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Papa Francisco - ¿Quién soy yo para juzgar?

Aquí puedes leer online Papa Francisco - ¿Quién soy yo para juzgar? texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2017, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial USA, Género: Religión. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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    ¿Quién soy yo para juzgar?
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    Penguin Random House Grupo Editorial USA
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    2017
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¿Quién soy yo para juzgar?: resumen, descripción y anotación

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El Evangelio nos anima a ser humildes y a no apuntar con los dedos a los demás para juzgarlos, mas bien debemos acercarnos a ellos y nunca creernos superiores.

Con estas palabras, el Papa Francisco comenzó el Sínodo sobre la Familia, dando la oportunidad, lo que para los líderes de la iglesia era impensable, en invitar a las personas a poner en práctica la eseñanza explícita de Jesús: No juzgues para que no seas juzgado. Porque con la medida con que midais, serás medido

La sexualidad, las uniones entre personas del mismo sexo, los métodos anticonceptivos, la unión libre, la libertad religiosa, ecología, finanzas, nuevas formas de pobreza y exclavitud, son asuntos que exigen la libertad de conciencia y la doctrina cristiana por igual. Él se dirige tanto al nivel humano como el religioso, hablando tanto a creyentes como a no creyentes, generando un debate dentro y fuera de la iglesia.

El endurecimiento de un corazón que juzga - algo que el Papa Francisco llama esclerocardia - es la consecuencia de que me encierro en si mismo - con una actidud egoista, asilada, rodeada de tradiciones obsoletas que pisotean la dignidad humana.

Un corazón de piedra debe convertirse en un corazón de carne, y para el Papa Francisco es solo permitir que las palabras del Evangelio penetren en nuestro rígido espíritu, hasta que lo podamos convertir en uno palplitante y compasivo.

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El peligro de juzgar El peligro cuál es Es que presumamos de ser justos y - photo 6

El peligro de juzgar

¿El peligro cuál es? Es que presumamos de ser justos, y juzguemos a los demás. Juzguemos también a Dios, porque pensamos que debería castigar a los pecadores, condenarles a muerte, en lugar de perdonar. ¡Entonces sí que nos arriesgamos a permanecer fuera de la casa del Padre! Como ese hermano mayor de la parábola, que en vez de estar contento porque su hermano ha vuelto, se enfada con el padre que le ha acogido y hace fiesta.

Si en nuestro corazón no hay la misericordia, la alegría del perdón, no estamos en comunión con Dios, aunque observemos todos los preceptos, porque es el amor lo que salva, no la sola práctica de los preceptos. Es el amor a Dios y al prójimo lo que da cumplimiento a todos los mandamientos. Y éste es el amor de Dios, su alegría: perdonar. ¡Nos espera siempre! Tal vez alguno en su corazón tiene algo grave: «Pero he hecho esto, he hecho aquello...». ¡Él te espera! Él es padre: ¡siempre nos espera!

Si nosotros vivimos según la ley «ojo por ojo, diente por diente», nunca salimos de la espiral del mal. El Maligno es listo, y nos hace creer que con nuestra justicia humana podemos salvarnos y salvar el mundo. En realidad sólo la justicia de Dios nos puede salvar. Y la justicia de Dios se ha revelado en la Cruz: la Cruz es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre este mundo.

¿Pero cómo nos juzga Dios? ¡Dando la vida por nosotros! He aquí el acto supremo de justicia que ha vencido de una vez por todas al Príncipe de este mundo; y este acto supremo de justicia es precisamente también el acto supremo de misericordia. Jesús nos llama a todos a seguir este camino: «Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36).

Os pido algo, ahora. En silencio, todos, pensemos... que cada uno piense en una persona con la que no estamos bien, con la que estamos enfadados, a la que no queremos. Pensemos en esa persona y en silencio, en este momento, oremos por esta persona y seamos misericordiosos con esta persona.

Angelus, 15 de septiembre de 2013

Mirar más allá

El Evangelio que hemos escuchado de la pecadora que derrama el ungüento perfumado a los pies de Jesús (cf. Lc 7, 36-50) nos abre un camino de esperanza y de consuelo. Está el amor de la mujer pecadora que se humilla ante el Señor; pero antes aún está el amor misericordioso de Jesús por ella, que la impulsa a acercarse.

Esta mujer encontró verdaderamente al Señor. En el silencio, le abrió su corazón; en el dolor, le mostró el arrepentimiento por sus pecados; con su llanto, hizo un llamamiento a la bondad divina para recibir el perdón. Para ella no habrá ningún juicio, sino el que viene de Dios, y éste es el juicio de la misericordia. El protagonista de este encuentro es ciertamente el amor, la misericordia que va más allá de la justicia.

Simón, el dueño de casa, el fariseo, al contrario, no logra encontrar el camino del amor. Todo está calculado, todo pensado... Él permanece inmóvil en el umbral de la formalidad. Su juicio acerca de la mujer lo aleja de la verdad y no le permite ni siquiera comprender quién es su huésped. Se detuvo en la superficie —en la formalidad—, no fue capaz de mirar al corazón. Ante la parábola de Jesús y la pregunta sobre cuál de los servidores había amado más, el fariseo respondió correctamente: «Supongo que aquel a quien le perdonó más». Y Jesús no deja de hacerle notar: «Has juzgado rectamente» (Lc 7, 43). Sólo cuando el juicio de Simón se dirige al amor, entonces él está en lo correcto.

La llamada de Jesús nos impulsa a cada uno de nosotros a no detenerse jamás en la superficie de las cosas, sobre todo cuando estamos ante una persona. Estamos llamados a mirar más allá, a centrarnos en el corazón para ver de cuánta generosidad es capaz cada uno. Nadie puede ser excluido de la misericordia de Dios. Todos conocen el camino para acceder a ella y la Iglesia es la casa que acoge a todos y no rechaza a nadie. Sus puertas permanecen abiertas de par en par, para que quienes son tocados por la gracia puedan encontrar la certeza del perdón.

Homilía, 13 de marzo de 2015

La misericordia antes del juicio

Este Año Extraordinario es también un don de gracia. Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno. ¡Es Él el que nos busca! ¡Es Él el que sale a nuestro encuentro!

Será un año para crecer en la convicción de la misericordia. Cuánto se ofende a Dios y a su gracia cuando se afirma sobre todo que los pecados son castigados por su juicio, en vez de destacar que son perdonados por su misericordia (cf. san Agustín, De praedestinatione sanctorum, 12, 24) Sí, así es precisamente. Debemos anteponer la misericordia al juicio y, en cualquier caso, el juicio de Dios tendrá lugar siempre a la luz de su misericordia.

Que el atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, haga que nos sintamos partícipes de este misterio de amor. Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo.

Homilía en ocasión de la apertura de la Puerta Santa,

8 de diciembre de 2015

El juicio de los pequeños

Oremos intensamente al Señor, que nos sacuda, para hacer de nuestras familias cristianas protagonistas de esta revolución de la cercanía familiar, que ahora es tan necesaria. De ella, de esta cercanía familiar, desde el inicio, se fue construyendo la Iglesia. Y no olvidemos que el juicio de los necesitados, los pequeños y los pobres anticipa el juicio de Dios (Mt 25, 31-46). No olvidemos esto y hagamos todo lo que podamos para ayudar a las familias y seguir adelante en la prueba de la pobreza y de la miseria que golpea los afectos, los vínculos familiares. Quisiera leer otra vez el texto de la Biblia que hemos escuchado al inicio; y cada uno de nosotros piense en las familias que son probadas por la miseria y la pobreza. La Biblia dice así: «Hijo, no prives al pobre del sustento, ni seas insensible a los ojos suplicantes. No hagas sufrir al hambriento, ni exasperes al que vive en su miseria. No perturbes un corazón exasperado, ni retrases la ayuda al indigente. No rechaces la súplica del atribulado, ni vuelvas la espalda al pobre. No apartes los ojos del necesitado, ni les des ocasión de maldecirte» (Eclo 4, 1-5). Porque esto será lo que hará el Señor —lo dice en el Evangelio— si nosotros hacemos estas cosas.

Audiencia General, 3 de junio de 2015

Juicio y condena

Juzgar a los demás nos lleva a la hipocresía. Y Jesús define precisamente como «hipócritas» a quienes se ponen a juzgar. Porque, la persona que juzga se equivoca, se confunde y se convierte en una persona derrotada.

Quien juzga se equivoca siempre. Y se equivoca, porque se pone en el lugar de Dios, que es el único juez. En la práctica, cree tener el poder de juzgar todo: las personas, la vida, todo. Y con la capacidad de juzgar considera que tiene también la capacidad de condenar.

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