Gonzalo de Quesada y Miranda
Así fué Martí
Edición: Rigoberto Monzón Llambía
Diseño: Enrique Martínez Blanco
Ilustraciones: Bladimir González Linares
EDITORIAL GENTE NUEVA
Vedado, La Habana
1977
Introducción
En todos los tiempos la anécdotaha sido, y lo sigue siendo, una de las formas más populares de conocer a los grandes hombres, precisamente por presentar de manera breve algún suceso de su vida o algún rasgo saliente de su personalidad; aunque no es menos cierto que no todas las anécdotas poseen siempre un sello de rigurosa exactitud histórica, porque en ellas influye, sin duda alguna, la impresión subjetiva de las personas que las relatan o escriben.
Naturalmente, el caso de Martí no es una excepción, si bien resulta curioso comprobar que, pese a su fecunda y extraordinaria existencia polifacética, el anecdotario martiano no es tan copioso como pudiera esperarse.
En 1948 publiqué, con el título de Anecdotario Martiano, un libro con 75 anécdotas del Apóstol de nuestra Independencia, el primero publicado hasta entonces. Esta nueva obra tiene como propósito fundamental ofrecer a los jóvenes cubanos un cuadro exacto y bien perfilado de la extraordinaria personalidad del gran revolucionario cubano.
Algunas de las anécdotas pueden no parecer del todo acertadas, pero han sido incluidas, tras de cuidadosa reflexión, por venir de fuentes evidentemente fidedignas, y porque en cuestiones de anécdotas no debe olvidarse nunca la célebre frase italiana: “Si non e vero e ben trovato”.
Hecha esta advertencia, quiero reiterar que he procurado compulsar la autenticidad de las anécdotas, por lo que creo poder afirmar sinceramente que en su mayoría son verídicas.
Gonzalo de Quesada y Miranda
La Habana, diciembre de 1974
Libertad para todos
1
Siendo Martí niño, un compañero suyo le mostró ufano un grillo que había capturado, al cual tiraba de un hilo amarrado a una pata.
Martí, lejos de alegrarse del espectáculo del infeliz grillo, que en vano trataba de escaparse, le rogó al amiguito que lo soltara. Y no descansó hasta convencerlo. Luego obtuvo una tijera de su madre, doña Leonor, y libertó al grillo. Respiró satisfecho y contento cuando lo vio, privado de su amarre, perderse entre la yerba.
Rara intuición
2
Martí sentía un extraordinario cariño por su hermana Ana (Mariana Matilde). Una vez notó ciertos flirteos entre ella y un oficial español, y le preguntó:
—¿A ti te gusta ese oficial por su apostura y uniforme, o crees que él realmente te puede hacer feliz? Piénsalo bien, porque el corazón me dice que no debieras quererlo.
Pocos días después el oficial tuvo un violento disgusto con otro militar por otra mujer y fue muerto en duelo.
Yo lo vengaré
3
Cuando el bardo patriota Rafael María de Mendive, maestro y gran amigo de Martí, fue preso por los españoles, acusado de infidente, a raíz de los sucesos del Teatro Villanueva, su joven discípulo acompañaba todos los días a la esposa del poeta, doña Micaela Nin, al Castillo del Príncipe, para llevarle consuelo y comida a quien él amaba como a un verdadero padre.
A veces la esposa del educador rompía en amargos sollozos, y entonces el endeble pero resuelto adolescente le decía:
—No tenga cuidado, señora, que yo lo vengaré. ¡Ya verá! ¡Ya verá!
Yo solo he sido
4
Martí, Fermín Valdés Domínguez y otros condiscípulos suyos fueron acusados de infidencia a España. Cuando se celebró el consejo de guerra contra ellos, en marzo de 1870, se presentó como prueba una carta firmada por ambos en que acusaban a un antiguo condiscípulo de la escuela de Mendive de apóstata por haberse alistado en el ejército español. La letra de ambos jóvenes era singularmente parecida.
Al preguntar el fiscal quién de los dos la había escrito, los dos amigos inseparables se levantaron a la vez, como movidos por un resorte, pero antes de que Fermín pudiera atribuirse la paternidad del documento comprometedor, Martí exclamó:
—Pues yo solo he sido.
Y, acto seguido, pronunció un inflamado discurso contra el injusto régimen colonial en Cuba.
Fue condenado a seis años de presidio.
Para no olvidar
5
Debido a las gestiones de José María Sardá, rico contratista catalán y amigo de la familia de Martí, el joven rebelde fue indultado en septiembre de 1870, debiendo ser confinado en Isla de Pinos.
Al llegar a la finca “El Abra” de Sardá, en Nueva Gerona, donde residió hasta su deportación a España, lo primero que hizo el catalán fue librarlo de los dolorosos grillos. Martí le expresó emocionado su agradecimiento, y le pidió que se los entregara como el obsequio más valioso que podía hacerle.
Cuando Martí se paseaba por las habitaciones de la casa, llevaba los anillos en los bolsillos del pantalón y hundía en ellos las manos como para sentir mejor los hierros que habían macerado su carne. Y de noche los colocaba bajo su almohada para no olvidar el dolor de los cubanos oprimidos y torturados en el presidio político.
La herida abierta
6
Durante la primera deportación de Martí a España, se encontraron con él, en Madrid, dos estudiantes de Medicina, el cubano Manuel Fraga y el puertorriqueño Manuel Zeno Gandía.
Cuando Gandía, presentado por Fraga, fue a darle la mano a Martí, éste le dijo:
—Un momento... Como usted no me conoce, es preciso que sepa usted antes si un hombre ultrajado, que no ha tomado todavía venganza de las injurias sufridas, es digno de que se le estreche la mano. Quiero que aprecie por sí mismo las injurias.
Y, abriéndose en un portal la chaqueta, le enseñó la espalda cruzada de cicatrices del látigo colonial, mientras sus ojos encendidos chispeaban de mal contenida indignación ante el recuerdo de su calvario y el de tantos otros cubanos.
El provecho de los más
7
Cuando Martí se encontraba en Guatemala sugirió que en los institutos se enseñara, reducidas a brevísimo compendio, las nociones fundamentales de los nuevos códigos del país. Un magistrado guatemalteco le arguyó, con egoísmo: —Pero no podemos ser abogados, si se enseña el Derecho en las escuelas.
A lo que le respondió Martí en el acto:
—Pues, amigo, seamos otra cosa. El principio económico debe estarse al provecho de los más.
Hambre, antes de compartir una injusticia
8
Siendo Martí, en 1878, profesor de la Escuela Normal Central de Guatemala, José María Izaguirre fue depuesto de su cargo de director por el presidente de esa República Justo Rufino Barrios. Al enterarse Martí, fue en el acto en busca de su compatriota.
—Lo que han hecho con usted es una acción indigna —dijo—. Voy a presentar mi renuncia inmediatamente.
—No haga usted semejante locura —le contestó Izaguirre, que conocía bien la pobreza de Martí—. Si el sueldo que aquí goza es el único recurso con que cuenta para mantenerse y mantener a su esposa, ¿a qué queda usted atenido si lo renuncia?
—Renunciaré —respondió Martí con firmeza— aunque mi mujer y yo nos muramos de hambre. Prefiero esto a hacerme cómplice de una injusticia.
Y así lo hizo, y pocos días después partió para Cuba.
Quiebro mi copa
9
En el banquete celebrado en honor del periodista Adolfo Márquez Sterling, en los altos de “El Louvre”, en La Habana, a fines de abril de 1879, Martí pronunció un encendido brindis contra lo que creyó que significaba una burla a las aspiraciones separatistas de los cubanos.
—“...por soberbia, por digna, por enérgica, yo brindo por la política cubana” —dijo, con la copa en alto, para agregar con voz vibrante—: “Pero si entrando por senda estrecha y tortuosa, no planteamos con todos sus elementos el problema, no llegando, por tanto, a soluciones inmediatas, definidas y concretas ...; si nos apretamos el corazón para que de él no surja la verdad que se nos escapa de los labios...; si con ligeras caricias en la melena, como de domador desconfiado, se pretende aquietar y burlar al noble león ansioso, entonces quiebro mi copa: no brindo por la política cubana.”
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