Todo relato necesita sus hitos
La historia del indie, como la historia de cualquier otro género, puede ser entendida como una sucesión de hallazgos. No directamente asociados a nuevos instrumentos ni a nuevas culturas del ocio, sino a factores algo más borrosos, en sintonía con su propia naturaleza. Como cualquier relato, su devenir en el tiempo puede ser visto como un continuum, una sucesión cronológica y progresiva de acontecimientos. Pero todo relato necesita también sus empujones discursivos, sus momentos de agitación para dar pequeños grandes saltos en su evolución. Su retahíla de hitos que den lugar a una mitología particular, aunque magnificados en el tiempo. A diferencia de lo que ocurre con otros estilos (se asume, aunque sea una simplificación, que el rock and roll germina con el primer single de Elvis Presley en 1954, o que el punk nace con el primer álbum de los Ramones en 1976), los contornos evolutivos del indie y el rock alternativo son bastante más difusos, pero se pueden delimitar algunos momentos clave en su génesis y en su desarrollo, que serán más ampliamente detallados en los próximos apartados. La mayoría de ellos se suceden en lapsos de unos cinco años. Veamos.
1976 es también el año de gracia para el indie, aunque solo fuera desde un prisma embrionario. El 4 de junio de aquel año, los Sex Pistols actúan por primera vez en Manchester, en el Lesser Free Trade Hall, ante una audiencia de entre 40 y 80 personas. Ni los más viejos del lugar se ponen de acuerdo en la cifra. Es uno de esos raros momentos fundacionales. De esos conciertos que, pasado el tiempo, centenares de personas recuerdan con el manido “yo estuve allí”, aunque en realidad solo comparecieran unos pocos fieles y curiosos. “Si todos los que afirman haber estado allí hubieran estado en realidad, habrían llenado Old Trafford”, le comentaba hace poco Bernard Sumner (New Order) a este firmante en una entrevista. Entre el escaso público de aquel concierto figuraba un rosario de nombres que contribuiría a sentar las bases de la independencia inglesa en años venideros. Aquella noche la mayoría de ellos eran jóvenes imberbes que aún no habían siquiera formado sus propias bandas. A saber: Ian Curtis (Joy Division), Bernard Sumner o Peter Hook (Joy Division, New Order), Steven Morrissey y Johnny Marr (The Smiths), Pete Shelley y Howard Devoto (Buzzcocks, organizadores del concierto), Mark E. Smith (The Fall), el productor Martin Hannett o Tony Wilson (capo de Factory Records). Un auténtico all star del primer indie, aún en ciernes. Hasta Mick Hucknall (Simply Red) estuvo allí.
No en vano, el punk marcó el camino para el indie. Enseñó a los post adolescentes de la época que no era necesario ser un virtuoso para medrar en el mundo de la música pop, siempre que la pasión y el instinto primasen. Solo unos meses antes, el 20 de febrero de aquel año, un joven Geoff Travis había abierto la primera tienda de discos Rough Trade en Londres, inaugurando la marca que a la postre se convertiría en el sello y la distribuidora más importante de toda la escena independiente británica. El sello Stiff de Jake Riviera, otra discográfica independiente y emergente (la más prominente de aquel momento junto a Chiswick, fundada en 1975), edita en agosto su primer single, “So It Goes”, de Nick Lowe. En noviembre editarían el primer single de la era punk británica, el “New Rose” de The Damned. Pero, sobre todo, es el autoeditado EP Spiral Scratch, de los Buzzcocks, en enero del 77, el que marca el camino para la incipiente generación indie. Probó que cualquiera podía editar un disco sin el soporte de una discográfica. La autogestión en su estado más puro y embrionario.
1981 marca un nuevo punto de inflexión: se edita “Smiles & Laughter”, de la banda Modern English, y es la primera vez que se utiliza el término indie en un medio de comunicación. Lo hace el semanario Record Mirror en su crítica del disco, fechada el 29 de agosto. Modern English habían germinado en tiempos de la new wave, pero habían fichado recientemente por un nuevo y pequeño sello, de trazo casi artesanal, 4AD, regentado por Ivo Watts Russell. La escena, huérfana aún de un nombre identificador, va –no obstante– creciendo en número de bandas que se despegan estéticamente de los postulados más comunes del post punk.
1986 supone un determinante empujón para el género, ya que es la primera vez que el indie se asocia a unas coordenadas comunes y a una escena identificada en grupos concretos. Los sellos Rough Trade y Creation ya habían empezado a programar a la plana mayor de sus bandas desde octubre del 85, en el Hammersmith Riverside de Londres, en citas bautizadas como The Week Of Wonders. Pero el auténtico acta notarial del indie como un estilo plenamente identificable llega con la cinta de cassette C-86 que recopila y edita la revista New Musical Express (y que reedita el modelo seguido cinco años antes en la cinta C-81), en la que figuran Primal Scream, The Wedding Present, Close Lobsters, The Soup Dragons, McCarthy, The Primitives o BMX Bandits. Se inauguran las primeras listas de éxitos indies en el Reino Unido, disociadas de las convencionales, en sintonía con lo que al otro lado del charco ocurre con el college rock y el underground norteamericanos. Todo ello se produce justo en el décimo aniversario de aquel mítico concierto de los Pistols en Manchester, ya rememorado como fértil punto de partida.
En la primera mitad de los 90 llega la época de las grandes transformaciones. Cuando el indie y lo alternativo dejan de ser minoritarios para pasar a ser objeto de deseo de las grandes multinacionales. Es el periodo que va desde 1992 a 1995. Primero el grunge, y luego el brit pop, certifican, con el paso de sus principales valedores a las grandes ligas discográficas (Nirvana, Sonic Youth, Blur) que la independencia ya ha empezado a dejar de ser una condición infraestructural (la militancia en sellos pequeños, la explotación de canales alternativos) para convertirse en una opción estética. Una cuestión de forma, y no exactamente de fondo. Y el proceso adquiere visos de ser irreversible.
El cambio de década y de siglo, pese al censo de nuevos estilos que los 90 han ido consignando en el debe del indie, no hace más que acelerar ese proceso, con la irrupción de Napster y los primeros intercambios de archivos P2P, que degradan la importancia del formato físico y, con ello, devalúan la relevancia de la adscripción a un sello independiente o multinacional. Con todo, 2001 marca un nuevo repunte con la irrupción de The Strokes y la consolidación de The White Stripes como heraldos de una vuelta al rock de guitarras en su formato más básico e hirviente. Las grandes discográficas se lanzan al caladero de las indies en busca de nuevas sensaciones de temporada, de bandas que oficien en esas coordenadas.
2005 apuntala la respuesta británica a aquella oleada norteamericana (tal y como el brit pop había replicado al grunge diez años antes), y decenas de nuevas bandas indies fomentan de nuevo el interés de la gran industria: son Franz Ferdinand, Arctic Monkeys, Bloc Party o Maxïmo Park. Plataformas como MySpace, Bandcamp y los consiguientes servicios gratuitos de streaming tienden a emborronar aún más los lindes entre lo que es indie y lo que es mainstream, porque los intermediarios cada vez van disminuyendo más su incidencia, de forma acusada. El producto ya se sirve directamente sin filtros al consumidor, y medios digitales como Pitchfork se convierten en las referencias de cabecera, reemplazando la primacía de los semanarios y mensuales en papel. Los canadienses Arcade Fire se convierten prácticamente desde su primer trabajo en la nueva banda indie de estadios, algo que unos años antes hubiera supuesto una total contradicción en sus propios términos. No es de extrañar que, en sintonía con el imparable ascenso de ventas y de popularidad de bandas tan grandilocuentes y discutibles como Muse, Kasabian, The Killers o Kings Of Leon, sea en este momento cuando periodistas británicos acuñen el término de