grave, que piensan más en el final de la guerra que en el comienzo de la paz.
La culpa de esto la tiene la propaganda, en su más amplio sentido, que se nos ha estado sirviendo, casi sin excepción, a lo largo de estos años. En sentido tan amplio que incluimos en ella, y muy principalmente, las manifestaciones de los Gobiernos, en especial las del último, y el tono mismo de la vida oficial y oficiosa. Esta propaganda ha sido hasta tal punto irreal, que nos ha pretendido convencer de que no había más que nosotros en España. Lo demás eran divisiones italianas que por azar utilizaban para fines secundarios a algunos españoles. Así se hizo creer a la mayoría de la opinión que el único desenlace posible de la guerra era la entrega incondicional del adversario. Y recuérdense los monótonos estribillos: antes del 18 de julio… después del 18 de julio… El mundo había empezado en ese día y, naturalmente, con esa etapa habría de acabarse.
Y esto es, precisamente, lo que ocurre: que muchos sienten como si se fuese a acabar el mundo. Y no es así. Es menester que todos se convenzan. Se va a liquidar una fase de la vida española, la que comenzó el 18 de julio del 36; y más especialmente la de nuestra zona, aunque también la de la otra, en buena parte. Pero el mundo seguirá a pesar de ello, y también España; y, desde luego, «el pueblo español».
El pueblo español, formado por veintidós o veinticuatro millones de hombres, no se va a marchar de España, no va a evacuar, y continuará su vida profunda, creando los regímenes y las formas de Gobierno de España, cosas todas secundarias respecto a él.
Y esto no contradice a lo que hemos indicado antes, de la situación marginal en los organismos rectores de la política. Porque no es esto la función decisiva de gobierno, sino la opinión. Y los republicanos van a constituir en España, si saben y tienen suficiente valor y generosidad para hacerlo, el órgano de opinión más importante. Porque van a tener las manos libres frente a las orientaciones políticas predominantes, van a estar fuera de su engranaje y de sus tópicos, y al mismo tiempo tendrán toda la experiencia, tan rica en quebrantos y en ásperas lecciones de estos tres años nuestros…