Notas
[1] Los diálogos entre los rebeldes, las intenciones de Pugachev y de sus compañeros nos son conocidos por loa procesos verbales redactados después de su de¬tención, algunos años mas tarde. Los minutos de los interrogatorios dan fe de todo ello.
[2] Jefe de cosacos, nombrado por elección.
[3] Se refiere a Sietch, una isla del Dniéper.
[4] Río de la Ciscaucasia que desemboca en el mar Caspio.
[5] El Kubán es un río que baña la vertiente norte del Cáucaso occidental. Desemboca en el mar de Azov por un delta, al norte de la península de Tamán. El valle del Kubán pertenecía entonces a Turquía, puesto que en aquella época Crimea era todavía una región turca y, como veremos, aquella era la zona que Catalina II trataba de conquistar a Turquía.
[6] Los murzas eran los pequeños agricultores de la región.
Varios Autores
LOS GRANDES ENIGMAS HISTORICOS DE ANTAÑO 12
El levantamiento de Pugachev contra Catalina II
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Carlos II, el Hechizado
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El despacho de Ems
con la colaboración de:
Francis Mercury
Natalia Calamai
Viene Nouaille
Introducción
¿Tuvo la revolución rusa de octubre de 1917 un verdadero precursor en la persona de Pugachev, que sublevó a los Cosacos contra Catalina II? No hay duda de que, en 1773, Pugachev desencadenó una revuelta popular, sobre todo de los siervos contra sus señores. Pero, al mismo tiempo que la lucha contra el hambre ¿no fue la independencia regional el tema número uno de la insurrección? Aún más, ¿quién era realmente este Pugachev, que se presentaba como el pretendiente al trono imperial de todas las Rusias? ¿Un iluminado, un loco, un verdadero revolucionario, un simple farsante o un agente secreto manipulado por los turcos? La realidad es que la rebelión cosaca hará vacilar, en su base, la santa Rusia de Catalina II. Al final, Pugachev será arrestado y ejecutado en 1775. La sangrienta represión de los Cosacos seguirá un año después, y Catalina II hará todo lo posible por borrar incluso el recuerdo de la revuelta.
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«A las 2 horas 49 minutos de la madrugada del día 1 de noviembre de 1700 Carlos II, el último de los Habsburgos españoles, dejaba de existir. La autopsia demostró que tenía el corazón del tamaño de una nuez, tres grandes piedras en el hígado, los riñones llenos de agua y los intestinos podridos.»
Estas palabras del autor de nuestra monografía pueden dejar vislumbrar la decadencia, las intrigas que rodearon la vida y la muerte de este rey y el acabamiento en España de la dinastía que representaba. ¿Existieron realmente los «hechizos», o se trataba de culpar «a nadie» de una política en la que todos eran reos?
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¿Podría haberse evitado la guerra de 1870, que costó a Francia miles de muertos y millares de francos-oro? Ni Napoleón III ni Guillermo I eran partidarios de ella; sin embargo, un simple despacho, hábilmente redactado por Bismarck —el famoso despacho de Ems—, será suficiente para poner, en 1870, a Francia en ebullición. Nada podrá ya impedir esta guerra, deseada por el «Canciller de hierro» para llevar a cabo su ambicioso plan de unificación de Alemania bajo el yugo de Prusia.
¿Es Bismarck el único responsable del conflicto? Su intervención en la negociación entre Guillermo I y el embajador de Francia ¿impidió realmente la conclusión de un acuerdo que hubiera evitado el conflicto entre los dos países? Quizá; pero en Francia el «partido de la guerra», desde hacía tiempo, había hecho todo lo posible por hacer inevitable el enfrentamiento. He aquí cómo los dos países se vieron metidos en un engranaje que llevará irreversiblemente a la crisis sangrienta y a la derrota francesa de Sedán.
Bernard Michal
El levantamiento de Pugachev contra Catalina II
Pugachev... Un nombre que todavía fascina.
Si el personaje pudiera no parecer, en principio, muy brillante, el* levantamiento de los campesinos rusos que encarna, de 1773 a 1775, le da envergadura y relieve extraordinarios.
Cosaco medio fugitivo, medio bandolero, llegó a ser pretendiente al trono y dirigente de una rebelión que prefigura, con siglo y medio de adelanto, la revolución de octubre de 1917. Hizo vacilar sobre su propia base la sociedad, el Imperio, el trono, toda la santa Rusia de Catalina II.
Catalina la Grande reinaba entonces sobre todas las Rusias con la fuerza y la pujanza que había hecho posible Pedro I el Grande. Y el simple nombre de Pugachev le haría temblar y le obligaría a revisar toda su política durante la segunda mitad de su reinado.
En efecto, Pugachev se identificó muy pronto con el secular sufrimiento del pueblo ruso. Aquel pueblo estaba en 1722 completamente dominado por los señores feudales. Y leyes feudales eran las que lo regían. Funcionarios con poder absoluto y, naturalmente, arbitrario, lo dirigen en nombre del zar. Pobre, privado de todo, vive en los miserables campos y en las estepas, heladas en invierno y ardientes durante el verano.
El cautiverio y los impuestos lo mantienen en una miseria empírica y se le niega hasta el mismo exilio: los decretos prohíben a los campesinos desplazarse sin visado de una ciudad a otra y mucho menos de una a otra región.
El día «D», el de la rebelión, fue el 17 de septiembre de 1773. Aquel día Pugachev reunió a sus futuras tropas con algunos de sus más incondicionales amigos.
Entretanto, su «secretario», un tal Potchitalín, escribía un manifiesto. Pugachev no sabía leer ni escribir. El decía simplemente: «Quiero lo que sea bueno.»
Y Potchitalín redactó esta proclama en un incorrecto ruso:
«Del Emperador (sic) autócrata, nuestro Gran Soberano de todas las Rusias Pedro Feodorovich: este decreto firmado por mi mano declara a los cosacos del Jaik: amigos míos, lo mismo que vuestros padres y vuestros abuelos han servido a los antiguos zares hasta ofrecer la última gota de su sangre, vosotros, en nombre de vuestra patria, me serviréis a mí, vuestro Gran Soberano Emperador (sic) Pedro Feodorovich. Mientras defendáis vuestra patria, la gloria cosaca vivirá hasta vuestra muerte y llegará hasta vuestros hijos. Seréis recompensados por mí, el Gran Soberano: los cosacos, los kalmuks y los tártaros. Y a los que se declaren culpables ante mí, Soberano, Majestad Imperial Pedro Feodorovich, les perdono todas sus faltas y les entrego como regalo el río Jaik desde su nacimiento hasta la desembocadura, pastos, dinero en plata, plomo, pólvora y reservas de trigo.
»Yo, el Emperador, os concedo estos dones. Pedro Feodorovich, a 17 de septiembre de 1773.»
La proclama fue leída a la multitud, que la acogió con vítores. Como sucede siempre en este tipo de manifestaciones, los más exaltados, los que siempre tienen «algo que decir» y esperan «el gran momento», así como los «picos de oro» de la conspiración, tomaron la palabra. Uno de entre ellos avanzó hacia Pugachev y le dijo: «Condúcenos, señor; estamos contigo.»
Entonces Pugachev ordenó desplegar las banderas de los cosacos, algunas de las cuales habían conocido ya numerosas revueltas, y las hizo desfilar ante él. Después, seguido de los jinetes armados, se precipitó hacia el Jaik.
Toda Rusia iniciaba uno de los acontecimientos más terribles de su historia.
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Al leer esta proclama de Pugachev, dos elementos nos parecen importantes; el primero concierne a los privilegios prometidos a los cosacos; el segundo, a las propias pretensiones de Pugachev. Aquellas dos ideas no fueron expresadas sin ser antes meditadas. Y aparece ya con toda evidencia el hecho de que Pugachev y sus compañeros habían preparado seriamente la revuelta.
Aquella proclama fue, en cierto modo, lo que hoy llamaríamos una moción, o incluso más aún: un contrato de gobierno.
Desde el principio Pugachev se dirigió únicamente a los pueblos del sur, englobando en ellos también a los tártaros que no eran cosacos. Aquellos tártaros cuya acción política dominó Rusia en el curso de los siglos precedentes. Inmediatamente anunció determinados privilegios que constituían la base de la antigua riqueza cosaca y que, progresivamente, suprimirían el poder centralista de los zares.