FRIEDRICH PERCIVAL RECK-MALLECZEWEN (11 de agosto de 1884 - 16 de febrero de 1945) fue un escritor alemán. Su obra más conocida es Diario de un desesperado, un diario en el que expresa su oposición a Adolf Hitler y al nazismo.
Hijo de un terrateniente de Prusia Oriental que fue diputado conservador, estudió medicina y, en 1912, se embarcó como médico de a bordo rumbo a América. A su regreso a Alemania, se instaló en Baviera y comenzó a colaborar con el Süddeutsche Zeitung. Escribió novelas históricas y se convirtió en un personaje singular de la sociedad muniquesa. En octubre de 1944 le arrestan por primera vez, la segunda no sobrevivirá: en diciembre de ese mismo año la Gestapo vuelve a detenerlo. En enero de 1945 llega a Dachau, donde muere poco después.
Título original: Tagebuch eines Verzweifelten
Friedrich Reck, 1947
Traducción: Carlos Fortea
Edición y posfacio: Christine Zeile, 1994
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.0
Desde mayo de 1936 hasta poco antes de acabar sus días en el campo de concentración de Dachau en 1945, el escritor Friedrich Reck llevó un diario donde anotó sus impresiones acerca del régimen nacionalsocialista. Se trata de un documento excepcional en la medida en que ilustra el rechazo que la ideología nazi suscitaba en ciertos círculos conservadores, como los que frecuentaba el propio autor. De esta crítica mordaz y exasperada, resultan especialmente significativos aquellos pasajes en que describe su arrepentimiento por no haber podido matar a Hitler cuando lo tuvo cerca.
Diario de un desesperado contó con numerosas ediciones en Alemania —la primera es de 1947— y en distintos países europeos. Sin embargo, hasta 1994 no se publicó la que, gracias al trabajo de investigación de la historiadora Christine Zeile, se considera la definitiva: ésta es la que se ha usado para la publicación, por primera vez, del libro en castellano.
Friedrich Reck
Diario de un desesperado
Edición y posfacio: Christine Zeile
ePub r1.0
Titivillus 20.02.2019
Posfacio
AGRADECIMIENTOS
Deseo expresar mi agradecimiento al Archivo Municipal de Múnich, así como al Archivo Alemán del Exilio 1933-1945 de la Biblioteca Nacional Alemana, en Fráncfort del Meno, por la ayuda de diversa índole que me han prestado durante mis investigaciones. También el Profesor Doctor Alfons Kappeler, compilador de un ingente fondo documental acerca de Friedrich Reck durante una época en que muchos amigos y conocidos del autor aún vivían, me concedió información y ayuda generosas. El apoyo de la familia Reck, en particular de la señora Irmgard Reck y Andrea Clemen, se ha revelado indispensable para confrontar la versión impresa con el manuscrito y corregir la versión textual, así como para incorporar a la nueva edición los pasajes hasta ahora inéditos. Las conversaciones con ambas me han aportado referencias de gran valor. A todos ellos quedo profundamente agradecida.
CHRISTINE ZEILE
9 de noviembre de 1940
El doctor Strauss, que como «psicólogo militar» tiene que dictaminar sobre el nivel intelectual de los aspirantes a oficiales, me ha descrito sus experiencias con los jóvenes candidatos. Uno de esos jóvenes negros blancos, en respuesta a una pregunta sobre el resultado y las impresiones de su lectura del Fausto, decía lo siguiente: «Bueno, era un tipo estupendo, ese Fausto, pero sabe, doctor, hubiera sido mejor que no hiciera eso con Gretchen».
Así están las cosas con el legado que el gran Goethe dejó a su pueblo. Como se cumplen veintidós años, charlamos acerca de la revolución de 1918 en Múnich, que yo, como camelot du roi, viví por así decirlo en el papel del adversario. Y se me vuelven a aparecer todas las viejas imágenes. La sección de artillería renana que la tarde anterior a la caída del rey salió de las inmediaciones de mi domicilio en Pasing para combatir la sublevación, con sus enflaquecidos rocines, sus remendadas colleras y sus hambrientos artilleros, y fue inmediatamente desarmada… las ráfagas de proyectiles de las fragorosas ametralladoras, los muertos tan lisos e ínfimos que yacían en el suelo surcado por marcas de neumáticos, como si ya pertenecieran a la tierra…
¡Luego, el primer desfile de la recién nacida república!… ¡Tan virtuosa, tan buena burguesa, como solo puede serlo esta vieja y querida ciudad! Abanderados que (¡y no es ningún cuento!) días antes habían pedido los cupones de racionamiento prescritos para poder comprar sus banderas rojas; detrás, como veteranos del socialismo mayoritario, unos viejecillos ya completamente encorvados, vestidos con mugrientas levitas de paseo… Oh, recuerdo con claridad haber visto, en medio de la manifestación, varias figuras con unas chisteras terriblemente hirsutas, que descollaban sobre la revolución, pasadas de moda, tiesas y lamentables, delgadas como viejos tubos de estufa serrados…
Luego, encaramados a unas escaleras de tijera, unos cuantos ancianos excitados daban martillazos a los llamativos escudos de escayola de los proveedores de la real casa. ¡Y después una escena inolvidable! Sobre uno de los fabulosos animales de la fuente de Lenbach se alzaba, no muy distinto a un buey alado asirio con su cerrada barba color cerveza, el viejo y buen Mühsam, que a la cabeza de una multitud entusiasta pronunciaba una alocución aún más entusiasta… Un coche de la Cruz Roja, ocupado por dos soldados barbicanos encargados del transporte de bagajes, atraviesa la plaza tirado por dos caballos desbocados y, al llegar al bordillo, vuelca y arroja las cajas de la enfermería, de suerte que estas caen y, al estrellarse contra el duro suelo, vacían cascadas de jeringas para gonorrea y de preservativos…
Esto, en medio de la revolución.
Encaramado a su fabuloso animal, Mühsam en vano rema en el aire con los brazos, en vano se esfuerza por acallar el gran alboroto: de repente, la multitud ha olvidado la revolución, se divierte llenando deprisa las jeringas de cristal con agua de la fuente para dejar calado al vecino, e inflando las gomas hasta convertirlas en pequeños zepelines que luego, medio colapsados, flotan en el agua de la fuente y se mecen entre las hojas amarillentas del otoño, como si fueran pequeños espíritus de la impedida reproducción del pueblo alemán.
Así fue la revolución en Múnich.
En Múnich, los funcionarios que supervisaban el examen de conducción de los aspirantes a ciclistas aún comparecían con chistera en los primeros años del siglo… Recuerdo que la tarde del segundo día de la revolución, en medio de un motín popular que debía derribar a la dinastía, se produjo un enorme movimiento de júbilo entre las masas que llenaban la Karlsplatz, porque, Dios sabe cómo, se había difundido el casi espectral rumor de que venía el rey Luis…
El rey Luis, que se había ahogado hacía más de treinta años en el Starnberger See y jamás había muerto en la imaginación de su pueblo… el rey Luis, que había construido palacios y se había arruinado por Richard Wagner y había recorrido solitario las invernales montañas en un trineo de ocho caballos, detrás de monteros con coleta y pelucas empolvadas.
Pero así es Múnich. Apolítico en grado superlativo, dotado de un alma barroca y juguetona que los prusianos no entenderán jamás… el adversario natural de Berlín.