Acerca del autor
Miguel León-Portilla es profesor e investigador emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha apoyado la lucha de los pueblos originarios por alcanzar su autonomía, la preservación de sus lenguas y su identidad cultural. Es miembro de El Colegio Nacional. Ha publicado, entre otros libros, La filosofía náhuatl, Visión de los vencidos, Toltecáyotl, Literaturas indígenas de México, Huehuehtlahtolli: Testimonios de la antigua palabra, estos tres últimos en el FCE.
Los antiguos mexicanos
a través de sus crónicas
y cantares
Miguel León-Portilla
Ilustraciones de Alberto Beltrán
1ª edición (Antropología), 1961;
2ª edición (Colec. Popular), 1968;
3ª edición corregida (Antropología), 1972;
4ª edición corregida (Colec. Popular), 1973;
5ª edición (Lecturas Mexicanas), 1983;
21ª reimpresión, 2010
Edición conmemorativa 70 Aniversario, 2005
Primera edición electrónica, 2010
D. R. © 2005, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
Empresa certificada ISO 9001:2008
Comentarios:
Tel. (55) 5227-4672
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-0467-5
Hecho en México - Made in Mexico
Civilización con no escasa historia fue la del méxico antiguo. Sus sabios dejaron testimonio de su pensamiento acerca de sí mismos y del acontecer de las cosas humanas, vida y muerte, siempre en relación esencial con la divinidad. Los códices o libros de pinturas, sus teocuícatl, cantos divinos, los icnocuícatl, poemas de honda reflexión, los huehuetlatolli, palabras de los ancianos y, como otro ejemplo, el contenido de los xiuhámatl o anales, dan prueba de la existencia de esa antigua tradición que ha llegado hasta nosotros.
Sobre la base de tales testimonios hemos creído posible inquirir, siquiera a modo de intento, en aquello que, a la luz de la crítica histórica, puede considerarse como expresión del hombre prehispánico. Acercarnos a lo que fue su vida y cultura, a través de sus crónicas y cantares, ése fue nuestro propósito.
Al publicarse nuevamente este libro, volvemos a tomar conciencia de nuestras limitaciones. Los solos hallazgos de la arqueología —el arte del México antiguo—, obligan ya a pensar en la complejidad y riqueza extraordinarias de su cultura. Difícil, si no imposible, es querer comprender cabalmente un mundo de historia que, siendo antecedente de la propia realidad, se muestra no obstante lejano y oscurecido por problemas de incierta solución. Quizá sólo un ensayo de acercamiento es lo que puede lograrse. Y ello gracias a la relativa abundancia de los testimonios indígenas.
El cronista mexica Tezozómoc, cuya vida transcurrió ya en los tiempos de la Nueva España, pero que participó aún en la antigua tradición, tuvo confianza en que no se perdería el recuerdo. Ciertamente, al menos la versión y transcripción de las crónicas y cantares, confieren realidad a sus palabras:
Nunca se perderá, nunca se olvidará,
lo que vinieron a hacer,
lo que vinieron a asentar en las pinturas:
su renombre, su historia, su recuerdo…
Siempre lo guardaremos
nosotros hijos de ellos…
Lo vamos a decir, lo vamos a comunicar,
a quienes todavía vivirán, habrán de nacer...
(Crónica Mexicáyotl)
Algunos de los testimonios donde se conserva “el recuerdo y la historia”, otra vez se hacen aquí presentes. Y no ocultaré una alegría: varios de los textos que traduje para este libro han sido esculpidos en los muros de nuestro Museo Nacional de Antropología. Quedan así al lado de la riqueza del arte antiguo. En nueva forma de inscripción vuelven a ser portadores de aquello mismo que antes, con glifos y pinturas, se representó en los códices.
Miguel León-Portilla
Agosto de 1970,
Instituto de Investigaciones Históricas,
Ciudad Universitaria, México
Introducción
Querer formarse una imagen de todo lo que existe es afán heredado de los griegos. Porque nada más bello ni más placentero para los sabios helenos que el arte de saber contemplar.
Por afortunada coincidencia, los herederos de su cultura —de manera especial los europeos renacentistas— iban a tener ante sus ojos, al finalizar el siglo XV , nada menos que un Nuevo Mundo pletórico de sorpresas. Primero fueron las Antillas, que Colón pensó eran parte de las Indias. Después, la Tierra Firme, con ríos inmensos en cuya desembocadura se formaban golfos de agua dulce y por fin, el descubrimiento de otro océano, más allá del continente. Pero si todas “esas cosas naturales” del Nuevo Mundo causaban asombro, “las cosas humanas” despertaban todavía mayor interés y admiración.
La presencia de nativos en las islas y Tierra Firme, en su mayoría semidesnudos, que practicaban extraños ritos y vivían en pobres chozas, hizo pensar a los descubridores que estas partes del Nuevo Mundo habían existido hasta entonces enteramente desprovistas de cultura. Sin embargo, una nueva sorpresa aguardaba a quienes iban a penetrar en el interior del continente. Los conquistadores que se adentraron en ese mundo que tenían por bárbaro contemplaron dos “a manera de imperios” de pujanza cultural no sospechada. Eran precisamente las dos grandes zonas nucleares, asiento de culturas superiores, dotadas de fisonomía propia. En la parte sur del continente florecía la cultura incaica del altiplano del Perú, y en lo que hoy es la nación mexicana existían las antiguas civilizaciones creadoras de la grandeza maya, mixteco-zapoteca de Oaxaca y náhuatl (tolteca-azteca) del altiplano central de México, para sólo nombrar los focos principales.
Nuestro interés es acercarnos a lo que aquí llamaremos México Antiguo, o sea, principalmente la zona central de la actual República Mexicana, en la que florecieron en diversas épocas centros tan importantes como Teotihuacán, Tula, Cholula, Culhuacán, Azcapotzalco, Texcoco, Tlaxcala y México-Tenochtitlan. Poseedores los antiguos mexicanos de conciencia histórica, como lo prueban sus códices y tradiciones, serán fundamentalmente sus propios testimonios los que guiarán este acercamiento a su pasado cultural. Dichos testimonios se conservan en el idioma hablado por los aztecas y sus varios precursores, o sea el náhuatl, conocido también como “mexicano” o “azteca”.
Otros pueblos no nahuas, como los otomíes, habitaron y habitan aún lugares situados en la zona central de México. Pero, sometidos entonces en diversos grados a los nahuas, no cabe la menor duda que fueron éstos —al menos desde los tiempos toltecas— los creadores de formas superiores de cultura en el México Antiguo. Son precisamente los testimonios de los antiguos mexicanos de lengua y cultura náhuatl los que hacen posible el tema del presente estudio: descubrir a través de sus textos, su propia imagen cultural.
Página siguiente