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SINOPSIS
Si en algún momento de tu infancia viste a Sabrina salírsele un pezón en la televisión pública, tu adolescencia quedó atravesada por el crimen de Alcàsser, creaste tu primer alias para abrir una cuenta en el Messenger y recuerdas que Shakira una vez fue morena, necesitas leer este libro.
Aunque también deberías leerlo si no recuerdas nada de todo eso. Porque en él, y a partir de algunos de los hitos de la cultura pop de las últimas décadas en España —de Ally McBeal a Operación Triunfo, pasando por la historia de Ricky Martin, el perro y la mermelada—, Juan Sanguino disecciona el aterrizaje forzoso en el primer mundo de un país que hace treinta años aún no había perdido del todo la inocencia.
Kim Kardashian y su revolucionaria concepción de la fama como fin en sí misma, el auge de lo friki que representan éxitos como Harry Potter o la irrupción en la vida pública de la clase media —con fenómenos como Gran Hermano, Belén Esteban o incluso Letizia Ortiz— son algunos de los temas que aborda esta crónica, en ocasiones nostálgica y a menudo descacharrante, de la inserción de España en la cultura popular contemporánea, y de cómo ese proceso ha llevado este país a la modernidad y nos ha convertido, a todos, en lo que hoy somos.
Cómo hemos cambiado
La transformación de España a través
de la cultura pop
Juan Sanguino
PRÓLOGO
EL SÍNDROME LARA DIBILDOS
Laura Valenzuela fue la primera presentadora de TVE y, por tanto, la mujer más famosa de España durante dos décadas. Tanto es así que su hija Lara Dibildos (bautizada así en honor al personaje de Julie Christie en Doctor Zhivago) estaba un día en el colegio, se giró hacia su compañera de pupitre y le preguntó: «Oye, ¿y tu madre a qué hora sale por televisión?».
Durante nuestros primeros años de vida, damos por hecho de manera inconsciente que nuestra realidad es toda la realidad que hay. Por eso alguien tuvo que explicarle a Lara que no todas las madres salían por televisión. Yo, como todo el mundo, experimenté cientos de descubrimientos de este tipo y seguro que muchos fueron dramáticos pero, como seguro también le ocurre a la mayoría, hoy solo recuerdo los más estúpidos. Como el del Surtido Cuétara.
Mi madre compraba Surtido Cuétara en Navidad y a mí me gustaba tanto que ella me explicó que solo lo vendían en esas fechas para que dejase de pedirle que trajera más. Para cuando me enteré de que no era así (mediante una revelación tan sencilla como toparme con una caja de Surtido Cuétara en un supermercado en pleno agosto), yo ya estaba en la universidad. Evidentemente, la lógica podía haberme llevado a caer en la cuenta antes pero, también evidentemente, no me lo planteé hasta que lo vi enfrente de mí. Con el paso de los años experimenté un proceso similar con una canción de Presuntos Implicados.
Cómo hemos cambiado es una melancólica reflexión sobre las amistades adolescentes perdidas. Aunque la letra está dirigida a una amiga en concreto, da la sensación de que la cantante, Sole Giménez, está más bien pensando en voz alta. «¿Qué nos ha pasado?» suena más a pregunta retórica, cuya única respuesta posible es «la vida». Y ni siquiera parece poner demasiado empeño en remediarlo: al igual que 20 de abril de Celtas Cortos, Cómo hemos cambiado es más un lamento resignado que una propuesta de retomar la amistad. Aquella canción tenía un mensaje universal y cualquier adulto se identificará con ella. Pero yo, en mi ignorancia infantil, solo sentía compasión por la pobre Sole Giménez y por sus amigas. Porque yo estaba convencido de que eso no me pasaría nunca a mí.
Madurar es una experiencia única, personal e intransferible para cada individuo. Para Lara Dibildos fue descubrir que su madre tenía un trabajo que solo tenían cinco personas en todo el país. Para muchas adolescentes de principios de los noventa fue la advertencia de que bajo ningún concepto podían salir solas de fiesta (ni mucho menos hacer autoestop). Para mí fue comprobar que Cómo hemos cambiado describía un destino del que nadie puede escapar. Este reseteo de la realidad siempre está asociado a una decepción, al descubrir que el mundo no es como lo habíamos asumido de pequeños. Y a menudo el proceso está remachado por la cultura popular. Pero no siempre ha sido así.
Si le preguntas a tus padres por historias de su pasado, su relato no tendrá una banda sonora tan extensa como el tuyo. Es probable que recuerden personas, objetos, lugares y olores. Sin embargo, si le preguntas por sus recuerdos a cualquiera nacido después de 1960, su descripción estará completamente mediatizada: cada persona importante está vinculada a una canción, cada etapa de su maduración está subrayada por una película, cada revelación acerca del mundo le asaltó mientras miraba la televisión. Las personas menores de sesenta años han consumido mucha más cultura pop que sus padres (tanto por el aumento en el volumen de producción como por los avances de la tecnología y la situación socioeconómica de la clase media), pero además la han consumido con una actitud más sentimental, hasta el punto de que a veces piensas en tu infancia y parece que lo único que recuerdas de ella son tus referentes de la cultura pop. Mientras que nuestros padres conciben la cultura popular como un entretenimiento (es decir, como un complemento a la vida real), nosotros la consumimos como una experiencia intrínseca a la vida real y la utilizamos para entablar conversación con desconocidos porque sabemos que es lo que nos convierte en una comunidad. Por eso la generación X (1965-1982), los millennials (1983-1996) y la generación Z (1997-2010) pueden, a diferencia de sus progenitores, pasarse horas enteras hablando solo sobre cultura popular en vez de sobre temas importantes. Excepto porque la cultura pop es el dialecto que esas tres generaciones usan para hablar sobre temas importantes.
Ahora, globalización mediante, España por fin se toma la cultura pop tan en serio como los anglosajones llevaban décadas haciendo. Tomarse la cultura pop en serio significa analizarla como un tapiz sobre el cual proyectar nuestras ansiedades, nuestro aprendizaje y nuestros triunfos o fracasos como individuos y como sociedad. Y paralelamente utilizarla para explicar nuestra identidad, dar sentido a cosas que no lo tienen y echar raíces como comunidad. Así que es un buen momento para volver la vista atrás y contemplar nuestra cultura pop reciente dándole más importancia de la que quizá se le dio en su día.