ALAN WILSON WATTS (Chislehurst Kent, 6 de enero de 1915 - Mt. Tamalpais California, 16 de noviembre de 1973) fue un filósofo británico, así como editor, sacerdote anglicano, locutor, decano, escritor, conferenciante y experto en religión. Se le conoce sobre todo por su labor como intérprete y popularizador de las filosofías asiáticas para la audiencia occidental.
Escribió más de veinticinco libros y numerosos artículos sobre temas como la identidad personal, la verdadera naturaleza de la realidad, la elevación de la conciencia y la búsqueda de la felicidad, relacionando su experiencia con el conocimiento científico y con la enseñanza de las religiones y filosofías orientales y occidentales (budismo Zen, taoísmo, cristianismo, hinduismo, etcétera).
Alan Watts fue un conocido autodidacta. Becado por la Universidad de Harvard y la Bollingen Foundation, obtuvo un máster en Teología por el Seminario teológico Sudbury-Western y un doctorado honoris causa por la Universidad de Vermont, en reconocimiento a su contribución al campo de las religiones comparadas.
1. EL VIAJE DESDE LA INDIA
Del mismo modo que para comprender a Dante y a la cristiandad medieval hay que conocer la cosmología y cosmovisión ptolemaica, cualquier introducción al budismo debe tener también en cuenta los antecedentes de la cosmovisión y la cosmología hindú. Porque, si bien éstas y su visión del universo han terminado impregnando muchos aspectos de la vida japonesa a través del budismo son, no obstante, muy anteriores a él. El budismo simplemente las adoptó como una verdad de hecho, como nosotros adoptaríamos la cosmología de la astronomía moderna si actualmente inventáramos una nueva religión.
Los seres humanos han tenido tres grandes maneras de ver el mundo. Una de ellas es la visión occidental, que, por analogía con la alfarería o la carpintería, lo considera como una construcción o un artefacto; luego tenemos la visión hinduista, que lo considera como una representación, como una obra de teatro; y, en tercer lugar, está la visión orgánica china, que lo ve como un organismo, como un cuerpo vivo. La visión hinduista, pues, considera al mundo como una representación o, dicho de otro modo, como lo que siempre es, siempre ha sido y siempre será, el Sí mismo (en sánscrito, atmari). El atman también es llamado brahman, un término que procede de la raíz bri, que significa crecer, expandirse o hincharse (y que está relacionado con la palabra inglesa breath, que significa respirar). De este modo, Brahman, el Sí mismo de la cosmovisión hindú, juega al escondite consigo mismo desde el comienzo de los tiempos. ¿Y hasta qué punto podemos perdernos? Según la visión hinduista, cada uno de nosotros es la divinidad que se pierde por el mero goce de volver a encontrarse. Porque, por más terrible que esto pueda parecer en ocasiones, despertar de ese sueño siempre resulta extraordinario. Ésa es la idea fundamental de la visión hinduista del mundo, una idea tan sencilla que hasta un niño podría entenderla.
Esta cosmología o visión del universo presenta muchos rasgos diferentes, entre los cuales cabe destacar los kalpas, los inmensos períodos de tiempo a través de los cuales discurre el universo. Otra de sus facetas son los «seis mundos» o «senderos de la vida», una idea muy importante en el budismo, aunque procede del hinduismo y está representada en lo que se denomina la phava chakra (de phva, que significa «devenir» y de chakra, que quiere decir «rueda»). La «rueda del devenir» —o «rueda del nacimiento y de la muerte»— cuenta con seis divisiones. En su parte superior se hallan situados los llamados devas (o ángeles, seres que representan los logros supremos de la vida mundana) y los que ocupan la parte inferior son los naraka (seres que permanecen en el tormento del infierno y representan el mayor fracaso de la vida mundana). Ésos son los polos extremos y en ellos se encuentran los seres más felices y los más desdichados. Y entre unos y otros se halla el mundo de los pretas —o espíritus hambrientos—, seres frustrados que poseen bocas diminutas y enormes estómagos, con apetitos desmesurados pero con unos medios muy limitados para satisfacerlos y que se hallan próximos a los naraka del infierno. Por encima de los pretas se encuentran los seres humanos, que se supone ocupan una posición intermedia en esta disposición de los seis mundos. Por encima de los seres humanos se hallan los devas y a continuación se empieza a descender de nuevo. El siguiente mundo es el de los asuras, en donde moran los espíritus coléricos o iracundos, personificaciones del desdén y de la furia y violencia de la naturaleza. Por debajo de ellos están los animales, que ocupan una posición intermedia entre el mundo de los asura y el infierno.
No tenemos que interpretar literalmente esta visión porque estos mundos se refieren a modalidades diferentes de la mente humana. Así, cuando nos sentimos frustrados y atormentados, estamos en el mundo de los naraka; cuando nos hallamos crónicamente frustrados, moramos en el mundo de los preta cuando nos encontramos en un estado de ecuanimidad o equilibrio mental, habitamos en el mundo humano; cuando somos muy felices nos hallamos en el mundo de los devas; cuando estamos furiosos, vivimos en el mundo de los asura y, cuando somos estúpidos, lo hacemos en el mundo animal. Ésas son todas las modalidades y resulta de capital importancia comprender que, según el budismo, cuando mejor estamos, más ascendemos hacia el mundo de los devas y, cuando peor, más descendemos hacia los infiernos de los naraka. Pero la cuestión es que no se puede mejorar indefinidamente y que todo lo que asciende acaba descendiendo. Cuando uno mejora más allá de un cierto límite, lo único que ocurre es que se empieza a empeorar, como cuando se afila demasiado un cuchillo y éste comienza a quedarse sin hoja. La budeidad, la liberación o la iluminación, por su parte, no se encuentra en ningún punto de la rueda sino en su centro. El camino de ascenso, el camino que nos lleva a ser mejores, nos ata a la rueda con cadenas de oro y el camino de descenso, el camino que nos hace empeorar, nos ata con cadenas de hierro. Pero el buda es aquél que se desembaraza de todo tipo de cadenas.
Eso explica por qué el budismo, a diferencia del judaismo y del cristianismo, no se halla obsesionado por la idea de la bondad sino de la sabiduría y de la compasión y con el desarrollo de una profunda simpatía, comprensión y respeto por la gente ignorante que no sabe que lo es y se encuentra perdida en el extraño juego de ser «tú y yo». Ésa es la razón por la que los hinduistas no se saludan con un apretón de manos sino uniendo las palmas de las manos en posición vertical y haciendo una reverencia. Y ésa es también, básicamente, la razón por la que los japoneses se saludan inclinándose y por la que los rituales budistas están llenos de reverencias porque, en tal caso, uno está honrando al Sí mismo que desempeña la totalidad de los papeles de todos los seres. En este sentido, hay que presentar el más sincero de los respetos al yo que ha olvidado lo que está haciendo y que, en consecuencia, se encuentra en la más singular de las situaciones. Ésa es la visión básica del mundo hinduista y, en consecuencia, de la cosmología que acompaña al budismo.
Según las inclinaciones, el temperamento, la tradición, las creencias populares, etcétera, existe la idea adicional de que, cuando el Señor, el Sí mismo, pretende ser cada uno de nosotros, lo primero que afirma es la existencia de un alma individual llamada jivatrnan, que se reencarna en vidas sucesivas a través de toda una serie de cuerpos. Así es como nuestras acciones van sucediéndose en una serie que se halla ligada a un encadenamiento inexorable según lo que se denomina