1. El cura y el falangista
El cura y el falangista.
Hinojos y Rociana, dos historias del 36
En recuerdo de Joaquín Soto Pichardo
P ARA MUCHOS DE LOS QUE SUPERAMOS cierta edad mezclar alcaldes y curas nos trae inmediatamente a la cabeza el recuerdo del alcalde comunista Pepone y del cura Don Camilo, dos personajes simbólicos de la posguerra italiana creados por el novelista Giovanni Guareschi y que el cine popularizaría. Leíamos a Guareschi en los años sesenta y por más que nos esforzábamos no había manera de imaginar modelos reales en nuestro entorno. Los comunistas —porque todos, aunque tuvieran otras ideologías, eran comunistas— aún olían a azufre y tenían rabo; los curas vivían todavía los últimos coletazos de su edad dorada. Así que ni Pepones ni Don Camilos. El fascismo español, aunque lo peor ya había pasado, gozaba de buena salud.
Ésta es una historia de curas y falangistas de los del 36. Sólo hay un protagonista claro, el párroco de Rociana, Eduardo Martínez Laorden, pero hay otros muchos personajes. Ésta es la historia de esos personajes en el momento crucial de la sublevación de julio, historia que lo es también, al menos en la parte que les corresponde, de Falange y de la Iglesia. Y fundamentalmente será la historia de todos ellos en relación con el ambiente de extrema violencia que se desató a consecuencia del golpe militar. Quiere resaltar este trabajo que la violencia no se impone por sí sola, sino que se elige, se prepara y se alimenta para que dé sus frutos. Hinojos y Rociana, pueblos pertenecientes al mismo entorno y a sólo unos kilómetros uno de otro, son dos casos extremos. En realidad la rareza radica en Hinojos, ya que en este pueblo no fue asesinado ningún izquierdista. Rociana, por el contrario, pertenece al grupo mayoritario, al de los pueblos diezmados. Es también una historia de papeles invertidos, de falangistas que protegen vidas y de un cura que perdió los papeles. Si hubieran estado en el mismo pueblo se hubiera creado un problema considerable. Normalmente ambas instancias, Iglesia y Falange, estuvieron de acuerdo. Ejemplo de ello sería Rociana. Pero unos aquí y otro allí marcaron las diferencias en ambos lugares.
Esta historia ocurrió entre julio de 1936 y diciembre de 1937, pero tiene su núcleo en agosto y septiembre de aquel año fatal. Rociana, con cerca de seis mil habitantes, duplicaba entonces en población a Hinojos. Al contrario que Almonte, a medio camino entre ambos pueblos y que vio su ambiente enrarecido desde comienzos de 1932, la tranquilidad fue la norma en nuestros dos pueblos a lo largo de la República. Todo eso acabó el día que la radio comenzó a emitir cosas raras y llegaron rumores de que en Sevilla pasaba algo grave.
EL CASO DEL CURA DE ROCIANA: EDUARDO MARTÍNEZ LAORDEN
La primera noticia que tenemos de este personaje, nacido en El Pedroso (Sevilla) en 1866, data de octubre de 1932, cuando envió al Arzobispado de Sevilla su informe quinquenal sobre el «estado de las almas» de su feligresía. Veamos, de manera resumida, algunos apartados:
Estado de Moralidad y vida cristiana: | Regular nada más. |
Misa dominical: | Asiste el 7% de los feligreses. |
El descanso: | Se observa bastante poco. |
Descuidan este precepto: | El 93%. |
Cumplimiento pascual: | Lo abandonan el 95%. |
Últimos sacramentos: | Casi todos se niegan o los descuidan. |
Matrimonios civiles: | Se han registrado ya dos. |
Concubinatos: | Seis u ocho. |
Enseñanza cristiana: | Regular. |
Al final añadía que existía una Casa del Pueblo «con pocos socios; en total unos doscientos. Propagan ideas contra la religión, principalmente contra el matrimonio católico».
Martínez Laorden, un hombre de sesenta años acompañado por una sobrina con una hija, vivió aterrorizado aquellos sucesos. Vio cómo desaparecían entre llamas la iglesia y su casa, pero cuando veía cercana su última hora recibió la ayuda conveniente de los propios izquierdistas —el alcalde socialista entre ellos—, que se encargaron de sacarlo de allí, protegerlo y ponerlo a buen recaudo.
Curiosamente, prueba de que la normalidad jurídica seguía vigente, el expediente sobre los sucesos de la noche del 21 en Rociana, luego titulado «Incendios, destrozos y saqueos ocurridos en la Villa de Rociana de esta Provincia durante la denominación marxista», se inició unas horas después de ocurrir. En principio fue el juez de Rociana, Gregorio Rodríguez Mendaño, el que se encargó de la instrucción del caso, empezando por realizar una inspección ocular y tomando declaraciones de rutina en los días siguientes 22 y 23 a Manuel Riquel Pérez (presidente del Casino Republicano), a Marcelino Acosta Muñoz (presidente del Casino principal), a Manuel Gómez Riquel (presidente de la Asociación Patronal) y al párroco Eduardo Martínez Laorden.
La única declaración llamativa fue la del cura. Narró el asalto a su casa: cómo lanzaron piedras contra la puerta diciendo que eran disparos que partían del interior, cómo los escopeteros destrozaron la fachada y cómo cuando empezó el fuego hubo quien quiso parar aquello y quien gritaba que había que acabar con todos. Fue en ese oportuno momento cuando Ceferino Chaparro sacó de allí al cura y a las dos mujeres y los llevó a la casa del conserje del Casino Efraín Muñoz Sánchez. Pero ante la posibilidad de que el ataque se repitiera pasaron a casa del alcalde socialista Antonio Hernández Muñoz, «el cual les ofreció hospitalidad y seguridad», decía el cura a las pocas horas del suceso. Ya de día se trasladaron definitivamente a casa de Isabel Ruiz García. En su declaración mencionó a José Cruces González, a su mujer, Remedios Iglesias del Valle y a un hijo como participantes activos en los desmanes. Unos días después, posiblemente el 27 o 28 de julio, en un acto público celebrado en la plaza, muchos vecinos de Rociana quedaron petrificados cuando su párroco, don Eduardo, desde el balcón del Ayuntamiento, soltó: «Ustedes creerán que por mi calidad de sacerdote voy a decir palabras de perdón y de arrepentimiento. Pues NO: ¡Guerra contra ellos hasta que no quede ni la última raíz!».
PRIMERA ETAPA REPRESIVA (JULIO-DICIEMBRE DEL 36)
Desde el mismo día 27 se estaban efectuando docenas de detenciones y ya desde los últimos días de julio se empezó a rumorear que habría fusilamientos. De hecho «el de Celedonio» y alguno más fueron llevados el día 30 a Huelva en un camión procedente de Bollullos y no se supo más de ellos. El sermón del cura había hecho efecto. La cárcel se quedó chica y hubo que habilitar otro local; las mujeres fueron encerradas aparte en el colegio de la plaza. En esto llegó el día 4 la noticia del fusilamiento en el parque público de El Conquero, en Huelva, del gobernador civil Jiménez Castellano y de los tenientes coroneles de Asalto y Guardia Civil, Alfonso López Vicencio y Julio Orts Flor. Los detenidos, mientras tanto, eran obligados a retirar escombros de la iglesia, entre ellos precisamente Ceferino Chaparro, el que salvó al cura. Esta extraña situación saltó por los aires el día 7 de agosto con el asesinato de tres de los detenidos en el término de Almonte. Dentro de Falange hubo tensiones y reajustes en ese momento crucial. Dos días después, el 9, fue detenido en su casa otro de los protectores cura, el alcalde Antonio Hernández Muñoz, más conocido como Antonio «María Gómez», quien ni siquiera había huido. La escalada tuvo su cénit entre los días 10 y 13, cuando raparon a todas las detenidas, que se rebelaron inútilmente, y tuvo lugar el asesinato de Remedios Iglesias del Valle, más conocida por «la de Cruces» o «la Maestra Herrera», por la profesión del marido, y que había osado pasear por los alrededores de la iglesia cubierta con una capa o túnica quita da a una imagen.