1. Las fugas de octubre de 1943 y ¿el último preso de la guerra?
Las fugas de octubre de 1943
y ¿el último preso de la guerra?
E N LA MEMORIA de los presos del Canal ha quedado especialmente marcada la fuga del 13 de octubre de 1943 de seis presos y el posterior fusilamiento, una vez detenidos, de cuatro de ellos. Como sabemos, las evasiones abundaron, y tampoco era la primera vez que una terminaba de forma trágica.
En octubre de 1940, otros cuatro penados, tres de ellos naturales de la localidad sevillana de Paradas y uno de Castillo de las Guardas, también habían huido de La Corchuela. Se llamaban Manuel Suárez Rodríguez, Manuel Méndez Chacón, José Luis Suárez Vega y José Hidalgo Bascón. Todos estaban condenados a largas penas de prisión. Suárez Rodríguez, conocido como «Chaparrito», Suárez Vega, «El Espartero», e Hidalgo Bascón habían pertenecido a la CNT, mientras que Méndez Chacón no había militado en ninguna organización social. Las circunstancias que le habían llevado a prisión eran muy parecidas. Campesinos los cuatro, no apoyaron la sublevación y participaron en la defensa de sus pueblos, Paradas y Bienvenida (Badajoz), hasta que las fuerzas rebeldes los ocuparon. Entonces huyeron al campo y, jóvenes, se incorporaron al ejército republicano. En 1939, al terminar el conflicto, regresaron a sus localidades de residencia, donde fueron detenidos, encausados y sentenciados durante el verano.
Sólo el más joven de ellos, Méndez Chacón, fue apresado, en compañía de su padre, en los montes extremeños cerca de Oliva de Mérida. Había huido con su padre, Juan Méndez Chavero, militante de UGT, cuando la aldea en la que vivían, La Aulaga, en la provincia de Huelva, fue ocupada. En el monte, ambos se incorporaron a los grupos que resistían y participaron en unos hechos que volveremos a encontrar en la fuga de 1943: la ocupación de la aldea de El Álamo el 28 de septiembre de 1936.
Los cuatro se encontraron en las obras del Canal, a las que habían llegado unos meses antes. La noche del 25 al 26 de octubre decidieron fugarse. Como en otros casos, entre ellos el de 1943, en las declaraciones que realizaron una vez detenidos insistieron en que la huida no había estado preparada sino que había sido consecuencia de la ingestión del vino que algunos vendedores ambulantes ofrecían por los alrededores del campamento. Según su relato, el día de la evasión habían comprado unas botellas al regresar por la tarde del trabajo. Se las bebieron durante la cena y, embriagados, decidieron ir a ver a sus familias. Hacia las ocho de la noche se escaparon por las obras del barracón para oficinas que se estaba construyendo en el campamento.
Esta justificación también fue utilizada por los fugados en 1943. Como también coincidieron los funcionarios de prisiones y soldados de vigilancia en asegurar que ellos no habían visto nada anormal esa noche, que no hubo complicidad y que, por supuesto, no podían estar borrachos porque la guardia que ejercían sobre los penados era muy estrecha. En cualquier caso, resulta evidente que todos buscaban eludir la responsabilidad y atenuar las circunstancias de lo sucedido.
Una vez fuera del campo, los evadidos se dirigieron hacia la sierra norte sevillana, siguiendo la vía del tren. Una semana más tarde llegaron al término municipal de Villanueva de las Minas y acamparon en la finca Miraflores. La tarde del día 3 de noviembre fueron descubiertos. Parece que el encuentro fue casual porque, aunque se había dado orden de búsqueda y captura y en sus localidades de residencia se vigilaba a sus familias, la patrulla de la Guardia Civil que los descubrió esperaba encontrarse a unos fugados de la cárcel de Lora del Río. Eran las siete de la tarde y se disponían a acostarse. Según el atestado levantado, los guardias les dieron el alto, que fue respondido con un disparo. La descarga que le respondió hirió a Hidalgo, Méndez y Suárez Rodríguez. En la confusión, este último y Suárez Vega lograron perderse por entre la maleza, amparados en la oscuridad. Junto a la lumbre quedaron Hidalgo, tiroteado en la cabeza, y Méndez, con dos heridas en su pierna izquierda. El primero no llegó con vida a Villanueva, mientras que el segundo fue trasladado al hospital del Centro Minero, donde quedó ingresado.
Sin embargo, esta versión no parece que se corresponda totalmente con lo ocurrido. En primer lugar los huidos negaron tanto que tuvieran una pistola, cuya propiedad se endosó al único que no podía hablar, como que hubieran disparado. Además, el arma fue encontrada la mañana siguiente en una nueva revisión del lugar de los hechos. Parece que se corresponde más con lo sucedido el que fueran sorprendidos, ya medio desnudos, cuando se iban a acostar y que los guardias les dispararon. En la relación de efectos personales que fueron remitidos al juez de la Colonia Penitenciaria que instruyó el sumario figuraban pantalones, camisas, capotes y botas que indicaban que, en efecto, estaban preparándose para acostarse. La inconsistencia de la versión de la agresión hizo que ni siquiera se la incluyera como cargo y que la propia sentencia del consejo de guerra celebrado en febrero de 1943 por esos acontecimientos reconociera que no había quedado probado que ellos dispararan, ni tan siquiera que el revólver fuera de los huidos.
Hidalgo Bascón, según el informe de la autopsia que le practicaron dos médicos de Villanueva, murió a consecuencia del disparo que le entró por la cabeza y le destrozó el cerebro. Fue enterrado en el cementerio de esa localidad. Méndez, al día siguiente, fue trasladado al Hospital Provincial de Sevilla a disposición de las autoridades militares. Mientras, continuó la búsqueda de los otros dos que habían logrado ocultarse. Pero no fue por mucho tiempo. El día 9 Suárez Vega y Suárez Rodríguez, que iba herido de bala en una pierna, también fueron detenidos. Tampoco en esta ocasión coinciden el atestado de la Guardia Civil y las declaraciones de los apresados. Mientras que la primera aseguró que fue ella quien los detuvo la noche de ese día, Suárez Vega aseguró que se presentaron voluntariamente. Fuera como fuera, los dos también ingresaron en la prisión sevillana al día siguiente.
Los tres supervivientes fueron procesados por quebrantamiento de condena. Sin embargo, al fiscal le debió parecer escaso el castigo que por esta calificación iban a recibir y, en la misma vista del consejo de guerra, añadió el cargo de insulto a fuerza armada que elevaba la pena de seis meses de arresto mayor a seis años de prisión. Mientras, los presos fueron enviados a la prisión de Las Palmas. De ella fueron devueltos a Sevilla en febrero de 1943 para ser juzgados. Les cayeron dos años y cuatro meses que cumplieron en los penales de Chinchilla, en Albacete, y el gaditano de El Puerto de Santa María.
Quizá a causa de la temprana fecha de estos sucesos, que mengua la posibilidad de contar con testimonios orales, haya impedido que se recuerden con más intensidad. Además, tampoco contaron con las circunstancias excepcionales que rodearon la fuga, en octubre de 1943, de Pedro Vázquez Martín, natural de El Castillo de las Guardas (Sevilla), Miguel Cardoso Fernández, de Jabugo (Huelva), José Arenal (o Arenas) Hormigo, de Cazalla de la Sierra (Sevilla), Miguel López Morales, de Alhama de Granada (Granada) y de los hermanos de Constantina (Sevilla), Manuel y Rafael Fernández Ávila. Una huida de trágico fin, con la muerte de cinco de ellos, dos fusilados en el propio campamento de La Corchuela, y la prisión de más de 25 años de) otro, que le convierten en una de las últimas, si no la última, persona que, encarcelada al finalizar la guerra en 1939, fue puesta en libertad en el otoño de 1966.
Todos ellos eran también campesinos y habían sido detenidos y condenados al término de las hostilidades. Sabemos que los hermanos Fernández Ávila habían pertenecido a la CNT y que Manuel había sido condenado por adhesión a la rebelión a treinta años de prisión que cumplía desde 1941 en la de Sevilla antes de ser trasladado a La Corchuela. Arenas Hormigo también había sido sentenciado a treinta años por rebelión militar e ingresado en la cárcel de Sevilla en febrero de 1939. Más informaciones tenemos de los otros tres huidos.