AA. VV. - Faraones y pirámides
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Título original: Faraones y pirámides
AA. VV., 1985
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
[*] La época tinita de la historiografía basada en Manetón, engloba los reinados de los faraones de la I y II dinastías (siglos XXXI-XXVII a. C.), que toman ese nombre de la antigua ciudad del Alto Egipto Tinis, cerca de Abidos, de la que eran originarios y donde se hallaba la necrópolis real Manetón es un sacerdote de Heliópolis que en el siglo III a. C. compuso una historia de Egipto desde los tiempos míticos hasta la época de Alejandro Magno. Se ha conservado un Epítome que es la relación de los reinados de los faraones agrupados por dinastías (XXXI).
[1] I. E. S. Edwards, The Pyramids of Egypt, A Pelican Book, Hardmondsworth, Penguin Books, 1961.
[2] La tendencia egipcia a ver en las cosas una pareja de componentes dio lugar a que el país se denominase Alto y Bajo Egipto, las dos mitades, las dos orillas, etcétera, y Menfis, a primera capital, balanza del país
[3] J. Ph. Lauer, La pyramide a degrés, 4 vols., El Cairo 1936-1959, Idem, Etudes comptementaires sur les monuments du roi Zoser a Saqqarah, CASAE 9, El Cairo, 1948. E. Drioton-J. Ph. Lauer, Sakkarah, The Monuments of Zoser, El Cairo año 1951.
[*]Nomarca: gobernador o prefecto de un nomo, que en el Antiguo Egipto equivalía a región o circunscripción administrativa.
Entrega n.º 70 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a los faraones y pirámides de las dinastías del Imperio Antiguo egipcio.
AA. VV.
Cuadernos Historia 16 - 070
ePub r1.0
Titivillus 18.10.2021
Por Antonio Blanco Freijeiro
De la Real Academia de la Historia
H ACIA el año 2650 a. C., tras una etapa de unos cuatro siglos de duración, entra Egipto en la época de las pirámides. En comparación con éstas, todas las realizaciones de la etapa anterior —algunas tan meritorias como la invención de la escritura jeroglífica o la institución del calendario astronómico— no pasan de preámbulos.
Además de monumentos capaces de dejarle a uno sin aliento, las pirámides son el exponente de una época de poco más de tres siglos de duración en la que el espíritu egipcio realizó sus mayores contribuciones a la historia de la humanidad.
Muchas podrían enumerarse: implantación de un orden social más justo y equilibrado que cualquier otro de su época: desarrollo increíblemente precoz del hombre como individuo: establecimiento de escuelas de teología que, en algún caso, como en de la menfítica, frisan en la concepción de un dios trascendente, muy similar a la de la teología de las religiones superiores: desarrollo de una ética basada en el respeto y el amor al prójimo con un sentido muy parecido al cristiano.
Reyes-Dioses
Pero quizá lo más admirable de los antiguos egipcios sea su escatología, su afán de inmortalidad y todos los modos de concebir la existencia posible después de la muerte: en unos casos, algo así como el Elíseo del pensamiento griego, praderas llenas de flores y fecundos trigales, cultivados por los súbditos del rey bajo la prudente guía de éste: en otros, un paraje celeste, lleno de luz y de todas las bellezas del mundo terrenal, presididas por la simpar hermosura del faraón identificado con su padre, Ra, el dios sol; por último, un mundo tenebroso, severamente regido por un Osiris, con quien también se identifica el faraón.
Como escribía en su diario de 1921 el gran artista gallego Castelao, tras su primer encuentro con lo egipcio en el Museo del Louvre: Yo sentí allí la verdadera inmortalidad y bien quisiera que nuestra civilización no se hubiera apartado de las cosas del espíritu…
El problema interno del Egipto de sus primeros tiempos había consistido en encontrar fórmulas de convivencia entre una aristocracia dominadora y la masa de la población dominada. La solución, impuesta por la fuerza de las armas, dio como resultado un país rigurosamente jerarquizado, con un jefe en la cúspide que no sólo era rey, sino además dios, y no un dios cualquiera, sino el más poderoso de todos ellos, aquel que infundía su divinidad a los demás.
La unificación del país y la implantación de este credo religioso costaron los derramamientos de sangre y las caídas de cabezas que aparecen sencilla y crudamente representadas en relieves como los de la Paleta de Narmer, y narrados en inscripciones como las de la peana de la estatua sedante del faraón Khasekhem, en donde se consignan con la más escrupulosa exactitud los miles de muertos con que aquél sembró los campos del norte del país.
Apenas resuelto de manera tan expeditiva el problema de la unidad y de la convivencia ciudadanas, comenzó a agudizarse otro, no ya social como el primero, sino espiritual. Dentro de una mentalidad primitiva como la del Egipto arcaico, y la de cualquier otra sociedad que conciba a Dios como una energía susceptible de encarnar en determinados seres animados e inanimados, no había dificultad en aceptar al faraón como encarnación de la misma energía que podía residir en el cielo y en otros cuerpos astrales o terrestres. Y así ocurrió que el faraón, el cielo, el sol y el halcón (Horus) eran contemplados allí y entonces como manifestaciones de una misma y sola potencia.
Paleta de Narmer: el rey aparece matando a sus enemigos (izquierda) . El escriba jefe Hesiré, en un bajorrelieve de la III Dinastía (Museo de El Cairo, derecha ). La estela que se repite a lo largo de todo el Cuaderno representa al faraón de la IV Dinastía Micerinos con la diosa Hator y, a la derecha, el nomos del Alto Egipto.
Entre las virtudes de esta potencia despuntaba una de la máxima importancia, el poder creador: todos los seres animados, se creía entonces, recibían del faraón-sol en el momento de su concepción su espíritu vital.
Pero, en cuanto esta identidad del faraón con el cielo, el sol y el halcón empezó a ser objeto de reflexiones y dudas, la base de la religión oficial empezó a resquebrajarse. La propensión egipcia a un relativismo que consideraba, por ejemplo, que el sol naciente y el sol poniente eran seres distintos, comenzó a hacer mella en las creencias tradicionales.
Una de las fases del astro rey, Ra en egipcio, el sol naciente, se independizó como dios del mundo y asumió las funciones de creador que hasta entonces se había arrogado el faraón como encarnación del mismo. El ka, el espíritu vital, de ese sol naciente reemplaza en sus funciones al ka del faraón: mientras antaño los recién nacidos recibían del ka del faraón el soplo de su espíritu, ahora lo reciben del ka solar.
La reacción
A la difusión de esta creencia que ponía en entredicho su condición de creadores, respondieron los faraones con una portentosa exhibición de poder: las pirámides. Estas gigantescas moles de piedras los eternizan para siempre; de las pirámides, y sólo de ellas —afirma el nuevo credo— emanan las fuerzas que garantizan la supervivencia de Egipto. Es necesario erigir enormes mausoleos; su construcción ha de tener para el pueblo el valor de un servicio religioso.
En su competencia con el culto solar, las pirámides van a alcanzar dimensiones cada vez mayores, hasta culminar en los colosos de la IV Dinastía. Y sólo cuando al fin de ésta el culto solar alcance la supremacía en aquella disputa, las pirámides volverán a disminuir de tamaño y su construcción se verificará con menos celo.
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