Texto 16
De:
Epistola Perlonga, 1949
En la Epistola Perlonga, el P. Kentenich hace un diagnóstico de la situación actual y de la necesidad de una reforma religioso-moral del mundo y de las estructuras sociales a partir de una reforma interior del hombre. Denuncia la mentalidad mecanicista como la enfermedad que invade la sociedad y también amplios círculos de la Iglesia católica y que la incapacita para responder adecuadamente a los desafíos del tiempos.
La atomización de la vida
En épocas de agitación revolucionaria, se intensifican todos los síntomas de las enfermedades hasta un punto catastrófico. La atomización de la vida en la era de la masificación y del hombre-película alcanza proporciones insospechadas. Acarrea así una parálisis, un colapso de todas las fuerzas creativas frente a un enemigo que ataca, como nunca antes, recurriendo a todos los medios imaginables y con el expreso designio de aniquilar.
En una decisiva hora histórica de tales características, en la cual se echan suertes sobre el destino del mundo y de la Iglesia para los tiempos futuros, esa atomización de la vida priva al cristianismo y al cristiano de fecundidad, de juicio propio, de resistencia, hogar, ímpetu, alma, personalidad y religión.
Quizás se pueda disimular por un cierto tiempo esta marcha en vacío que tiene lugar en el fuero interno. Pero cuando recrudecen las dificultades, cuando la vida y las persecuciones nos someten a prueba, sale entonces a relucir la verdadera realidad. Ella quita todas las máscaras y muestra el verdadero rostro de la Iglesia actual y de sus miembros.
Exhortación del Papa Pío XII
En su Mensaje de Navidad (24 de diciembre de 1948), Pío XII se lamenta:
“A pesar de todo, la perseverancia y la firmeza de tantos hermanos en la fe es para nosotros fuente de alegría y de santo orgullo; pero no podemos desentendernos del deber de mencionar a aquellos cuyos pensamientos y sentimientos reflejan el espíritu y las dificultades del tiempo. ¡Cuántos han visto deteriorarse su fe hasta el naufragio, incluso su fe en Dios! ¡Cuántos, contagiados por el espíritu del laicismo o de la hostilidad hacia la Iglesia, han perdido la lozanía y la tranquila seguridad de la fe, que hasta entonces había sido luz y sostén para sus vidas! Otros, desarraigados y despojados despiadadamente de su suelo natal, vagan sin rumbo, expuestos a la ruina de sus valores religiosos y morales, especialmente tratándose de jóvenes; una ruina cuya peligrosidad nunca se podrá evaluar con suficiente gravedad”.
Luego el Papa recuerda a los fieles la seria obligación:
“de confrontarse con las cuestiones que un mundo atormentado y acosado tiene que resolver tanto en el área de la justicia social como en la del derecho y de la paz internacionales. Y hacerlo de acuerdo a las situaciones y posibilidades concretas y con una actitud abnegada y valiente.”
Reforma de la sociedad y del espíritu
Cuanto más cuidadosamente procuremos acatar esta exhortación del Santo Padre, tanto más aumentará la convicción de que son dos las tareas a cumplir: Esta época exige una reforma de la situación concreta y una reforma del espíritu. Ambas son tremendamente necesarias. Un año atrás decía un comunista en la oportunidad de un debate entre pastores protestantes, y socialistas y comunistas:
“Rechazamos el cristianismo porque sólo se preocupa del espíritu y no de la situación concreta.”
En ambos bandos –en el católico y el protestante– aumenta la certeza de que en el transcurso de las últimas décadas hemos cometido muchos errores en esta área: Hemos acentuado demasiado la caritas, pero hemos puesto muy poco énfasis en la justicia, especialmente en la justitia socialis…
Al mismo tiempo mantienen toda su vigencia las palabras de Pío XI: “Necesitamos una reforma del espíritu” . En esta área hay que instaurar sobre todo un movimiento renovador y pedagógico de carácter decididamente ético-religioso. En este sentido creemos tener una misión especial para esta época. Nuestro planteamiento sostiene que la religión manifiesta su plena fuerza transformadora y creadora sólo allí donde un sólido saber religioso suscite y nutra un amor de alto grado.”
De esta manera tocamos el problema central y capital frente a un peligroso enemigo, aliado a poderes demoníacos. Muchos sectores han olvidado hoy esta realidad. Algunos malgastan su tiempo y energías abocándose a muchas cuestiones de pedagogía y pastoral que en sí mismas son importantes, pero pasan de largo y pasan por alto lo central: la dinámica del amor. Otros buscan la reforma exclusivamente en la transformación de la situación social, económica y política, preocupándose demasiado unilateralmente por cuestiones materiales y organizativas. Sin duda que se trata de cosas que pueden ser calificadas de necesarias. Pero ellas solas no conducen a la meta.
La Santidad de la vida diaria describe las relaciones internas entre reforma de la situación concreta y reforma del espíritu, que siempre han sido orientadoras para nosotros:
El mundo tiembla y se estremece bajo el empuje y la urgencia de cuestiones sociales aún no resueltas. Tales conmociones de la sociedad humana podrían superarse con mayor facilidad y rapidez si Dios nos diese más santos de la vida diaria en todas los estamentos y profesiones, tanto en los sectores obreros como en los empresariales.
Un antiguo dicho inglés reza: ‘Los cristianos constituyen la única Biblia que todavía leen los laicos’. Así pues los santos de la vida diaria son hoy más que nunca sal de la tierra y luz del mundo. No hablan mucho, pero actúan; oran y trabajan mucho y de un modo agradable a Dios. De esa forma alcanzan para sí y para su entorno ante todo una reforma del espíritu, que lentamente prepara, anima y fecunda una reforma de la situación concreta.
Los santos de la vida diaria son personas optimistas porque pertenecen a Dios y saben que la victoria habrá de estar un día de parte de Dios. Obran en su entorno como una levadura. ¡Que Dios en su bondad nos regale muchos santos de la vida diaria!
El P. Doyle solía orar con gusto diciendo: ‘Dios Omnipotente, hazme un gran santo y no le ahorres sacrificios a mi débil naturaleza’. Quizás yo también podría atreverme a invocar la Omnipotencia de Dios –sin la cual mi naturaleza egoísta no puede ser transformada– y exclamar: ¡Oh Dios Todopoderoso!, haz de mí un santo de la vida diaria; no me ahorres sacrificios y ayúdame a que tampoco le ahorre sacrificios a mi naturaleza pobre y débil. Sí, en cambio, preserva a nuestro pobre pueblo, bendice y protege a nuestra Santa Iglesia y a nuestra amada patria.
Sea como fuere, sólo los santos –los verdaderos santos de la vida diaria de carne y hueso– pueden salvar el mundo de hoy. Como Elías en el Monte Carmelo, así también el Señor se aparece hoy delante de su pueblo y le pregunta: ‘¿Hasta cuándo van a estar cojeando con los dos pies? Si Yahvéh es Dios, seguidle; si Baal, seguid a éste’ (1 R 18, 21) .
Hoy toda medianía no sirve para nada. Sólo el espíritu de integridad podrá mantenerse firme. Si no tenemos el coraje de aspirar a esa integridad, al ideal del santo de la vida diaria, generemos por lo menos – mediante nuestra oración, sacrificios y luchas – la atmósfera en la cual puedan crecer y desarrollarse grandes hombres y mujeres. Y estemos agradecidos de haber podido ser, de esa manera, una pequeña piedra en el fundamento sobre el cual se erguirán algún día los santos de la vida diaria de nuestro tiempo. ( Santidad de la vida diaria, 1974, pág. 148 s.) .
Quisimos dejar la reforma de las estructuras a otras organizaciones mientras nosotros contribuíamos a la formación del espíritu correcto. Una labor directa en el área socio-económica corresponde a la Obra de Familias. (…)
Esencia de la verdadera libertad
El reproche suscita en el crítico dos interrogantes: uno teórico filosófico sobre la esencia de la verdadera libertad e independencia en el pensar; y otro práctico y vital sobre el cultivo de los mismos y su triunfo entre las Hermanas.