Bibliografía
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Título original: El Mercado Común
AA. VV., 1985
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Con el ingreso de España y Portugal en el presente mes de enero, el número de países integrantes de las Comunidades Europeas se eleva a doce, y se integra así un compacto bloque territorial que abarca toda la Europa occidental y gran parte de la central.
El presente Cuaderno refleja el proceso de unificación europea, desde sus orígenes a la actualidad. En un primer artículo se revisa la historia de las Comunidades, así como los movimientos europeístas que las precedieron. Se describe luego la composición y el funcionamiento de los organismos comunitarios. Y, finalmente, se estudia el largo proceso político y económico que ha llevado a España a integrarse en la Europa unida.
AA. VV.
El Mercado Común
Cuadernos Historia 16 - 037
ePub r1.0
Titivillus 03.08.2021
La unidad europea
Por Julio Gil Pecharromán
Profesor de Historia Contemporánea. Universidad Complutense de Madrid
S IEMPRE han existido apóstoles de la Europa unida. Estadistas y políticos como Napoleón. Metternich o Briand: filósofos y escritores como Leibniz, Montesquieu, Saint-Simón o el abate Saint Pierre, soñaron modelos de integración continental que iban desde la federación igualitaria de Estados hasta la desaparición de éstos, fundidos en una común soberanía europea.
Durante siglos, la historia jugó en contra de este ideal. Inmersos en las querellas nacionalistas, atraídos por la aventura imperialista en otros continentes, afanados en la construcción de Estados fuertes e industrializados, los pueblos europeos descuidaron durante mucho tiempo el cultivo de sus intereses comunes. Mientras, sus sistemas económicos y políticos, sus valores morales y culturales, se extendían a todos los rincones del planeta.
La competencia entre las naciones de Europa originó la Primera Guerra Mundial. De ella salieron todas debilitadas, muchas de ellas humilladas y mutiladas. Y las viejas rencillas, lejos de resolverse, se enconaron.
Para muchos, la Gran Guerra significó el comienzo del fin de la civilización europea. Para ellos, el continente había entrado en un agudo proceso de decadencia frente a los nuevos poderes surgidos en su entorno. Algunos vieron la solución de la crisis en el resurgir de los particularismos nacionales, en la hegemonía de los más fuertes. Y surgieron los regímenes totalitarios, de un nacionalismo xenófobo y excluyente.
Otros, los menos, alcanzaron a comprender que la capacidad de reacción de Europa dependía precisamente de la capacidad de superación de los nacionalismos estrechos y de la adopción del europeismo, como proyecto común. Políticos como Aristide Briand, Gustav Stresseman o Luigi Einaudi creyeron ver en el federalismo la solución a la integración europea. Esta idea había tomado cuerpo en 1923, cuando el austriaco conde Coudenhove-kalergi fundó el movimiento Pan-Europa.
El paneuropeismo vivió su época dorada en la segunda mitad de los años veinte La labor pacificadora de la Sociedad de Naciones y el acercamiento franco-alemán permitieron alentar la esperanza en la construcción de unos Estados Unidos de Europa. Sobre la base de un pacto militar, político, económico y aduanero, el proyecto federalista se proponía garantizar la paz en el continente y el desarrollo de sistemas democráticos en el conjunto de sus países
En 1929, Aristide Briand propuso en Ginebra, sede de la Sociedad de Naciones, la elaboración de un pacto federal entre los Estados europeos. El memorándum Briand. acogido con entusiasmo en ciertos medios intelectuales, sólo encontró incomprensión en los Gobiernos. Poco después, la crisis económica y el auge de los totalitarismos volvieron a situar a las naciones de Europa a las puertas de la guerra civil, la segunda que conocerían en el curso de una generación.
La Segunda Guerra Mundial pareció representar el fracaso de los ideales federalistas y paneuropeos. Pero un escogido grupo de políticos, empresarios y sindicalistas entendió que el desenlace del conflicto significaba en realidad la muerte de los nacionalismos chauvinistas y el inicio de una nueva etapa, más propicia para la unión europea. Sobre la Europa destruida seria fácil levantar un nuevo orden. Quienes habían combatido en la resistencia antifascista compartían, al margen de sus ideologías, la misma voluntad de no recrear los errores del pasado.
El europeísmo resurgió con gran fuerza en una Europa ocupada militarmente por soviéticos y americanos. El 19 de septiembre de 1946, Winston Churchill se pronunció en Zurich a favor de la construcción de los Estados Unidos de Europa, de los que el Consejo de Europa debía constituir el primer paso en el camino de la reconstrucción de la familia europea.
Aristide Briand.
Winston Churchill.
Cartel italiano en favor de la reconstrucción europea, editado en 1947.
La vibrante llamada de Churchill: ¡En pie, Europa! congregó a numerosos seguidores de los ideales europeístas. A partir de 1946 surgieron siete organizaciones que perseguían tales fines: la Liga Europea de Cooperación Económica, formada por empresarios y dirigida por Paul Van Zeeland: el Movimiento para la Europa Unida, agrupado en torno a Churchill: el Consejo Francés para la Europa Unida, de Raoul Dautry: los Nuevos Equipos Internacionales, de orientación demócrata-cristiana, creados por Robert Bichet: el Movimiento Socialista para los Estados Unidos de Europa, presidido por Bob Edwars: la Unión Europea de Federalistas de Henri Brugmans, y la Unión Parlamentaria Europea, dirigida por Georges Bohy.
Todos estos grupos, menos el último, convergieron en mayo de 1948 en el Comité Internacional de Coordinación para la Europa Unida, presidido por el conservador británico Duncan Sandys. Reunidos en La Haya, sus integrantes dirigieron un llamamiento a los pueblos europeos: